"Me acuerdo que Mica, durante la pandemia, en una de las reuniones virtuales que hacíamos para seguir existiendo, básicamente, me dijo: "vos entendes que lo que quiere hacer Madonna ahora, no lo puede hacer, y nosotras tampoco. Podemos estar al mismo nivel de imaginación que Madonna, porque lo que ella imagine y lo que nosotras imaginemos no va a ser hecho. Así que hay que tratar de imaginar lo imposible", afirma entre risas Irene Polimeni Sosa sobre Micaela Tapia, con la que comparte la co-dirección de La imagen grande, una obra teatral no convencional que usa de escenario el Hipódromo de La Plata y surgió de una idea abstracta, delirante y romántica en partes iguales: imaginar hacer teatro en el cielo.
El origen
Irene y Micaela se conocieron antes de la pandemia, en el taller de actuación de Rosetti Espacio, pero fue durante el encierro que atravesaron una crisis similar: cómo pensar las posibilidades del lenguaje escénico, cada uno desde su casa.
"El teatro es un poco ver todos la misma cosa. Queríamos hacer teatro pero no podíamos estar juntos. Y el cielo se me aparecía un poco como la democracia de lo visible, porque está pasando un avión y yo lo veo acá y vos a cinco cuadras. Eso de hacer teatro en el cielo me empezó a obsesionar, y empezó una investigación que duró casi tres años", afirma Micaela Tapia, de formación, actriz. La imagen grande es su primera obra como dramaturga.
La pregunta fue cómo pensar la escena en un escenario donde las acciones de los actores no sean iguales que en un escenario tradicional. A raíz de eso, las chicas se cruzaron en una residencia site-specific, donde conocieron a gente de MULA Cultura, una asociación civil platense orientada a la creación, producción e impulso a proyectos artísticos en espacios no convencionales. Hoy, los productores de La imagen grande.
Buscando una locación para su "obra de teatro en el cielo", se cruzaron con el Hipódromo de La Plata, un emblema de la ciudad, pero sobre todo, una inconvencionalidad. El gigante de sesenticuatro hectáreas se presentaba como un lienzo vacío donde experimentar todo lo que habían estado charlando.
"Si tenemos este lugar tenemos que hacer algo acá", afirma Micaela que pensaron juntas. "Llegamos al hipódromo como en un tobogán. Fue natural e ingenuo. Nunca lo imaginamos ni lo soñamos".
La obra
La imagen grande se sirve del inmenso espacio del Hipódromo de La Plata para pensar la relación entre lo uno y lo diverso. El público es conducido hasta las gradas, desde donde observa expectante al estímulo el amplio campo que se abre ante sus ojos. Todo lo que alcanzamos a ver podría como podría no formar parte de la obra. Incluídos los caballos, que pastan pacientemente como esperando que empiece la obra. Incluída la fábrica de YPF que se ve al fondo, que no deja de humear, en constante funcionamiento de quema de petróleo.
Las distintas historias cruzadas (tres en total) van apareciendo por diferentes ángulos, obligando a quien está mirando a voltear la cabeza, sorprenderse, emocionarse. Mientras tanto, una narradora introduce las distintas escenas conduciendo a los espectadores a adentrarse a la ficción como en un sueño.
Irene se sumó al proyecto cuando el Hipódromo ya era una realidad. "Con el tiempo mi rol como codirectora, como todos los roles de la obra, se fue perfilando solo. Hay algo de cómo la obra dialoga con el espacio que también se fue perfilando solo dentro de las prácticas que comenzamos a hacer. En principio, la manera de componer escénicamente tiene más que ver con explorar, con proponer prácticas, ejecutarlas, ver qué pasa, acumular, volver.
Con el elenco vinimos al Hipódromo durante más de un año y medio, hubo un proceso muy largo que fue conocer a fondo el lugar. Ahí nos contaron cómo habitaba la gente el espacio, que después ingresaron a la obra. Como que hay gente que elige que sus cenizas las tiren acá", afirma Irene.
