En América Latina hay un punto culminante del modelo de región que tiene en mente la derecha global, articulado hoy en numerosos nuevos gobiernos con mandantes en el Norte y no en sus electorados. Ese clímax, que nos acerca a Africa más que nunca, estalla en el triángulo norte de Centroamérica, donde Guatemala, El Salvador y Honduras forman un triángulo maldito. Esas poblaciones expoliadas y borradas de la agenda mundial, sobre las que no sabemos nada porque la pata mediática del modelo se ocupa de sombrearlas, son a su vez un sector más vulnerable aún que los pobres a secas, que son la aplastante mayoría: son los niños, las niñas y los y las adolescentes que quedan huérfanos o no, pero que huyen. Niños en edad escolar que no van a la escuela, sino que migran, que intentan escapar solos y por sus propios y exiguos recursos de sus hogares que ya no existen. Entre 2011 y hoy, se ha duplicado en número que criaturas cuyos rostros no vemos y cuyas historias ignoramos. El año pasado se estiman en 200.000 los menores de edad que huyeron.
De esos países no se publican noticias. Del que sí nos acordamos un poco más es de Honduras, donde en 2009 fue derrocado Manuel Zelaya en el primer golpe blando de una larguísima seguidilla de pantomimas de democracia. Zelaya fue derrocado por la Corte Suprema con la excusa de que estaba planeando llamar a una consulta popular para una reforma constitucional. Ahí hay un hueso. La Asamblea Constituyente que mantiene todavía en pie a Venezuela con sus ocho millones de voluntades expresadas, indica el núcleo de resistencia al verdadero cambio que debe ser impedido: la derecha global necesita mantener el statu quo de las Constituciones respectivas de toda la región, vigentes desde la última oleada neoliberal, en los ´90, salvo en los países que no casualmente han podido resistir las embestidas neogolpistas: Venezuela, Bolivia, Ecuador –donde hoy, tristemente, hay traiciones–. Los procesos populistas –o socialistas del siglo XXI– que capitalizaron el apoyo popular para reformar sus Constituciones neoliberales y regirse por normas que permitieran el florecimiento de nuevos paradigmas, son los únicos que sobreviven y dan un indicio de qué implica “cambiar” si se habla castellano.
En su sitio oficial, la cantante mexicana Natalia Lafourcade, subió esta semana un video institucional de la Acnur que protagoniza ella misma hablando a cámara: “Hay que ser solidarios con los niños que huyen”, comienza, y explica: “La violencia y la persecución en El Salvador, Honduras y Guatemala, ha generado una crisis que ya no puede ser ignorada. Los niños, niñas y adolescentes son particularmente vulnerables ante el reclutamiento forzado y los abusos del crimen organizado. Muchos de ellos siguen huyendo y pidiendo asilo en países como México, Costa Rica, Panamá, Bélice; Estados Unidos y muchos más. Seamos solidarios, ayúdanos a que esta crisis ignorada no lo sea más. Unete a la campaña de Acnur y sigue la campaña #Niñosquehuyen”.
Esa es la línea recta que va desde la destrucción de la educación pública y los saqueos brutales a los Estados y a los recursos naturales, a la epifanía siniestra de un mismo modelo, que concibe esta región igual de sacrificable que Africa, de donde proceden la mayoría los migrantes que mueren en el Mediterráneo. Quizá de allí nos lleguen fotos. Llegaban incluso muchas menos fotos antes de que el Papa Francisco, en su primer viaje de Estado, eligiera Lampedusa como la primera zona mundial que quiso hacer visible. De los niños y niñas migrantes de Centroamérica todavía no se habla.
¿Qué tiene que pasar en un país para que sus niños y niñas estén solos, no tengan hogar, para que hayan quedado huérfanos masivamente o aún sin serlo sean animados por sus padres a emprender viajes plagados de peligros, amenazas, violaciones, mil demonios? ¿Qué infiernos cocinaron los muy ricos en sus países de origen para que centenares de miles de niños y niñas huyan, con un solo horizonte por delante, que es su propia supervivencia? ¿Cómo se generan Estados que permiten, en su retirada, que el crimen organizado reclute por la fuerza a los niños y niñas pobres para hacerse servir por mano de obra gratis y carne de cañón en el narcomenudeo?
