Desde Asunción
Las elecciones nacionales y departamentales de Paraguay arrojaron tendencias contradictorias pero igualmente desconcertantes, en relación a los debates regionales sobre cuál es el estado de salud de la democracia en América Latina. El tradicional Partido Colorado, abanderado tras la candidatura de Santiago Peña, rubricó su hegemonía histórica con un inesperado 42.74% de los votos, cuando todos los análisis y encuestas pronosticaban un escenario más bien cerrado. A esto hay que sumar que el coloradismo gobernará 15 de los 17 departamentos del país -incluida la totalidad de los distritos más poblados- y que extenderá con mucho su presencia parlamentaria.
Por su parte, la recalcitrante figura de Paraguayo Cubas alcanzó un impresionante 23%, quedando a menos de cinco puntos de la Concertación, el frente conformado por los liberales, parte del Frente Guasú, el derechista Patria Querida y otras formaciones políticas menores. Lejos, pero muy lejos, quedó la otra facción del Frente, que apostó por la candidatura del excanciller colorado Euclides Acevedo, alcanzando un magro 1,36%. La participación, tradicionalmente baja en aquella nación mediterránea, se mantuvo en un discreto 63.24% del padrón.
El sistema electoral paraguayo es sumamente falible: su ley electoral no pone topes partidarios al financiamiento político -más allá de buscar su trazabilidad-, permite el control de los partidos mayoritarios en todo el proceso eleccionario, y privilegia un sistema de mayoría simple que suele favorecer a los oficialismos en la elección de las chapas presidenciales. Si sumamos a eso la fragmentación de las campañas que produce el sistema de “listas desbloqueadas”, en las cuales la ciudadanía puede elegir de manera preferente sus candidaturas legislativas, la mesa queda servida para el festín de los grandes aparatos.
Mucho se discutió en las últimas semanas sobre cuál sería el impacto electoral de las sanciones impuestas por Estados Unidos al expresidente Horacio Cartes y al Partido Colorado en general, y cuál el impacto de las grandes corporaciones de medios que, ordenadas por la embajada norteamericana, decidieron apostar por la candidatura de Efraín Alegre (de la Concertación).
Efectivamente, el último tramo de la campaña fue algo ascético, si consideramos los recursos tradicionalmente movilizados por una formación política que ostenta siete décadas de hegemonía nacional, y que es conducida por el empresario más rico del país. Sin embargo, la profunda interpenetración entre partido y Estado y el conocimiento y movilización cuasi personalizado de las bases electorales, le permitieron al coloradismo alcanzar un triunfo casi soñado. Pero no todo es clientela, coacción y prebendarismo. Las miradas superficiales suelen ignorar que este partido, aunque neoliberal y conservador, también ha sabido monopolizar el sentido de lo nacional-popular, aunque sea en clave retrógrada.
A nivel de candidaturas, parece que, tras una interna particularmente virulenta, Peña logró expresar una buena síntesis entre "tradición" y "modernización" en el seno del vetusto partido, mientras que Alegre fue resistido por propios y ajenos hasta ésta, su tercera derrota consecutiva. Si bien el próximo presidente será el joven economista surgido del FMI, el gran ganador de la jornada fue su mentor Horacio Cartes, que podrá ahora renegociar el estatus colonial de Paraguay y su propia situación y precaria judicial desde un lugar de fortaleza.
Como las tribus israelitas en el desierto, la miríada de partidos progresistas y de izquierda del Frente Guasú atraviesan su momento de mayor debilidad y dispersión desde su formación en marzo de 2010. Con la salud del profeta gravemente disminuida tras sufrir un ACV, y con un sorprendente resultado que lo dejó segundo en la lista de senadores de su propio espacio -justo por detrás de su ministra Esperanza Martínez- el frente parece haber terminado de confirmar su orfandad.
Tras dividirse en función de dos estrategias y candidaturas diferenciadas, sus dos fracciones salen igualmente derrotadas. Ni la alianza con los liberales ni la apuesta por Acevedo rindió fruto alguno. De los 8 senadores con los que contaba, el Frente Guasú ratificaría de momento apenas uno: la propia Esperanza.
Sin Lugo como punto de convergencia, con una grieta entre la izquierda agraria y la izquierda urbana que parece ahondarse cada vez más, con una lucha sucesoria que no pudo resolverse ni siquiera en internas, y sin garantías electorales a la vista, ¿cuál podría ser el pegamento que mantenga unido al que supo ser el experimento más importante de toda la historia de la izquierda paraguaya?
Quizás es esta ausencia de oposición uno de los factores que explica el ascenso fulgurante de Paraguayo Cubas, que obtuvo, a punta de acciones estrafalarias y vivos de Facebook, unos impresionantes 692 mil votos. Pura retórica, violencia y carisma, sin bases ni grandes estructuras. Su personalidad es tan disruptiva y altisonante que hace parecer a Javier Milei un correcto demócrata, llegando a proponer prohibir las cesáreas, amenazando a magistrados y votantes, y pronunciándose reiteradamente contra izquierdistas y “brasiguayos”.
La paradoja es que aunque su “Cruzada Nacional” sea hoy la tercera fuerza del país, Cubas emerge ya como el principal opositor a liberales y colorados. Como sucedió en otros países, lo que supo ser una fuerza satélite de los partidos tradicionales, o acaso una apuesta arriesgada de ciertas facciones de las clases dominantes, comienza a ganar aquí una enorme y peligrosa autonomía.
Pero Paraguay no sólo se jugó estos días las opciones de continuidad, alternativa o alternancia. La importancia geopolítica de esta nación mediterránea, obligada estación de paso de mercancías -lícitas o ilícitas- suele ser menospreciada. Por poner un ejemplo: sabemos ahora que será Santiago Peña el encargado de renegociar el capital acuerdo de Itaipú con el Brasil de Lula de Silva en el mes de agosto. Y sabemos también que los colorados podrán cumplir con calma el mandado de los Estados Unidos: poner bajo el control del cuerpo de ingenieros del ejército norteamericano el trabajo de dragado de la hidrovía Paraguay-Paraná, utilizando al país y sus ríos como un tabique contra la penetración comercial de China por las grandes arterias fluviales de Sudamérica.
A 19 mil kilómetros de distancia, en la isla de Formosa, el gobierno de Taipéi también respira. Podrá mantener, al menos por unos años más, sus relaciones diplomáticas con su último socio en Sudamérica, y con uno de los últimos en el hemisferio, tras el viraje consumado en los últimos años por varias naciones caribeñas y centroamericanas que reconocen ahora la política de “Una sola China”.
Pero este alineamiento total también dificultará el despliegue de políticas soberanas en los países vecinos, los que conforman, según la entrañable expresión de una de las principales corporaciones del agro-negocio, la “república unida de la soja”. También las políticas de integración se verán atemperadas, en pleno proceso de reactivación de la Unasur, lo que podría profundizar aún más el secular aislamiento del Paraguay.