El elenco (conformado por Lucrecia Varela, Matías Marshall, Ulises D’Atri, Franco Manterola, Tadeo Macri, Micaela Nardone y Daniela Brunfman) participaron activamente del proceso de gestación del texto en esas pruebas y errores en el espacio. Sus codirectoras resaltan que en su opinión, todo proceso teatral es un proceso absolutamente colectivo.
"Teníamos estos grandes ejes que queríamos tocar: el uno y el todo, y las cosas que vinculan al hombre con algo mayor: la religión, la muerte, la amistad, el arte. A partir de esos ejes, nos juntamos con el elenco a hacer un montón de cosas. Sobre todo, a hablar, a hablar sin parar de todos esos ejes y cómo nos afectaban. Nos grabamos hablando, fueron jornadas enteras donde reflexionamos acerca de cómo hablamos de esos temas, cómo está presente en nuestro día a día", afirma Irene.
El resultado de esas grabaciones se convirtió en la obra. "Cada uno de los actores dice muchas cosas que alguna vez algún otro dijo conversando. Si hubiese cambiado alguno de los del elenco durante el proceso, la obra hubiese sido otra. Pero cuando esos ensayos, esas grabaciones pasaron al espacio eso se convirtió radicalmente. Fue todo un proceso descubrir el procedimiento de la obra. Cada parte llevó mucho tiempo de investigación. La fuimos montando como un rompecabezas", afirma.
El espacio
Finalmente, el Hipódromo de La Plata se convirtió en un personaje más dentro de la obra. Lo que al principio apareció como un desafío ("¿cómo hago para construir algo acá con tres humanitos, cómo hago para que no me coma la inmensidad?", se preguntaba Micaela), terminó siendo la particularidad de la obra.
"En realidad todo el tiempo estamos formando parte de algo más infinito, más inmenso. Pero lo que tenemos es el recorte, lo achicamos en nuestra ficción humana, en nuestro campo de sentido", afirma Micaela.
Mientras sucede la obra pautada, las historias cruzadas, los actores, puede pasar cualquier cosa. Por ejemplo, que pase un pájaro, que un caballo actúe: en la función del sábado, un actor soltó unos globos de helio que se fueron volando, y el caballo dejó de pastar y empezó a seguirlos.
"A veces existe un entendimiento de que la tensión existe cuando el espectador está viendo exactamente lo que yo quiero que vea. Acá la tensión la entendemos de una manera completamente distinta. Si bien está sucediendo esto, la idea es que vos puedas mirar hacia cualquier punto que se te ocurra, que simultáneamente estén pasando cientos de cosas", afirma Micaela.
"Por ejemplo: siempre viene mucha gente a correr al Hipódromo. A nosotros nos encanta que eso pase, y no podemos controlarlo. Y una vez al terminar la obra alguien se acercó y me dijo "cuando pasó esa persona corriendo, entendí la obra". Nos interesaba poder someter nuestro trabajo a esos imponderables, a las arbitrariedades que no podemos controlar", afirma Irene.
El estreno se canceló por las condiciones climáticas (al ser al aire libre no puede relizarse con lluvia), pero finalmente la lluvia brilló por su ausencia. "Decidimos someternos a una ley que no es la de total control. Si es una sala de teatro y llueve, la obra se hace igual. Acá, aunque nos pese mucho, en el fondo ninguno terminó de sentir un pesar tan grande, porque decidimos hacer una obra que tiene que ver con que no podemos controlar todo, y que nuestra vida chiquita e insignificante es patética y maravillosa porque es lo único que tenemos. Cuando llueve y no se puede hacer la función, es un poco irónico. Y aprendemos de eso: al final, la obra no es tan importante", afirma Irene.
"Aunque no llovió, yo lo que pensé ese día es que la función se hizo igual, sin nosotros. Este espacio nunca está vacío, es imposible que esté vacío. Entonces es pensar: ¿qué significa que una sala esté vacía? Vacía puede estar de actores, de directores, de escenografía, pero esa sala nunca está vacía", afirma Micaela.
La imagen grande tendrá dos funciones más, si las condiciones naturales y los caballos los acompañan. Existe la posibilidad de que vuelvan en primavera, buscando que la temperatura acompañe. Continuarán sometiéndose a los tiempos de aquello que vive para hacer teatro.