La frase que da título a este escrito ya forma parte del más entrañable acervo popular. Se trata del nombre del álbum más vendido en la historia de la música popular argentina. Un puñado de hermosas y conmovedoras canciones que Fito Páez compuso y grabó hace treinta años con un impacto que hoy vuelve a suscitarse, no solo en los masivos recitales que el músico llevó a cabo para celebrar aquella impactante aparición, sino también en la exitosa serie homónima accesible en la plataforma Netflix. Dado el especial momento que vive nuestro país, hoy aquejado por demenciales discursos de odio, quizás sea oportuno comentar algunos alcances y significados de este amor después del amor que tanta falta nos hace.
Por empezar, desde el más sencillo sentido común el amor después del amor insinúa ese paso decisivo por el cual del mero entusiasmo, calentura, enamoramiento o como quiera llamarse al primer ardor propio de una atracción, se da paso al compromiso necesario para conformar una relación, cualquiera sea la forma y el sentido que la misma adopte. Si se quiere, se trata de un después cuyo mérito consiste advertir que el Otro, lejos de completarme, es un partenaire con el cual compartir la esencial inconsistencia que nos distingue como sujetos humanos. Un amor que hace falta y por el cual quizás tantos y tantas seguimos cantando: “yo lo sé muy bien/que aprendí a querer/el perfume que lleva el dolor”.
Desde ya, la fuerza poética que transmite el amor después del amor resuena de manera singular en cada cuerpo que habla. Aquí nos interesa volcar algunas reflexiones que nos despierta esta frase desde la compleja trama con que los afectos marcan el cuerpo de un ser hablante. Dicho de otro modo: ¿en qué consiste este después que media entre el amor y el amor?
Sin pretender agotar el inmenso abanico de resonancias que la frase de marras sugiere, elegimos considerar la perspectiva de la decepción como esa instancia crucial donde la convicción de un proyecto común --desde una pareja hasta un movimiento popular-- se pone a prueba en la intimidad del sujeto. Es así que una cancelación inesperada, un gesto que traiciona nuestras expectativas, un resultado desfavorable, un amor no correspondido, un proyecto que no funcionó, constituyen todas circunstancias de muy dispar calibre y tenor pero cuyo trámite precipita un mismo desenlace: la herida narcisista. Se trata de una instancia que, por dolorosa, no es menos indispensable y constitutiva para la conformación del aparato psíquico y el despliegue de la subjetividad: la decepción. Porque, más allá de cuáles sean las circunstancias en que el fracaso o el desconsuelo se dan cita, lo que se anida detrás de las ilusiones es nuestro más íntimo interés psíquico, ese componente que Freud eligió pensar en términos de energía y cuya más primaria y radical traducción se formula en términos de cantidad. Por eso es curioso advertir que, frente a un traspié, solemos hablar de los sin sabores de la vida, cuando en realidad, el gusto, los matices, los claros y oscuros, alegrías, tristezas y hallazgos surgen a partir de esta fundante decepción que transforma la cantidad en cualidad. “Yo sé que hay cosas que te ayudan a vivir/ no hacías otra cosa que escribir/Y yo simplemente te vi”.
Por eso, si es cierto que “el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales”, el sentimiento amoroso se constituye desde la más temprana edad en base a una abismal disimetría. Razón por la cual el fenómeno del Poder siempre está presente en toda relación humana.
¿Qué hace posible entonces que un niño/niña pase del mero lugar de interpretado al de intérprete, allí donde por más disimetría que impere en una relación el sujeto encuentra una manera de hacerse valer?
En este punto la serie es por demás elocuente al mostrar el eminente influjo de las personas que --según el momento y las circunstancias--supieron cuidar, acompañar, aconsejar y alentar a este artista que de una u otra manera les hizo falta, condición del amor para nombrarla de una vez. Y por la cual Fito pudo escucharlos y más que eso: interpretarlos. Virtud de músico si las hay. Tal como Fito. Tal como la propia madre de Fito. Y de toda construcción colectiva que nos permita salir de la nefasta repetición a la que algunos nos pretenden llevar. Esas Tumbas de la gloria que nos arrojan: “En un mismo lugar/ Y bajo un misma piel/ Y en la misma ceremonia”.
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires.