Lo primero que repite Joshua Redman en cada entrevista es que el jazz no es algo exclusivo para unos pocos ni una música intelectualmente elevada. Sabe, con más de treinta años de trayectoria y más de veinte discos en su espalda, que su definición no es nada original pero no importa: se ha cansado de esas gastadas pretensiones que lo único que consiguen es apartarlo del público. El jazz es algo divertido, físico, espiritual y lúdico, reafirma. Espontaneidad, interacción y constante movimiento siguen siendo los tres elementos primordiales. Y un profundo misterio.
“Como seres humanos necesitamos palabras para definir las cosas, pero para mí no es así. Dejo las palabras atrás y trato de tocar mi música. Es cierto que está basada en el jazz, es la música que amo y soy un músico con lenguaje jazzístico, mi formación es jazzística, mis ídolos son músicos de jazz, pero no por eso me quedo quieto en un lugar. Voy buscando inspiración en otros lugares. Tampoco pienso en separar la tradición de lo actual. El jazz es siempre algo nuevo, es tocar mostrando tu experiencia en la vida, el presente, el momento, siempre fresco. Esa es la tradición y la modernidad”.
En diálogo telefónico desde Estados Unidos con la mediación del trompetista Mariano Loiácono –habitual anfitrión de sus colegas en sus visitas–, uno de los saxofonistas más talentosos de la escena internacional deja en claro que más que tocar desde el lugar de la consagración prefiere resonar en la energía creativa del espíritu casi arqueológico. De aquel que busca la sutileza de un nuevo sonido en cada proyecto, como se escucha en LongGone (2022), la última joya del dream team que revivió después de estar parado veinticinco años con él como líder en saxo y composición, Brad Mehldau en piano, Christian McBride en bajo y Brian Blade en batería. Despojado de un tono sentencioso y abierto a los cruces con otras vertientes como el hip-hop y el funky, no existe un estilo fijo en su toque, tan elástico como impredecible: allí conviven el hard bop moderno, el free, el coqueteo eléctrico con el rock y la larga improvisación donde puede llegar a prenderse fuego en solos de euforia y a la vez lograr un estado introspectivo en baladas.
Redman está al otro lado del teléfono porque está a punto de visitar nuevamente Argentina para el festival Mendoza Sax Fest, a partir del miércoles 10 y hasta el domingo, donde tocará en formato de cuarteto junto a Ernesto Jodos, Oscar Giunta y Jerónimo Carmona. Un viaje que rematará con cuatro presentaciones consecutivas en Bebop Club –lunes 15 y martes 16, dos por noche– con su trío de saxo, batería y bajo con los jóvenes Philip Norris y Nazir Ebo, al estilo maratónico de las jam neoyorquinas. Se muestra agradecido con la invitación del Mendoza Sax Fest, aunque rechaza el sitio del profesor y el pedestal de la master class: dice que sólo desea compartir su experiencia sin un sistema de enseñanza. “En Mendoza quiero ser uno más en esa comunidad de saxofonistas. Y en Buenos Aires estoy ansioso de tocar con mi nuevo trío. Es la primera actuación y espero el estreno del grupo en Bebop Club, ojalá que la inspiración y motivación nos lleven a un buen lugar. Es cierto que ya no soy un joven pero ¡mi corazón sí! Y a su vez, me gusta tocar con músicos jóvenes y talentosos en mis nuevos grupos”.
Hijo de Dewey Redman, uno de los grandes saxos tenores de la historia, nacido en 1969 en Berkeley, de joven ganó el primer premio del Thelonius Monk Institute of Jazz y a partir de allí tocó con grandes nombres como Pat Metheny, Charlie Haden, Brad Mehldau y Joe Lovano. Su ductilidad expresiva le permitió ir de Coltrane y Sonny Rollins a los Beatles y el groove, de Prince al trío de jazz contemporáneo The Bad Plus, con el que tocó como solista. Había estudiado primero guitarra y después piano pero a los diez años se quedó en el instrumento que su padre glorificó como miembro del cuarteto de Ornette Coleman y de Keith Jarrett.
Como aquel niño cautivado por el bronce, hoy siente el saxo como un instrumento poderosamente rítmico y al mismo tiempo punzante y conmovedor. “Posee además una tremenda cualidad vocal. No sé cómo canta pero siento que mi saxo canta cada vez más. He ganado y perdido muchas cosas durante mi carrera, uno va cambiando, pero mi sonido y mi manera de cantar melodías están más fuertes que antes. Si bien no soy un cantante, definitivamente el saxo representa mi voz”.
En la senda ecléctica de su padre, que trabajó desde la vanguardia jazzística hasta el blues, Joshua colaboró con Chick Corea, Paul Motian, Billy Higgins y Elvin Jones, nombres que le enseñaron a rechazar toda ortodoxia. El jazz como una escritura continua que se amasa en el vivo, que nunca se frecuenta por igual en cada grabación. Su fraseo no es otra cosa que una poesía musical liberada en el aire por el juego de la experimentación más que por la técnica, dueño de un lirismo que toma como punto de partida cierto desprejuicio estilístico. Así, el de Joshua es un repertorio amplio, capaz de entrar y salir de standards, recurrir a su música original como también incursionar en arreglos sobre las músicas de Duke Ellington, Thelonious Monk y Wayne Shorter, nuevos trabajos que, adelanta, tocará en los conciertos de Buenos Aires.
Dotado de una asombrosa plasticidad –ya presente en su debut homónimo, de 1993–, en su obra conviven el groove –alta performance en Freedom in the Groove, de 1996–, el toque eléctrico con ritmos de baile como en Momentum, de 2005, con su Joshua Redman Elastic Band, y la evocación de las raíces afronorteamericanas con uno de los hitos que grabó con su padre, African Venus, de 1992. Desde chico lo había visto trabajar duro para construir su propio sonido, al cual reconoce como su mayor enseñanza. Y a su madre, una bailarina rusa judía, la considera como otra fuente de inspiración artística. “El primer disco que escuché fue A Love Supreme. Lo oí desde que nací. Mi madre lo ponía todo el tiempo”, recordó en otra entrevista.
Tradición y modernidad: caras de una misma moneda. Coltrane, Sonny Rollins (“Es mi ídolo número uno), Wayne Shorter, Lester Young, Charlie Parker y Dexter Gordon ocupan la larga lista de referencias. Joshua reconoce adoración por ellos pero no quiere repetir ningún camino. “Mi música es mi música. Y ahí no pienso en relación a otros músicos u otros estilos. Son mis héroes, son fuentes de inspiración interminable que van llevando mi música de un lado a otro. Cuando toco, sólo intento que mi sonido diga lo que siento. Eso es lo que realmente me importa. No me importa como llamen a mi música, me gusta tocar con buenos músicos y buena música”.