El detective sigue de cerca a una persona. Es su caso más reciente, una mujer de quien su marido, celoso, sospecha. El profesional escrudiña, toma notas y esboza unos retratos bastante prolijos, al menos para un amateur. A la distancia, el blanco de la pesquisa se detiene a observar a los animales del zoológico. Poco antes, la ex bailarina había ajustado los detalles de una particular coreografía sobre el escenario de un teatro, mientras el investigador, oculto entre las sombras de las últimas filas de asientos, utilizaba el truco óptico ofrecido por unos binoculares para estar más cerca de ella, de sus movimientos y gestos. Jorge Villafañez, a quien todos apodan, siguiendo la más previsible de las lógicas, Sabueso, no ceja en el acoso y termina tomando una lancha colectiva en el Tigre. Río adentro, luego de serpentear durante un largo rato entre las islas, una casa erigida en otros tiempos, algo derruida pero aún orgullosa, espera a Elvira Schulz. Allí, al aire libre, entre árboles frondosos y el murmullo del agua, la mujer baila desnuda un baile que no está destinado a nadie más que a ella misma. Entonces, el hombre que observa deja de lado por un instante la objetividad profesional, el cinismo de antología, y siente algo. Algo nuevo, quizás. O tal vez algo que no sentía desde hacía mucho, mucho tiempo.
Esta posible descripción sinóptica de La sudestada, la nueva película de la inseparable dupla integrada por Edgardo Dieleke y Daniel Casabé, su primer abordaje al universo de la ficción luego de los documentales Cracks de nácar y La forma exacta de las islas, señala sin prolegómenos ni postergaciones hacia el territorio del policial negro. Los ecos de Vértigo están ahí, bien a la vista, aunque el relato deja de lado las duplicidades y disfraces para exponer a flor de piel, primero, las actividades cotidianas de uno y de otra. Y, más tarde, la improbable relación entre ambos: un detective privado curtido por décadas de experiencia en el terreno, discreto y ciego a otros intereses que no sean los de su eventual cliente, y una artista con amplia trayectoria, a quien está a punto de dedicársele una retrospectiva, que parece interesada en darle una vuelta de página definitiva a su vida personal. El largometraje de Casabé y Dieleke, basado en la novela gráfica del mismo nombre, escrita y dibujada por Juan Sáenz Valiente, y protagonizada con potencia por Katja Alemann y Juan Carrasco, llega a las salas de cine este jueves 11, precedida por un estreno mundial en el Festival de Rotterdam y una reluciente mención especial del jurado de la Competencia Oficial Internacional del reciente Bafici.
“Creo que me enteré de la existencia del cómic a partir de una nota de Página/12”. Edgardo Dieleke hace un poco de memoria y recuerda que “ahí había algo que nos venía interesando desde hacía un tiempo, tanto a mí como a Daniel: filmar en el Tigre. Y en La sudestada hay imágenes del Delta que nos tocaron, algo un poco irracional, si se quiere. Ni Daniel ni yo somos particularmente cercanos al mundo del cómic, que es un nicho muy grande. Pero vimos en los dibujos algo muy potente ligado al Delta y también un recorte de la ciudad de Buenos Aires muy interesante, zonas no tan exploradas. Ese fue el primer gancho para nosotros. El proceso de adaptación fue largo. Tal vez ahora, con la película terminada, podemos decir algo sobre nuestra mirada en torno a la historieta. Creo que cuando vemos y hacemos cine trabajamos con imágenes, no solamente con una historia. Por eso cuando pasan muchos años desde que vimos una película se recuerdan algunas escenas, ciertas imágenes, y no necesariamente la narración en sus detalles”. Daniel Casabé concuerda y agrega que la película “es un policial con un detective en Buenos Aires, y poder hacer nuestra primera ficción partiendo de ese género tan particular era un desafío muy atractivo. También jugar con los elementos oníricos que tiene el cómic, que son muy fuertes. A partir de ahí podría pensarse que el cómic es como un storyboard ideal para llevar al cine, pero es bastante más complejo apropiarse de esa historia y esos dibujos”. “Una adaptación es siempre una interpretación y un recorte, ya sea de una novela o de una obra de teatro”, acota Dieleke. “En el caso de la historieta, por su aspecto visual, puede parecer algo más cerrado y sencillo, pero en realidad eso es una especie de cárcel. Porque uno está más atado y es más difícil ver cuál es la diferencia entre un medio y otro. En nuestra lectura del cómic fue fundamental el hecho de que una zona importante girara alrededor de la danza. La danza suspende por momentos la narración, la deja en suspenso. El encuentro con la obra de Diana Szeinblum, que forma parte de la película, fue esencial para el desarrollo del guion. Y, por supuesto, todo el universo desbordante de Katja Alemann”.