En todos los países de la región están en marcha reformas educativas avaladas por las Constituciones de los 90. No es casual que los gremios docentes de toda América Latina sean, junto con los gremios estatales, los principales y primeros agredidos. Lo que hay que entender mejor es que la destrucción de la educación pública es el ariete de los narcoestados, porque la educación es lo primero que atacan para desmantelar de cuajo la expectativa de progreso y la toma de conciencia. La derecha global no quiere a los niños en las escuelas, salvo en las nuevas y numerosas escuelas privadas que generan no sólo más inequidad sino que se constituyen en multiplicadoras del evangelio del dinero.
En Perú, hace cuarenta y cinco días que hay huelga docente indefinida. Con distintas modalidades, el puntapié inicial del conflicto fueron las evaluaciones de docentes que impusieron los gobiernos de derecha. No se trata solamente de achicar el gasto público, sino de un dispositivo sistémico que culmina cuando se ha reemplazado a los antiguos docentes por otros, que no sólo provienen de un ejército de desocupados dispuestos a trabajar por salarios de hambre, sino que se prestan a enseñar a aplacarse y a adaptarse a una vida sin derechos. Los gremios peruanos carecen de una conducción central, pero en todas las provincias y ciudades importantes, desde Lima hasta el Cusco, pasando por Arequipa, Puno, Ayacucho, San Martín, Madre de Dios, Moquegua, Huancavelica, hay manifestaciones. En el Cusco, esta semana, algunos de esos manifestantes se mostraron desangrándose gota por gota sobre cartulinas tiradas en el piso y manchadas con sangre. No hay metáfora.
El relato oficial peruano indica que la educación privada ha dado buenos resultados… en Africa, sí, en las zonas más pobres de Africa. Parece una mala broma, pero ese relato cita a “expertos” anglosajones que han “comprobado” las virtudes de la educación privada en países estallados en guerras internas, hambreados hasta la curva más violenta de la desnutrición y el abandono de personas. La misma reforma educativa, con sus matices nacionales, se lleva a cabo en México. Los 43 normalistas de Ayotzinapa no fueron los últimos en ser atacados y asesinados por paramilitares que actuaron junto con fuerzas de seguridad municipales y federales. Los ataques a los estudiantes normalistas siguieron y siguen. La derecha global necesita destruir la escuela como ámbito de contención y conciencia, mientras al mismo tiempo criminaliza a los niños y niñas pobres y los pone en manos del crimen organizado.
Los niños y las niñas que huyen no huyen sólo del hambre y la violencia. Huyen de un destino ya sellado, que es convertirse ellos mismos en mano de obra del delito, y morir pronto. En Perú, como en México, los padres y las madres ya se dieron cuenta de que la lucha docente necesita ser apoyada por ellos, porque lo que está en juego no es un salario docente a secas, sino el destino rápido y fatal para sus hijos: la derecha global no está interesada en el futuro porque su proyecto es extractivo, como en Africa. Necesitan incluso extraer y abandonar los territorios a tiempo para que nuevamente los buitres compren todo.
Si pudiéramos tener perspectiva se entendería mejor. Pero miremos aquí, miremos allí, miremos al costado, y preguntémonos no por nosotros, sino por nuestros niños. Recordemos una vez más a Luciano Arruga, que fue asesinado por negarse a robar para la policía. De esa estirpe son los miles y miles de niños y niñas a los que no defiende nadie, a los que nadie mira ni fotografía, sobre los que no se escriben crónicas ni se viralizan videos. Son de esa estirpe, pero no son excepcionales: la derecha global los ha entregado al narco, la misma derecha que se ufana por televisión de combatir el narcotráfico.
Las luchas docentes significan más de lo que parece o se dice. Significan más incluso de lo que conceptualizan los gremios docentes. La destrucción de la educación pública es la base para destrozar la vida de las nuevas generaciones, anular cualquier posibilidad de repolitización, y generar nuevas cajas de sustento de la falsa política. El texto que comunica Natalia Lafourcade en su sitio oficial es el mismo que comunica Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados. La campaña de visibilización de esta atrocidad está en marcha con el hashtag #Niñosquehuyen. Nos toca a nosotros darle importancia, porque el modelo es el mismo y viene hacia el sur.