Conocer las características específicas de una comunidad es un imperativo para todos aquellos responsables de la toma de decisiones públicas: solo así es posible atender necesidades y brindar bienes y servicios de calidad. En ese sentido, la tendencia mundial hacia el envejecimiento poblacional anticipa futuros desafíos a la hora de planificar políticas: según la Organización Mundial de la Salud (OMS), entre el año 2000 y 2050 el número de personas mayores de 60 años a nivel mundial se duplicará.
Dado que la cantidad de personas grandes en la Ciudad será cada vez mayor, es preciso que sus necesidades sean tenidas en cuenta durante el diseño del conjunto de políticas públicas, ya sean de transporte, de salud o de medio ambiente. Alrededor del mundo, las ciudades emprenden acciones para ajustarse a esta tendencia, desde la instalación de tiras antideslizantes en los cruces peatonales para asegurar el paso de los más grandes hasta incluso la implementación de programas para la escuela primaria y secundaria con el objetivo de enseñar sobre el envejecimiento y las personas mayores.
En diciembre del año pasado, el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires adhirió, junto con otras 350 ciudades del mundo, al Programa de Ciudades Amigables con las Personas Mayores de la Organización Mundial de la Salud (OMS), casi 10 años después de su creación. Esta adhesión contrasta con una Ciudad que no es del todo amigable para con los más grandes: son frecuentes las situaciones adversas que limitan a estos porteños a la hora de desarrollar sus actividades cotidianas.
Un ejemplo claro es el del transporte: la accesibilidad del subte es insuficiente, puesto que pocas estaciones poseen ascensores o escaleras mecánicas que funcionan. Por otro lado, no todas las paradas de colectivo cuentan con espacios para esperar sentado, lo que termina generando que quienes no pueden esperar parados deban recurrir a un medio de transporte alternativo, como por ejemplo el taxi.
Buenos Aires no podrá convertirse en una “Ciudad Amigable para Adultos Mayores” si los servicios de salud no estaìn correctamente distribuidos en toda la Ciudad y son de difícil acceso. Tampoco lo hará si la utilización de los grandes tachos negros de basura continúa exigiendo un esfuerzo físico que los grandes no están en condiciones de hacer, o si la distribución territorial de las campanas verdes sigue siendo insuficiente.
Los datos hablan de la magnitud y centralidad del desafío a asumir: la expectativa de vida en la Ciudad de Buenos Aires es de 77 años, una cifra que supera los 76,3 años que promedia el país en su conjunto. Además, el 21 por ciento de los porteños son adultos y tienen más de 60 años; porcentaje que también supera al nacional (17 por ciento). En sintonía con lo proyectado a nivel mundial, se estima que la expectativa de vida de los porteños aumente con el correr de los años: hacia el 2040, habitarán la Ciudad 5145 personas de más de 100 años, es decir, 3914 más que en 2017. La cifra es sorprendente si se considera que en 1991, según el Censo Nacional, eran solo 600.
Además, un 35 por ciento de los porteños de entre 65 y 80 años viven solos, mientras que ese porcentaje escala al 48 por ciento entre los mayores de 80 años. En este contexto, las personas grandes tienen necesidades específicas que deben ser atendidas desde el diseño de políticas que apunten a mejorar la calidad de vida de la comunidad en su conjunto, con un enfoque basado en los derechos humanos y la inclusión.
Son muchas acciones que se podrían implementar para generar importantes cambios en la calidad de vida de la comunidad. Cada una de ellas contribuiría con el objetivo de que los grandes sean nuestra gran prioridad.
* Presidente del Consejo Económico y Social de la Ciudad de Buenos Aires.