La verdad no cabe en solo deseo. En ocasiones uno se refugia en el lado equivocado de la historia. ¿Qué es lo que le lleva a Messi a ser embajador de Turismo de una monarquía asesina, misógina y corrupta? Una autocracia salvaje que muerde y hace sangre. Mucha sangre. ¿Es solo una cuestión de dinero o una propuesta muy mal valorada? Es un misterio.
El periódico británico The Guardian insinuó que el contrato del jugador argentino es de 10 millones de euros. Una cifra galáctica para cualquier mortal, pero migajas para un futbolista que según la revista Forbes es dueño de un patrimonio de 1.200 millones de dólares. El acuerdo representa menos del 1% de su riqueza. Esta historia tiene algo de epopeya triste, de derrota de mosqueteros de barrio.
Es incomprensible que nadie de su entorno no haya conseguido disuadirlo de este delirio. Que nadie le haya susurrado al oído que este es un Reino que se dedica a descuartizar disidentes y de construir una sociedad por medio de una intrincada jerarquía de menosprecios. Un régimen con las manos manchadas de sangre hasta los codos. Hace pocos años cortaba en pedacitos (literal) al periodista Jamal Khashoggi, para luego ser escondido en pequeñas maletas y ser evacuado fuera del consulado saudí en Estambul. Dieciocho de los imputados fueron acusados de “homicidio premeditado con la intención de causar sufrimientos monstruosos a la víctima”, según describe la sentencia. Un escándalo de repercusiones internacionales que resulta sospechoso que el entorno de Messi no lo conociera. ¿Nadie le recordó el suceso antes de firmar su contrato? ¿Nadie?
Uno se pregunta, además, ¿nadie le “comió” un poco la oreja con los miles de casos de maltrato, torturas, y muertes cometidas por el régimen contra las mujeres? ¿Nadie le habló de Rahaf Mohamed que con dieciocho años casi pierde la vida por negarse a consumar un matrimonio de conveniencia, y tardó casi tres años en planificar la huida, gracias a foros secretos de Internet donde otras saudíes contaban sus experiencias de fuga? La adolescente aprovechó unas vacaciones familiares en Kuwait para hacerse con su pasaporte y volar hasta Bangkok. En Tailandia la localizaron y la detuvieron de forma ilegal los servicios de inteligencia. Retenida en una habitación de hotel, le quitaron el pasaporte, pero no el teléfono. Desde la “nube” sorteó las trabas y alcanzó a huir asistida por una red de apoyo digital. Meses después alcanzaba el aeropuerto de Toronto, donde le esperaba la ministra de Asuntos Exteriores de Canadá. Hoy es “embajadora” por los derechos políticos y civiles de la mujer saudí en la ONG Grant Liberty. Hace unos años solicitó a través del hashtag #NoloHagas,Messi, que el jugador argentino rechazara el cargo de embajador del régimen. ¿Nadie le habló de ella al rosarino? ¿Nadie?
Uno no se olvida que Messi se sumó en numerosas ocasiones a la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo, colaborando en la búsqueda de nietos desaparecidos. En 2014, el jugador se vio fotografiado con una pancarta en la que podía leerse “Resolvé tu identidad ahora”, junto a la presidenta Estela de Carlotto. Por ello el desconcierto muestra sus vísceras. Este lunes, el ministro de Turismo saudí Ahmed Al Khateeb publicó en Twitter tres imágenes que mostraron al rosarino descansando en un palmeral saudí junto a su familia.
La opinión pública internacional no tiene muy buena imagen del Reino. Al contrario de la excelente imagen del rosarino. El régimen se nutre de él, y él se infecta del régimen: el desequilibrio es evidente. ¿En que lo ayuda todo esto? La pregunta queda en el aire.
Aprendimos rápido a no decir lo que debe decirse. Las reflexiones están para agitarlas y ver hasta donde llegan. Que Messi sea embajador de Turismo de Arabia Saudí es un triste y trágico naufragio, por más que lo hagan sonar como el himno de la alegría con la determinación de la orquesta del Titanic.
(*) Periodista. Ex jugador de Vélez, clubes de España, y campeón Mundial Tokio 79.