Hay quienes dicen que no hay amor como el que se da entre hermanos. No porque sea más fuerte que el que se construye en otro tipo de vínculos, sino porque se trata de una relación extraña: pueden estar peleadísimos, incluso sin dirigirse la palabra durante un buen tiempo, pero el instinto hace que ante cualquier problema de uno, los otros acudan inmediatamente a su contención. Claro que se trata de una relación de insólita inestabilidad, casi esquizofrénica: cualquier cosa, por más pequeña que sea, puede convertir el amor en una tormenta imparable. Algo de ese vínculo único aborda Para mí, para vos, la obra que este viernes 5 de mayo se estrena en el teatro Multitabarís Comafi (Corrientes 831). Una pieza teatral que, en clave de humor, ahonda en la relación entre tres hermanos que tienen muchas cosas atragantadas, y se las dicen todas juntas en un fin de semana de locura.
Para mí, para vos es una comedia que tuvo su éxito en Broadway hace algunos años (bajo el nombre de Vanya y Sonia y Masha y Spike), que en 2013 ganó el premio Tony como la mejor representante del género, y que luego fuera adaptada en distintos países. La versión argentina llega con el protagónico de Soledad Villamil, la reconocida actriz que con esta obra regresa a los escenarios después de 17 años, en los que dedicó su vida profesional a trabajar para el mundo audiovisual y a desarrollar su carrera como cantante, tiempo en el que publicó cuatro discos. Dirigida por Héctor Díaz, a la actriz la acompañarán Boy Olmi y Laura Oliva, mientras que Paula Ransenberg, Tupac Larriera y Ailin Zaninovich completan el elenco.
La obra escrita por Christopher Durang es un intenso subibaja emocional, que cuenta la ola de celos, amor, traición, locura y deseo que se desata cuando Masha (Villamil), una reconocida pero en decadencia actriz de cine y televisión, vuelve a la vieja casa familiar junto a su joven amante. Allí la esperan sus hermanos Vanya (Olmi) y Sonia (Oliva), quienes viven bajo el mismo techo con sus enfermos padres, a quienes desde hace años cuidan a diario. Lo que iba a ser una visita fugaz y tranquila con motivo de acudir a una fiesta, sin embargo, se transforma en un caos cuando cuando Masha revele el motivo real de su regreso, que hará aflorar los peores -y reprimidos durante años- sentimientos entre los hermanos.
“La obra es un comedia muy chejoviana, tanto en sus temática como en sus personajes y abordajes”, le cuenta a Página/12 Villamil. “Es una comedia inteligente, que se detiene a analizar con mucha crítica y desparpajo el tema de los vínculos humanos. En este caso, la relación entre los hermanos y lo que cada uno esta atravesando, pero también la mirada que cada uno tiene sobre el pasado, el presente y el futuro. Es impresionante todo lo que un reencuentro entre hermanos puede desencadenar. Hay una mirada aguda sobre la hermandad y el paso del tiempo, pero a la vez vehiculizada por la comedia, que potencia un montón todo lo que pasa. Creo que va a haber una gran identificación del público con la obra, porque la familia siempre es un tema que nos atraviesa. Todos tuvimos sobremesas tremendas”, subraya la actriz.
-Tu personaje, Masha, es la que desata el conflicto. ¿Se trata de una actriz que ya está "de vuelta" pero que, sin embargo, mantiene las ínfulas de lo que alguna vez fue?
-Creo que ella siente, percibe, aunque lo niega, pero hay una parte de ella que sabe que está en un momento en el que ya no va a tener los roles que tenía a los 30, que la vida pasa, que va a envejecer… Es una especie de fantasma del cual ella viene escapando. Viene huyendo de ese fantasma, tratando de aferrarse a ese personaje que construyó de sí misma, el de la diva amada. Todo en ella es como una película alrededor de su vida. Ella es muy negadora, egocéntrica, insoportable. En un momento la hermana le dice que estar al lado suyo es agotador, porque no para de desplegar una escena tras otra, y claro, en el contexto familiar, esa puesta entra en crisis. Ella llega con un novio 20 años más joven y todo queda muy expuesto: ese personaje que ella se armó para la vida pública se empieza a resquebrajar en la casa familiar. Y estalla todo por los aires.
-¿Cuál es el desencadenante del conflicto?
-El disparador es que ella vuelve con la intención de vender la casa de su familia. La excusa de su regreso es que tienen una fiesta de disfraces en la casa de unos vecinos, los quiere arrastrar a todos a esa fiesta. Pero su intención, ahora que entró en un momento de declive de su carrera, es vender la casa porque no la puede bancar más. Y sus hermanos no quieren saber nada con esa idea y le pasan facturas.
-La decadencia de la aristocracia es uno de los grandes temas de Antón Chejov.