El hombre celoso, un Edgardo Castro al borde de un ataque de nervios, vuelve a encontrarse con Villafañez y reitera: su mujer anda en algo raro. No le cierra eso de que va a caminar en soledad al zoológico. Debe tener un amante. O algo más que desconoce y no logra descifrar. El detective continúa el trabajo, mientras el cielo anticipa una tormenta perfecta. Una de esas típicas sudestadas que todo rioplatense de fuste conoce en fondo y forma. En los momentos de descanso, el sabueso paletea en una pequeña cancha techada con un grupo de amigos, entre ellos un vendedor de paraguas larguirucho a quien llaman Finoli y un hombre sin nombre interpretado fugazmente por el periodista cinematográfico Rómulo Berruti, uno de los protagonistas de la ópera prima de los directores, Cracks de nácar. En casa, de noche, cuando el insomnio acecha y ni siquiera el whisky ayuda, Villafañez piensa y vuelve a mirar los bocetos. La obsesión ha comenzado a tomar forma y eso lo lleva a conseguir un cortometraje realizado décadas atrás, un pequeño film experimental dirigido por una tal Marie Louise Alemann, como confirman los títulos desde la pantalla del televisor. Desde luego, el corto existe en la vida real, se llama Ring Side, fue realizado en 1979 y está protagonizado, entre otros, por una joven Katja. La meta-textualidad hace acto de presencia en la ficción y el espectador –al menos el de cierta edad– no podrá sino ligar pasado y presente, creación y realidad, personaje y persona. “Katja fue siempre nuestra primera opción, desde que comenzamos a escribir el guion”. Lo rotundo no quita lo sensible, y Casabé recuerda que “escribíamos las escenas pensando en ella. Por suerte, ya en el primer encuentro, cuando le presentamos el proyecto, le interesó muchísimo. El cómic, la historia y el Tigre. Porque ella vive en el Tigre, además, y tiene mucha cercanía con el lugar. Y la danza, obviamente. De inmediato se metió en el personaje de Elvira e incluso nos ayudó a delinearlo, a hacerlo aún más complejo. En el cómic quizás no se indaga tanto en la danza, en sus problemas como personaje, y la película tomó otro camino”.
“Trabajar con Katja fue impresionante”, destaca Dieleke. “Había algunas escenas complicadas, que podían ser difíciles de filmar. Pero lo cierto es que bailar desnuda en el Tigre fue lo más sencillo para ella. Hay algo muy valioso en su cuerpo, y eso la transforma en un ícono. Juan Carrasco también tomó riesgos, porque tiene escenas tal vez más complicadas que las de Katja, al tener menos experiencia que ella en ese terreno. Katja estuvo en Cemento, hizo decenas de performances, pasó por el under de los 80, en plena dictadura. Juan llegó por recomendación de Claudio Rissi, que en algún momento iba a interpretar al detective. Desde el primer momentos nos impresionó su gestualidad, su físico y empezamos a ver que se iba a transformar en otro tipo de detective. Malhumorado y gris como el del cómic, pero que además podía ser grandote, con un físico diferente al usual. Y así las escenas de danza comenzaron a tener otra dimensión”. Ambos realizadores recuerdan que, cuando presentaron el film en Rotterdam, muy pocos espectadores cinéfilos conocían la obra de Marie Louise Alemann. Menos aún eran conscientes de que su hija era una figura mitológica del under porteño, una actriz popular en películas ídem y el sex symbol de toda una generación. Incluso un espectador llegó a preguntar si las escenas de Ring Side habían sido filmadas recientemente. “Lo interesante, en última instancia, es que eso funciona dentro de la ficción, sin salirse de ella”, reflexiona Dieleke, “pero aquellos que sí conocen lo que la rodea, que manejan otro archivo mental, pueden sumarle otra capa de lectura. En la última función del Bafici estuvo presente el nieto de Narcisa Hirsch, alguien que conoce muy bien todos estos materiales, y nos dijo que le había gustado mucho como había sido incluido eso en la historia. Era algo que nos daba un poco de miedo, porque no debe haber público más difícil que el experimentalista. En algún punto esa meta-textualidad es también un homenaje a un cine que no suele verse en el cine, mucho menos en funciones con un público no especializado”.
La coreografía tiene un dejo de malambo y resulta bastante compadrita, pero es esencialmente moderna. Hay en los movimientos un aliento catártico, de exorcismo incluso, aunque no tanto como en el baile au naturel del Delta. Mientas tanto, en la gran ciudad, el policial negro acecha pero no aprieta. Si algo no puede endilgársele a la creación de la dupla es el haber caído en las trampas del pastiche neo noir. Para Dieleke, “la coexistencia de varios géneros, e incluso la aparición del humor, hacen que uno deje de pensar en si lo que está viendo es un policial u otra cosa. Por supuesto, la premisa inicial es clara: hay un detective, hay un seguimiento, y eso lo entiende cualquiera. Eso es lo bueno y entretenido de los géneros. Pero nuestra intención era lograr que lo que se va descubriendo sea más raro que lo que un simple caso policial suele ofrecer. Algo más personal, incluso existencial”. “Fue un desafío encontrar el tono de la película”, señala su colega detrás de las cámaras, “porque al no estar enfocados en hacer un noir había un mundo que nos ofrecía muchas opciones. Y también riesgos. Ya el guion literario tenía indicaciones formales, de puesta en escena, e incluía escenas que desviaban el hilo narrativo y eran más expresivas. Era importante concretar la idea de oposición entre vigilia y sueño, que de alguna manera se solapa con otros opuestos, el de la ciudad y el Delta. Teníamos muchas ganas de hacer una ficción, pero siempre nos gustó mezclar eso con la realidad. De hecho, no solemos pensarlos como entes tan separados y se nos suelen mezclar los bordes. Creo que el registro documental nos ha marcado mucho y, si bien aquí nos pasamos más fuertemente a jugar con la puesta de ficción, esa mirada va a estar siempre presente, dialogando”. En el extravagante camino del héroe que recorre Jorge Villafañez, en su encuentro con Elvira Schulz, una figura tan diferente a su mundo, La sudestada recorre ámbitos, tópicos y códigos cinematográficos muy reconocibles de manera extrañada, deforme. Es entonces y allí, lejos de las calles habituales que se transitan de memoria, de los locales cotidianos, de la actitud de parroquiano, cuando los cuerpos se convierten en algo inusitadamente diferente y desconocido.