A veces resulta necesario tomar distancia para tener una mejor perspectiva; incluso es indispensable hacerlo para tomar envión, darse impulso y lanzarse hacia donde dicta el deseo.
Enrique Ramírez tomó distancia de su Santiago de Chile natal radicándose en París desde 2007, pero, sin embargo, su cuerpo de obra hunde sus raíces en la memoria de la violencia política de su tierra.
Quizás su exilio voluntario sea el que le permite descentrar la mirada sobre la historia reciente y hacer resonar en sus obras otros exilios, otras violencias, más cercanas y presentes a la tierra que hoy habita. "Donde vayamos llevaremos la historia con nosotros", sostiene Ramírez, "donde estemos sentiremos la tierra de donde venimos a miles de kilómetros. De donde venimos es de donde somos, aunque sean largas raíces que deban cruzar el mundo".
Así fue que Ramírez se inscribió en el mapa del arte latinoamericano, pero desde el otro lado del Atlántico, desplegando una frondosa producción que se mueve con soltura entre el cine, la instalación, la fotografía y la poesía. Si bien su trabajo se distingue por la hibridación de lenguajes visuales y cruces de disciplinas artísticas, hay un tópico recurrente que atraviesa gran parte de su cuerpo de obra, uno que insiste a modo de síntoma y que, lejos de rehuirlo por repetitivo, Ramírez lo atrapa sin más, lo expande y lo explora, encontrándole infinitas posibilidades y nuevos modos de hacerle preguntas.
Se trata del mar como el lugar de la memoria herida, como el tropo que condensa las ausencias que más duelen. Pero también del mar como conector, como articulador de culturas, como enlazador de diversidades y de diferencias. Así, el mar, con su dinámica de aguas en perpetuo movimiento, cifra en la obra de Ramírez la figura del viaje, los desplazamientos, las travesías, las migraciones, la figura de una memoria que si no se ejercita se va perdiendo, se va diluyendo, también, en un mar de olvido.
Cuando Enrique era aún un estudiante en Santiago de Chile, quedó impresionado por las pinturas aeropostales de Eugenio Dittborn que conoció en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Esas superficies de tela o papel, intervenidas con pintura, fotografías y costuras, eran dobladas, guardadas en sobres y enviadas a distintas latitudes por correo, evadiendo la censura de la dictadura de Pinochet. Al ser exhibidas, las pinturas aeropostales no solo mostraban "el mensaje" transcripto sobre ellas, sino que evidenciaban los rastros de los pliegues que marcaron su piel durante todo el viaje. Una imagen familiar para el joven Enrique, que convivía cotidianamente con las velas de barco que su padre fabricaba en el taller.
Pero cuando Ramírez se detiene en las palabras de Cecilia De Vicenti, hija de Azucena Villaflor, una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, quien buscando a su hijo Néstor fue detenida y luego desaparecida, ya no caben dudas de que bajo su mirada el mar se imanta de metáforas y se abre paso desde el pasado hacia el futuro: "Me mostraron donde estuvo mi mamá y fui a la costa entre Santa Teresita y San Bernardo. Tengo que agradecerle al mar que trajo a mi madre. De hecho tengo un hijo guardavidas... El mar me trajo la historia".
La obra de Enrique Ramírez se caracteriza por una singularísima dimensión espacial y topográfica de la memoria. El paisaje en su trabajo es concebido, siguiendo a María Berrios, como un "espacio geo-poético de la imaginación", un territorio ficcional que no es producto de la transcripción de un lugar específico, sino un espacio donde la memoria se funde con la Imaginación -y quizás hasta se confunde-, abrazando lo imaginario para acaso ser más precisa. Una obra que insiste en recordarnos que ficción no implica "mentira", sino la forma en que un artista elabora poéticamente su verdad.
* Curadora del Parque de la Memoria. Texto escrito especialmente para muestra El imposible paisaje, de Enrique Ramírez, que sigue hasta el 16/07. También se exhibe la exposición Historia Natural, de Mariana López y Paula Massarutti, con curaduría de Jimena Ferreiro. En el Parque de la Memoria, Costanera Norte.
Itinerario de Enrique Ramírez
Nació en 1979 en Santiago de Chile. Desde 2010 vive y trabaja entre Paris (Francia) y Santiago (Chile). Estudió música popular y cine en Chile antes de incorporarse al posgrado en arte contemporáneo y nuevos medios de Le Fresnoy -Studio National des Arts Contemporains (Tourcoing, Francia). En 2014 ganó el premio revelación de Les Amis du Palais de Tokyo, París, Francia. Desde entonces ha expuesto en importantes instituciones como El Palais de Tokyo y el Centre Pompidou en París (Francia), Museo Amparo, Puebla (México), Museo de la memoria, Santiago (Chile), Centro Cultural MATTA, Buenos Aires (Argentina), Galerie de l'UQAM, Montreal (Canadá), CCA - Center for Contemporary Art, Tel Aviv (Israel), Kunsthalle Bielefeld (Alemania). En 2017 fue invitado a la 57ª Bienal de Venecia. "Viva Arte Viva" (curada por Christine Macel).