-Absolutamente. La decadencia de la clase alta cruza la atmósfera de la obra. Todo el patetismo de esas vidas queriendo ser algo que no son... La obra expone esa imagen que cada uno se construye de sí mismo y cómo esa imagen llega un momento que te atrapa, que es una cárcel, de la que no podés salir. No es sencillo escapar a la imagen que cada uno se construyó de sí mismo.
-¿Los artistas siempre fueron rehenes de eso, no? Aún cuando en la actualidad el sistema -a través de las redes sociales- proyecta esa construcción pública a todos los sectores.
-El sistema que nos obliga somos nosotros mismos. Porque en el caso de los hermanos en la obra, Masha claramente ha construido un personaje que es más público. Pero todos construimos personajes en nuestras vidas y en cierta manera terminamos atrapados a ellos. En la obra, por ejemplo, Vanya se cree una artista incomprendido, tal vez para no aceptar su realidad. O Sonia, que es la sacrificada y emocional de la familia… ¿Somos realmente eso o hacemos identidad en lo que construimos y lo sostenemos? Yo creo que, en ese sentido, todos interpretamos algún personaje. Y que hay un momento de la vida en la que a todos se nos caen las máscaras. O nos las hacen caer. Detrás de lo que mostramos siempre hay un universo más complejo y frágil. Pero no nos gusta mostrar eso.
-Uno trata siempre de mostrar sus virtudes, más que sus debilidades. Es casi un mecanismo de defensa del ser humano.
-Y mostrar lo que uno cree que es una virtud también. Porque lo que para uno es una virtud puede no serlo para el resto de las personas. Las virtudes también son una construcción propia pero que se complementa con la mirada de los demás. Masha tiene una identidad narcisista que se pone en jaque en su casa familiar. La obra pone en crisis las identidades de todos, lo que cada personaje siente que tiene, el futuro que cada uno se imaginaba y lo que realmente son. Muy de crisis de la mitad de la vida.
-Hablando de ego y de identidades narcistas, ¿los actores necesitan ser egocéntricos para salir a un escenario, para creerse el personaje? ¿Hay un ego que hay que domar o hay que hay que insuflar? ¿Cuál es tu relación con el ego?
-Creo que las actrices y los actores necesitamos esa confianza en nosotros mismos, que puede ser de insuflar el ego o de algún otro tipo. Hay que tener una gran confianza en una para aceptar un rol, creer que los vas a hacer bien y te van a creer, y subirte al escenario y enfrentar a cientos de personas, que terminarán aplaudiéndote. Ahora, si después eso se convierte en un estado permanente, donde sos actor o actriz a toda hora y en todas partes, hasta en el baño de tu casa, es un tema para trabajar. Por lo general, son los vínculos los cercanos, aquellos que te conocen bien, los que terminan ubicándote si te pasás de mambo. O algún acontecimiento de la vida. Un día estás arriba de la ola y sos la mejor, y a la obra de teatro siguiente es un fracaso. Inevitablemente te preguntas quién sos.
-¿Te ha pasado, a lo largo de tu carrera, de confundirte, de no poder separar personaje y realidad?
-No, no. Pero sí debo decir que ahora, que estamos en pleno ensayo, me despierto todos los días y sin darme cuenta me encuentro repasando la letra en la cama. No es que sea un proceso consciente, sino que me duermo y me levanto con una escena en la cabeza. O estoy manejando y en mi cabeza estoy trabajando una escena.
-¿Estás alienada?
-No, no lo padezco. Al contrario, creo que me pasa porque me divierte, porque ahora estoy subida a esta obra. De hecho, me suele suceder en los momentos previos a los estrenos de teatro, o mientras estoy en rodaje. Son momentos en los que una está creando, donde la cosa está emergiendo, estamos inventando y me meto de lleno en ese proceso.
-¿No se transforma en una obsesión?
-No. Me imagino que a muchos les debe suceder en cuestiones creativas. Me imagino a un pintor que se despierta a las 3 de la mañana y tiene una idea que quiere probar y se levanta y la pinta. La creación no es un proceso mecánico. En la creación interviene la conciencia pero también el inconsciente. Son momentos en los que la obra y el personaje están tomando forma… Se ocurren cosas que hace una semana ni me imaginaba y ahora las estoy haciendo. Y por ahí la semana que viene se reformulan, es como un momento de mucha absorción. No, mejor: es un estado de enamoramiento. ¿Viste cuando te enamorás y lo único que haces es pensar en eso? Para mí el proceso creativo de construcción de la obra y del personaje es como de un estado de enamoramiento.
