Una violación es considerada “sexo salvaje” para un tribunal. El trauma del pasado de Adina, que huye de su pueblo en Alemania hacia Helsinski, vuelve por el reconocimiento de un “carraspeo”, el sonido de un terror que regresa, el de un hombre poderoso que la violó. Johann Manfred Bengel, el violador en cuestión, está por recibir un premio importante en Finlandia, que lleva el nombre de una poeta, traductora y dramaturga finlandesa. “Banalizar los crímenes sexistas y sexuales horada nuestras democracias occidentales”, dice un joven hacia el final de la Mujer azul (El Cuervo Editorial), notable novela de la alemana Antje Rávik Strubel traducida por Ariel Magnus, que la autora presentó en la 47° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires junto con la poeta Gabriela Borrelli Azara. La obra, cuyo título original es Blaue frau, ganó el Premio Alemán del Libro 2021. Para el jurado “la historia de un empoderamiento femenino se convierte en una reflexión sobre las memorias colectivas rivales en el este y el oeste de Europa, y sobre el desequilibrio de poder entre los sexos”.
Adina es un personaje de ficción que apareció por primera vez en 2001, en la segunda novela de Strubel, Unter Schnee (cuya traducción literal es “debajo de la nieve”). Entonces el personaje era una adolescente de 12 años. La escritora y traductora alemana, que nació en Postdam en 1974, ciudad donde vive actualmente, supo que quería hacer algo más con Adina. “Cuando estuve en Helsinski con una beca, recuperé al personaje y lo llevé al departamento en el que estaba viviendo. Adina fue envejeciendo más lentamente que yo”, asegura la escritora que estuvo en Buenos Aires invitada por el Goethe-Institut. “Cuando comencé la novela, no tenía demasiado claro de qué se iba a tratar y eso fue una suerte para mí porque lo fui descubriendo mientras escribía. Partí del personaje de Adina y me pregunté qué es lo que estaba haciendo en Helsinski. Cuando vi que la historia previa era de una violación, llegué a ese trauma vivido por ella. La única manera de narrar ese trauma, si es que se puede, es a través de fragmentos diseminados, como si fueran astillas del pasado que van apareciendo. La violación no es susceptible de ser narrada para Adina y quería que eso se viera reflejado en la forma”, explica Strubel a Página/12.
“¿No sería pensable que eso que usted experimentó como una violación el acusado lo haya considerado “sexo salvaje?”. La pregunta, que aparece en la novela, es el textual del acta de un juicio por violación. Strubel cuenta que tardó ocho años en escribir la novela porque investigó mucho, leyó documentación con testimonios de las víctimas, habló con juezas y jueces, abogadas y abogadas. “La investigación fue tan extensa, tan exhaustiva, que la primera reacción que tuve es que no podía escribir. Me había impactado tanto todo lo que había leído y escuchado que necesitaba tomarme un descanso, una pausa. Lo que me importaba es que los datos concretos fueran reales, por más que sea una historia de ficción”, destaca la traductora al alemán de Joan Didion, Lena Andersson, Lucia Berlin y Virginia Woolf, entre otras autoras. Confiesa que quedó “muy shockeada” por el hecho de que durante los juicios por violación en Alemania las víctimas y victimarios comparten el mismo espacio, cuando en los países escandinavos (Suecia, Dinamarca y Noruega) hace tiempo que esto ya no sucede.
