“Las sogas o cadenas que mantienen unidos a los amigos son un misterio para mí”, lee Laura Lopez Moyano en la nueva obra escrita y dirigida por Martín Flores Cárdenas a la que, desde la antesala de Casa Teatro Estudio, le pone cuerpo y voz. La frase condensa como casi ninguna otra el espíritu de La fuerza de la gravedad. Explicar el por qué no es sencillo, o al menos no lo es hacerlo tratando de develar poco –idealmente, poquísimo– sobre los mecanismos que el director pone en juego para llevar adelante su ritual escénico. Al igual que en No hay banda, trabajo anterior del director, el spoiler a esquivar no consiste solamente en resguardar elementos de la trama sino de la maquinaria que la hace rodar: lo que importa preservar no solamente es lo que se cuenta, sino también el cómo. De un tiempo a esta parte, las obras de Flores Cárdenas proponen un juego con el lenguaje que resulta engañosamente sencillo, pero en el fondo está lleno de trucos escénicos.
Lo que sí vale adelantar sin arruinar sorpresas es la premisa de la puesta: un autor y director convoca a una amiga actriz para un proyecto que tiene en mente, la invita a participar de una suerte de homenaje que ideó con el fin de celebrar a sus amigos. O, mejor dicho, con el fin de celebrar la amistad, porque mucho más que a las personas, de lo que se trata acá es de pensar el misterioso vínculo que las mantiene conectadas. Esa fuerza por la cual los cuerpos se atraen entre sí de manera recíproca y constante.
Como sucede casi siempre, la primera vez que este texto fue compartido en público, quienes estaban presentes en la sala eran en su mayoría los amigos del creador y de la actriz. Ahora –es decir, en la actualidad; es decir, con el correr de las funciones–, el aleatorio grupo de personas que se congrega cada sábado por azar en el teatro se presta a una suerte de evocación de esa ceremonia inaugural. El público deviene, indirectamente, en el grupo de amigos que puso la oreja y los ojos en ese estreno mucho más íntimo. Pero, lejos de convertirse en rehenes de la voluntad de los artistas, los espectadores también detentan un poder: el de habitar esas palabras que están oyendo con sus propias memorias en torno a sus amigos, con sus propias imágenes, y con sus propias hipótesis sobre la amistad. Inevitablemente, los espectadores van a recordar –es decir, volverán a pasar por el corazón– las singularidades de sus amigos, lo que los desmarca de tantos otros amigos que existen en el mundo.
“La obra plantó una banderita de la paz entre Lau y yo, después de estar un tiempo separados y de entender algunas cosas”, explica Flores Cárdenas. La historia previa no es estrictamente necesaria para disfrutar de lo que se está viendo, pero tenerla a mano abre otra ventana que hace entrar todavía más luz a la escena. La fuerza de la gravedad puede pensarse, en este sentido, como una obra sobre los amigos hecha a su vez por dos amigos que se habían distanciado y que ahora vuelven a juntarse para hacer eso que alguna vez los unió. Porque, como escribe Joana D’alessio en su bellísimo Pequeño tratado sobre la amistad (Vinilo), el vínculo amistoso “es una conversación que se puede retomar en cualquier punto y en cualquier lugar del mundo”. Incluso, en cualquier formato, también el de un equipo creativo.
A veces las amistades se diluyen. A veces se quiebran. Y a veces, como en este caso, vuelven a unirse después de haberse roto. La fuerza de la gravedad es el kintsugi de una amistad que se había despedazado, por motivos que ni el autor ni la actriz elegirán exponer en escena. Lo que sí queda expuesto es un montón de otras tensiones: en la obra, Flores Cárdenas jamás esquiva las contradicciones que le genera muchas veces el ejercicio de la amistad. Muchas veces es difícil esclarecer por qué elegimos a un amigo. El camino más sano es aceptar que lo queremos incluso por motivos que nos llevarían a alejarnos de cualquier otra persona.
Esa ductilidad para pensarnos como sujetos absolutamente frágiles y contradictorios es uno de los tantos elementos que conectan No hay banda con La fuerza de la gravedad. Y aunque según su director no hayan sido pensadas como un díptico, ambas obras invitan a ser pensadas como dos piezas de una búsqueda que las trasciende. Otro de esos elementos es el espacio en el que fueron concebidas. Casa Teatro Estudio es, como su nombre deja adivinar, un estudio de experimentación escénica que funciona debajo de la casa de Martín. Y es, por tanto, una ampliación de su campo de batalla cotidiano. Todo lo que sucede arriba –los amores, las amistades, los enojos, los duelos– es pasible de convertirse en material escénico que será resignificado tiempo más tarde ahí abajo, en el escenario. Ambas obras son las primeras que Martín crea en y especialmente para esta sala. Hace tiempo que le interesa esta forma de trabajar mucho más que cualquier otra: probar, experimentar con el lenguaje escénico, crear a partir de ese caldo de cultivo pequeños ensayos escénicos para un público acotado. “Hay algo de la lógica de mercado que te pide que cada vez te agrandes más, que hagas para más gente, por más plata… En algún momento me di cuenta de que eso no me funcionaba. Y uno de los propósitos de tener una sala era justamente poder hacer esto, con mis amigos y mis tiempos”, dice Flores Cárdenas. “Con No hay banda surgieron muchos viajes, La fuerza… también comienza a generar interés afuera. Económicamente, me rinde más que si estrenara una obra para el teatro oficial. Fluye: entonces es por acá”.
Hay, por último, otro hilo que conecta los dos últimos trabajos de Flores Cárdenas. Si el suceso que dio puntapié a la creación de No hay banda fue la muerte de su abuelo y ponerse a trabajar en la obra fue, como dejaba entrever, esencial en su proceso de duelo, la creación de La fuerza… también tuvo un efecto sanador. Lo que había para curar en este caso no era una sola persona sino una relación de amistad Cierra el autor: “No es que uno haga teatro para eso, esperando sanar cosas. Pero a veces sucede. Y cuando sucede es mágico”.
La fuerza de la gravedad se puede ver los sábados a las 18 y a las 20:30 en Casa teatro Estudio (Guardia Vieja 4257). Las entradas se adquieren por la web de Alternativa.