"La paso bomba haciendo teatro"
Para mí, para vos marca el retorno a las tablas de Villamil. Su último paso por el teatro fue en 2005, cuando protagonizó Ella en mi cabeza, la obra que junto a Julio Chávez y Juan Leyrado comenzó su primera temporada en el Paseo La Plaza. Desde ese entonces, la veta actoral se limitó exclusivamente al trabajo audiovisual, tanto en cine (donde formó parte de El secreto de sus ojos, la película ganador del Oscar) como en televisión y streaming. En estos años, Villamil construyó una carrera musical, con la publicación de cuatro discos y una enorme cantidad de conciertos por todo el país que la mantuvo alejada del teatro. “No me había dado cuenta que había pasado tanto tiempo sin hacer teatro. Fue Tomás Rottemberg -uno de los productores de la obra- el que me hizo hacer cuentas y ahí me di cuenta de que los años pasaron más de lo que yo creía”, reconoce Villamil.
-¿Había sido una decisión no hacer más teatro?
-No, no, no. Hace 17 años hicimos Ella en mi cabeza, una experiencia espectacular y un éxito tremendo, pero justo quedé embarazada de mi hija menor y la vida cambió. Lo que fue una decisión fue no volver a trabajar en un rodaje de 12 horas diarias, para administrar un poco los tiempos, con dos nenas a cuestas. Y tenía muchas ganas de cantar, armé un espectáculo sin mucha planificación a largo plazo y después vinieron las giras, los viajes, los discos. Tuvo que ver con un momento personal. Y ya en el baile me era imposible compatibilizar la música con el teatro, porque comparten franja horaria. Era imposible. Pero no es que no quería hacer teatro. Al contrario: siempre que iba al teatro de espectadora o que leía alguna obra me daban muchas ganas de hacer teatro, que siempre me encanta, la paso bomba.
-¿Extrañaba hacer teatro? Los actores y las actrices suelen subrayar que pueden no hacer TV o cine, pero que siempre añoran subirse a un escenario.
-Es verdad. Creo que es algo natural. El teatro es un espacio donde las herramientas narrativas somos los actores, nuestros cuerpos. Hay algunos otros recursos narrativos, pero muchísimo menos que los que puede tener el cine. Se dice que la tele es del productor, el cine es del director y el teatro es del actor. Y tiene algo de verdad, porque nadie te edita, porque el tiempo lo manejás vos, porque ponés tu cuerpo cada noche. En una obra como esta, encima, que es una comedia en donde el timing es fundamental, lo que pasa en la escena entre los actores, cada uno en sí mismo y en conjunto con los demás, es lo que hace que la obra esté viva y que funcione. Desde el remate de una situación graciosa hasta la posibilidad de transmitir alguna otra emoción.
-¿La comedia necesita de un timing más ajustado que en otros géneros?
-Es todo timing. Claro, lograr eso es complejo porque además, cuando se estrena finalmente, también está el timing de las carcajadas del público, para saber cuándo tomarse un tiempo y hacer que se escuche la letra. La comedia requiere mucho del día a día y del andar. Algunas te las imaginás, podés decir, acá seguramente habrá carcajadas, y tal vez después el público te sorprende. Los públicos son diferentes cada noche. Cada función es diferente. Es algo muy notable el teatro, ¿no? El teatro es algo muy analógico. El teatro se hace igual ahora que como se hacía 1500 años atrás. Es un refugio que tenemos de otro tiempo, que hay que conservarlo, hay que cuidarlo. Se conserva solo, ¿no? Porque la sensación es que hay algo ahí que necesita ser experimentado por los que lo hacemos y por los que lo ven. Se ha dicho muchas veces que el teatro va a morir y la verdad que es una profecía muy lejos de ser cierta.
-Aún con la tecnología que facilita el acceso a una cantidad de obras culturales a las que antes no se tenía acceso, el teatro continúa muy vivo.
-Hoy es mucho más fácil tener acceso a una serie que ir al teatro. Quedarte en tu casa viendo Netflix o viendo... Amazon Prime. Pero la experiencia de teatro es única. Hay algo que pasa que no es solo entre los que lo hacemos, porque nos gusta y es nuestra vocación, sino también de parte del que lo quiere ver.
-Bueno, no por nada tras la pandemia el teatro se recompuso mucho más rápidamente que el cine. Hay un rito teatral que la tecnología no puede reemplazar.
-El teatro tiene una cosa de auto regalo, es una elección personal. Esto de regalarse un tiempo para uno. Te pasa también en el cine, pero ahora las propuestas audiovisuales están multiplicadas al infinito, al punto de que hasta uno puede llegar a saturarse. El teatro implica una abstracción del tiempo y el espacio durante la hora y pico que dura el espectáculo, en donde te fuiste a viajar con esos personajes, con esa temática, esas emociones, lo que sea que se mueva. Es un rito que nos sumerge en un tiempo suspendido, donde podemos imaginar y conectar de otra manera con lo que estamos viendo y, por ende, con uno mismo.