Que violación pueda ser sinónimo de “sexo salvaje” es un problema que Strubel analiza. “Me pregunté por qué existe estos mecanismos por los cuales la sociedad trata de responsabilizar a una mujer por una violación; todas esas formulaciones como que quizá tenga la culpa, que ella lo provocó o lo buscó, llevan a esta idea de que cuando una mujer habla en el ámbito público, cuando denuncia una violación, es muy probable que esté mintiendo. Durante muchísimo tiempo era la voz del hombre la que imperaba en el espacio público y el que estaba a cargo de la verdad. Entonces, muy rápidamente, se llega a la conclusión que la mujer no tiene razón, que seguramente ella está queriendo sacar algún tipo de ventaja”, plantea la escritora. “Hay que tener en cuenta que en Europa una de cada tres mujeres, cuando cumplen 15 años, sufren algún episodio de violencia sexual”, agrega Strubel y dice que las leyes en Alemania están “bien”, pero los jueces no tienen ningún tipo de capacitación. “En los casos en que un juez tenga una hija que haya sufrido algún tipo de agresión sexual, acoso, abuso, lo que fuera, es probable que pueda comprender mejor lo que vive la víctima”.
Traductora del sueco y del inglés al alemán, Strubel revela que el #MeeToo alentó debates y generó cierta conciencia en Alemania. “Se trata de que todas las mujeres que hayan sufrido algún tipo de abuso se animen a hablar en público para atravesar ese muro de silencio y salir del temor de que las van a acusar de mentirosas. Lo decisivo es que todas las mujeres hablen para que sea un tema instalado en la sociedad”, subraya la escritora alemana y aclara que a diferencia de Estados Unidos, donde el #MeeToo provocó una ola de denuncias, en Alemania se avanzó “muy lentamente” porque es “un país burocrático” que tiene una sociedad con “una impronta patriarcal más fuerte”. “En los teatros alemanes, por ejemplo, ya no está más la figura del director que toma todas las decisiones, sino que hay equipos con más mujeres. En Suecia, doscientas actrices leyeron textos sobre abusos en el Teatro Nacional de Estocolmo y eso fue también transmitido por la televisión pública durante tres horas, algo impensable para el contexto alemán”, compara Strubel y comenta que cuando hace lecturas públicas de la novela se le acercan muchas mujeres víctimas de violencia sexual para agradecerle por el libro.
A partir de la guerra de Ucrania, las tensiones entre Europa del Este y el Oeste, un tema presente en la novela, desplazaron en importancia al tema de la violación. “Todos hablan de la muerte del comunismo, pero nadie ha visto su cadáver”, dice un personaje que cita la frase del primer presidente de Estonia, Lennart Meri (1929-2006). “Las tensiones entre el este y oeste van a seguir estando en la medida en que los más poderosos no se interesen por lo que sucede en los países que tienen menos poder. En 2012, cuando estuve en Helsinski, se empezaron a dar cambios preocupantes en Rusia, que tienen que ver con el resurgimiento del culto a Stalin. Entonces a los políticos no les interesaba en lo más mínimo el tema. Ahora sí se reconoce que hay un problema, pero no se sabe qué hacer. “¿Por qué en una Europa consciente de los derechos humanos no hay un Nüremberg comunista?”, se pregunta otro personaje. “Lo que está claro es que para haya un Nüremberg comunista Putin debería permitir que se acceda a toda la documentación porque solo así se podría elaborar lo que sucedió en el pasado -responde Strubel-. ¿Por qué Putin, que fue el que volvió a darle vida al culto a Stalin, podría a disposición toda la documentación sobre los gulags y los crímenes? Claramente no tiene el menor interés en hacerlo”.
Rávik -que significa “pequeño mohicano”-no es un seudónimo añadido. “Quería encontrar un nombre que sonara como suena para mí la escriturra. No se trata de un seudónimo sino de una ampliación”, precisa Strubel y advierte que en la edición en español de la Mujer azul Rávic aparece con “c” porque entonces lo utilizaba con esa letra. Como generaba confusiones en la pronunciación, lo cambió por la “k”. “La literatura es para mí una ampliación -afirma la escritora alemana-. Cuando escribo soy más inteligente de lo que soy en la vida cotidiana. El lenguaje me atraviesa, el lenguaje lo sabe todo. Yo me dejo llevar por el lenguaje, que me permite ir más allá de los límites de mi personalidad. A través del lenguaje puedo entrar en otros mundos”.