El libro Cuarentena, la fragmentación de la imagen es la selección de una serie que la artista realizara durante el confinamiento pero que trasciende en su dimensión estética (en el sentido más amplio que ese término tiene), el sólo período del confinamiento y va mucho más allá.
El artista escribe con la imagen, la imagen escribe, a su vez, aquí, con fotos, estampitas, figuritas, restos de manuales escolares y libros de lectura, postales y last but not least... letras, letras góticas, letras como miniaturas medievales, las que comienzan un texto en la que se explayaban los copistas en los monasterios, la letra que era el lugar donde su fantasía se permitía un despliegue personal.
Una serie de collages que ya desde sus nombres resultan infinitamente poéticos, justamente porque salen del contexto de “La vida cotidiana” (uno de sus collages); “La vida en sociedad”, “Una buena acción”, “Palabras”, “Cada cual en lo suyo”, “Para estar bien”, “Recuerdos”, “La intemperie” y más.
En una carta a Pizarnik, Ostrov, su analista, luego de recibir las quejas de improductividad poética, le responde que la materia prima con la que trabajan los poetas está siempre disponible y ese pasaje (mutatis mutandis) inmaterial de la poesía a la materialidad del cuadro parece ser el caso de este libro.
Jaques Rancière, en su libro “El inconciente estético”, dira que el arte trabaja con el mismo régimen del psicoanálisis, al menos en un campo: el campo de lo mudo, de lo indecible. El del saber no sabido. El inconsciente estético precede al descubrimiento o la invención por el psicoanálisis de su concepto de un inconsciente. Lo insabido del artista tal vez tenga sus propias reglas pero también en una concepción de “lo mudo” en la que abrevó Freud tantísimas veces con Leonardo, con Miguel Angel, con la Gradiva. Es de las artes que Freud extrae como tema central la tragedia edípica.
Novalis va a decir “todo habla” cuando la palabra está enmudecida, cuando para el mundo trastabillan sus significaciones habituales, en ese momento traumático, aquí trauma universal pero que cada sujeto tramita a su modo absolutamente singular, es que Nora ubica el momento de su creación; cuando lo mudo se esparce y se expande. Ese vaciamiento del mundo, la escasa pero pertinaz aparición de imágenes ominosas de las noticias que se anuncian promueven ese “todo habla”, todo es traza, vestigio y fósil.
El arte se presenta como un desciframiento y una escritura de esos signos de “no historia”.
El trabajo del coleccionista, variante refinada del acumulador serial de deshechos, se hace emblema de una mitología del pasado que regresa al presente. El destino se lee desde ese pasado mítico. Como en psicoanálisis, Iniesta recorre desde el presente hacia atrás “la odisea inversa” para alcanzar su Itaca perdida.
El “todo habla" de Novalis es también un orden representativo de jerarquías abolidas. Para Freud no hay detalles desdeñables, al contrario, son los detalles los que nos ponen en el camino de la verdad. No hay temas nobles ni temas vulgares, no hay tampoco episodios narrativos accesorios porque en todos reside la fuerza de la obra de Iniesta.
Así, Nora opera de arqueóloga de un pasado que ignora (no sin gracia) lo que vendría, pero por momentos parecería tener la facultad profética de interpretarlo.
Allí aparece la infancia de la artista, la iconografía de todo una generación, la que coleccionaba figuritas, particular artesanía de la impresión de antigüedad decimonónica.
Y de pronto todo esto fue en la peste como en Edipo, digo el punto en el que Sófocles decide desencadenar la acción, el mito de la epidemia en Tebas, el mito de la cuarentena y el confinamiento en un mito personal y una interpretación que cada sujeto le dio a su aventura interior que como distopía vuelve del futuro.
Nora se encontró con objetos maravillosos que pueden volverse al mismo tiempo angustiantes, los compuso en collages que aparecen como rectángulos laberínticos de doble, triple, múltiple entrada. Allí con letras e imágenes lo imaginario se vuelve simbólico en una suerte de doble vuelta, de ocho interior diría Lacan, que confina lo real en su vacío.
¿Cómo significar el mundo cuando este ha perdido toda significación, todo rasgo de credibilidad, pura caída de lo simbólico? Como si se dirigiera hacia un lugar olvidado recurre a la infancia. Lo infantil no es solo lo propio de los niños sino aquello que reconocemos desde Freud como lo olvidado, y en tanto olvidado, imperecedero.
Infans es etimológicamente el que no habla, in-fans, (fábula, fama, infamia), no habla pero no sólo porque no pueda articular sino porque no puede, no está habiliatado para tomar la palabra en público. Infantia no es exactamente, al menos en latín, incapacidad de hablar porque el verbo fari no significar tan solo hablar en el sentido de emitir palabras;fari es hablar o expresarse en público. En ciertos contextos el verbo faro extiende su significado a celebrar, cantar o predecir.
No siempre se consideró a los niños de la misma forma y solo hay que leer a Philippe Ariès (1987) para entender lo que implicó ese cambio sustancial en la modernidad acerca de la infancia: ”¿No hablamos nosotros hoy día de entrar en la vida en el sentido de salir de la infancia?”
Entonces es ahí, en ese lugar de pasaje, que Nora nos invita a entrar para poder, junto con ella, volver a salir.
Toda marca en el orillo es ubicada en Freud, como “lo infantil”, eso que se produce en un tiempo mítico y al desaparecer, paradojalmente, se vuelve indestructible. Hay ya en Freud una torsión del tiempo que traiciona a Cronos para instalarse como Kairos o incluso como Aión; Cronos es el tiempo devorante, Kairos el de la oportunidad y Aión (de la tradición fenicia) de lo que se repite y retorna. El tiempo aiónico del trauma es infinito, no porque dure eternamente, sino porque es infinitamente divisible. La obra de Nora parece tan infinita como el infinito aiónico, puede pasar como un carrusel y volver a leerse una y otra vez que siempre rezumará nuevas significaciones.
Alicia Killner es psicoanalista, miembro didacta de APA, actual coordinadora de Cultura.
Texto leído en la presentación del libro "Cuarentena, la fragmentación de la imagen", de Nora Iniesta, en la Asociación Psicoanalítica Argentina.