El último libro del autor español Luis Orriols, Democracia de Trincheras, explora el fenómeno político de la identidad, la adhesión a partidos e ideologías y un sinfín de reflexiones útiles para comprender la polarización.
Orriols dice que “cuando la gente empieza a dividir el mundo en función de un atributo determinado (sea la raza, la religión o la ideología), tiende a exagerar las diferencias entre los distintos grupos y acaba en última instancia derivando en actitudes hostiles hacia los colectivos que se perciben como diferentes”.
Sin duda ello es así. Sin embargo: ¿son moralmente equivalentes los métodos que se han utilizado en la Argentina para vencer al adversario de uno u otro supuesto bando? Basta un poco de memoria basada en hechos y no en especulaciones, para saber que no.
Historia
El 16 de junio de 1955, 34 aviones, en su mayor parte de la Marina, bombardearon Plaza de Mayo para intentar asesinar a Perón y produjeron no menos de 364 muertos y más de 800 heridos, gente inocente que por distintos motivos estaba allí entre las 12.40 y las 17:50 horas.
Tras el derrocamiento de Perón, a quien durante décadas se lo denominó como “El tirano prófugo”, un gobierno de facto derogó la reforma constitucional de 1949. Una que, entre sus principales normas, incorporaba los derechos humanos de segunda generación (laborales y sociales), la igualdad jurídica del hombre y la mujer, los derechos de la niñez y la ancianidad, la autonomía universitaria, la función social de la propiedad, la elección directa del presidente y el vicepresidente y la posibilidad de su reelección. Tal vez una de las más avanzadas del mundo.
Las democracias posteriores a 1955 no juzgaron a los responsables de aquel atentado contra civiles inocentes, ni intentaron jamás cuestionar la ilegitimidad de suprimir una reforma constitucional sin la participación de una asamblea constituyente.
Se debe comprender que entre 1955 y 1976 solo tres presidentes fueron electos, dos bajo la proscripción del “satanizado” peronismo y ambos rápidamente derrocados; uno breve tras el retorno de Perón, su muerte y sucesión y el nuevo y más cruento golpe. Para cierta parte de un imaginario histórico dividido, peronismo y autoritarismo son y han sido sinónimos, mientras que los golpes verdaderamente autoritarios y sangrientos vendrían a defender valores democráticos y hasta cristianos.
Pero la cosa no acaba aquí. En este imaginario supuestamente antipopulista, la baja productividad laboral y la promoción de “vagos que desean cobrar sin gran esfuerzo”, fue una consecuencia del peronismo. Jamás se ha escuchado algo similar atribuible a los inversores especuladores, a los contratistas que ofrecen prebendas o a los supermercadistas que engañan a los consumidores y anticipando más inflación, la crean.
Al parecer estos empresarios ingresaron a nuestra historia con un intachable pase meritocrático, como por arte de magia y por culpa de políticos corruptos. Lo que no se dice es que aquellos militares y empresarios también fueron o son corruptos. De eso tampoco se habla, porque se trata de una cosa de “izquierdistas y resentidos”, no de verdaderos patriotas preocupados por el bien de su país. Como si hacerlo ahuyentara grandes inversiones siempre a punto de llegar.
Patriotismo
También del análisis de Orriols se extrae que “el patriotismo se refiere al conjunto de emociones positivas que se derivan de la identidad nacional, tales como la adhesión y amor al propio país. En cambio, cuando a estas emociones positivas se añaden otras de rechazo a los demás y de superioridad con respecto a otras naciones, entonces hablamos de nacionalismo”.
Los supuestos “patriotas y nacionalistas” fueron quienes implementaron la denominada “cláusula Martínez de Hoz”, por el nombre del ministro de Economía de la dictadura (1976-1982) que, mediante la modificación del Código de Procedimientos Civil y Comercial, posibilitó que todos los contratos de la deuda externa argentina fueran sometidos a la ley y jurisdicción del estado de Nueva York.
Martínez de Hoz hizo eso tras haber incrementado la deuda externa de unos 9.700 millones de dólares en 1976 a 45.100 millones de dólares en 1983. Ninguno de estos dólares financió inversiones productivas. Gran parte de esa deuda, sospechada de haber sido una fuga masiva de capitales durante los tiempos de la “bicicleta financiera y la plata dulce”, fue “estatizada” cuando entre junio de 1981 y la víspera de la asunción de Raúl Alfonsín, se produjo el traspaso al Estado de pasivos contraídos por empresas nacionales y extranjeras mediante la circular A251 del 17 de noviembre de 1982 del BCRA.
Ello fue efectuado mediante la herramienta conocida como “seguro de cambio”, cuyo autor fue el mentor del Plan de Convertibilidad. Por supuesto que estas perversidades no fueron puestas en tela de juicio. De allí en más sería la clase política la culpable de todo fracaso.
Quizás convenga recordar que entre 1992 y 2001, la deuda externa creció en casi 90 mil millones y su destino principal fue permitir repatriar utilidades y pagar intereses, muchos de estos rubros correspondieron a empresas privatizadas con rentabilidades extraordinarias. El remanente de reservas se esfumó entre marzo y octubre de 2001, cuando el ministro Cavallo facilitó el vaciamiento de las mismas del BCRA, es decir antes de decretar el “corralito”, pues el BCRA no tenía ya dólares. ¿Cómo lo hizo? Permitiendo a los bancos sustituir el encaje en dólares billete por títulos y bonos del Estado Argentino. Una nueva estatización de la deuda externa.
Pero lo que la mayoría de la ciudadanía ignora es que Repsol, tras terminar de comprar YPF mediante una magnífica deuda de cerca de 16,9 millones de euros tomada entre 1998 y 2000, pudo amortizar en sólo dos años más de 12,9 millones ya en 2002, un 72 por ciento del total.
¿Qué activos vendió? ¿Cómo lo hizo? Nadie lo dice o sabe, nadie lo investigó, pero la fuga de los más de 30 mil millones de reservas en el BCRA ocurridas en esos fatídicos meses de 2001, bien pueden haber ido a las arcas paradisíacas desde las cuales las casas matrices de los bancos luego pagaron dicha deuda a una velocidad no explicable ni por los resultados financieros brutos y netos de Repsol-YPF, ni por la venta de activos. Esto, claro está, es una mera hipótesis, aunque no descabellada.
Años recientes
Entre 2016 y 2019, la deuda externa se incrementó en otros 145,5 miles de millones de dólares y entre 2015 y 2017, los intereses pagados por dicha deuda lo hicieron en 21,7 miles de millones. En términos de estabilidad macro y mejora de indicadores sociales y económicos, los resultados fueron nulos.
El FMI estuvo presente desde 1958 en veintiún acuerdos de condicionalidad fuerte (diecinueve stand by y dos de facilidades extendidas), incluyendo el convenio de 2018, cuando la aventura del endeudamiento y la reedición de la bicicleta financiera se manifestó de un modo salvaje en beneficio de amigos, que la Argentina aceptó en 2022 acorralada por temores no superados.
Lo curioso es que hay quienes no se cansan de echarle la culpa a la clase política y gritan ¡Viva la libertad carajo!, como si viviéramos en una dictadura y a pesar de que el 62 por ciento de la población actual nació en democracia. No se puede definir si ello es perversidad o ignorancia de los hechos. Lo primero, de acuerdo a la definición de la R.A.E. es la "cualidad de quien obra con mucha maldad y lo hace conscientemente o disfrutando de ello"; lo segundo puede que solo sea una aversión a la historia que cuentan los mayores o el hartazgo de lo que creen que es un relato y no hechos históricos documentados que condicionaron pasado, presente y futuro.
Los tiempos actuales son de grandes desafíos en el mundo y aquí. La mayor parte de los argentinos han sido perjudicados por esta triste historia que siendo una compartida, los sigue dividiendo. Eso sí es habilidad mediática Si no hay un despertar ahora, se pasarán muchos años lamentando la negación de la realidad.
* Profesor Titular UNRN adscrito a la Fundación Bariloche