Mecha baja del colectivo, se siente un poco mareada, hace más de una hora que salió de su casa, son las 6 de la mañana, está totalmente oscuro y hace frío. Camina apurada mientras escucha el golpeteo de sus propios pasos. En la esquina Don Antonio ya ha abierto su kiosco de revistas y está acomodando los diarios. Lo saluda mientras ojea los titulares. Él le ofrece un mate, como todas las mañanas, Mecha lo acepta, luego se aleja apurada. Ingresa a un edificio de oficinas. Va hacia el quinto piso. Lleva las llaves en la mano, todos sus tiempos están sincronizados, hace más de diez años que hace ese trabajo. Antes de las ocho debe limpiar las oficinas de una empresa que ocupa dos pisos. A partir de las 08.30 luego de servir el desayuno, bajará y hará la misma tarea en dos estudios de abogados en el tercer y cuarto piso, ellos comienzan su actividad en la oficina sobre el mediodía.

Ingresa y enciende las luces, percibe un penetrante olor a cigarrillos. Abre las ventanas y comienza a vaciar ceniceros y cestos, vuelve a sentir un mareo al inclinarse a tirar las colillas, “seguro tengo la presión baja”. Pasa gamuza a los muebles, sube las sillas sobre los escritorios, limpia las pantallas de las computadoras y teclados con un aerosol especial, hace eso tres veces por semana, es difícil sacar esa pelusa, pero ella es experta. Trabaja en silencio, sin música ni ningún otro sonido, totalmente abstraída en sus pensamientos

Es la princesa Ana, la heredera al trono de un pequeño país del centro de Europa. Ingresa a una recepción, todos le rinden honores, está vestida con lujo, es muy bonita. Se escucha un vals, la princesa baila. La pista es imponente, el piso de mármol brilla, reflejando a los bailarines que junto con la música conforman una coreografía mágica. Las paredes están finamente decoradas, las majestuosas lámparas y candelabros completan el conjunto. El personal de servicio viste sus uniformes de gala, se respira un aire fresco con aroma a jazmines.

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Mecha se mueve un poco y gira siguiendo un ritmo imaginario. Sonríe mientras entra a la cocina de la oficina. En la mesada y bacha están depositados todos los platos y pocillos sucios desde el día anterior. Resopla y niega con la cabeza, toma esponja y detergente y comienza a lavarlos, “si por lo menos los dejaran en remojo, limpiarlos sería más simple, pero no aprenden”. Deja un momento las manos bajo el agua caliente, desde hace unos días se le duerme la izquierda, le cuesta mover los dedos, despacito se va normalizando. Ya ha lavado toda la vajilla, limpia la mesada y la mesa, sube las sillas sobre ella, mira hacia el techo, no ve telarañas. Va dejando todo listo para lavar los pisos.

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La princesa está cansada de su agenda, decide escapar por la noche, quiere conocer el mundo. Se esconde en el carrito que lleva la ropa blanca al lavadero. El carrito está tirado por una motoneta, Ana, escondida en el acopladito del móvil, ve cerrarse las puertas de rejas del palacio, altas, enormes. Afuera está el mundo que no conoce, se alejan. La ciudad está iluminada, es una noche cálida, Ana mira la vida de la gente común. Familias que comen en una pizzería. Parejas que pasean del brazo. Una muchacha que va en una motoneta la saluda. El carrito se detiene en una esquina, ella baja, ha tomado una pastilla que le recetó el médico del palacio, para que descansara, tiene mucho sueño. Se acuesta en un banco cerca del Foro y se queda profundamente dormida.

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Mecha bosteza, le duelen los pies y la cintura, siente un nudo en el pecho desde la mañana. Hunde las manos en el balde saca el trapo y lo estruja con fuerza. Ya ha lavado los pisos sólo quedan los baños. Abre la puerta del de los hombres, un inodoro está tapado de papel higiénico, siente que se le revuelve el estómago, sale en busca de una sopapa, tal vez pueda destaparlo.

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Un hombre alto y delgado ha descubierto a la princesita, ella se da vuelta en el borde del banco y está por caerse. Él la sostiene, Ana se despierta, lo mira con sus enormes ojos rasgados, de mirada inocente, infantil. Él es muy buen mozo, simpático y educado, se llama Joe, es un periodista norteamericano, la ha reconocido y quiere obtener una nota exclusiva. La lleva a su departamento, no puede dejarla en la calle, ella está muy adormecida, ese medicamento la ha dopado, le ofrece un piyama y un sofá cama, Ana se duerme apenas apoya la cabeza.

A la mañana siguiente comienzan a recorrer Roma. Se divierten juntos, otro periodista los sigue sacando fotos, ¡la princesa Ana la pasa tan bien!

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El baño de las mujeres no estaba mejor, ya ha terminado de limpiarlos, los sanitarios brillan y se aspira un agradable aroma a limón. Va a la cocina, los oficinistas han llegado. Tiene que preparar café para los jefes, mate y té para los empleados. Trabaja con cuidado, le duelen las manos y no quiere que los pocillos se le resbalen. La película que vio el sábado en el cine: La princesa que quería vivir, sigue proyectándose en su cabeza.

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Ana pasea con Joe en motoneta, él comete una infracción, se detiene y baja a hablar con el policía que dirige el tránsito. Ella se sienta al volante y la pone en movimiento, tiene el cabello recogido y un bonito pañuelo en el cuello que se mueve con el viento, nunca ha conducido. Él corre la moto y logra sentarse en el asiento trasero, está asustado, Mecha siente su abrazo y la brisa fresca que la acaricia. La mañana de verano en Roma es espléndida, ella se ríe, entra a una calle en contramano, pasa milagrosamente en medio de dos autos, él intenta que detenga la marcha. Dan volteretas esquivando autos, finalmente suben a la vereda y voltean los cuadros de un pintor callejero, terminan todos en la comisaría. Joe logra resolverlo, se pagarán los daños, no ha ocurrido nada grave, ella disfruta mucho.

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Mecha silva bajito una melodía mientras coloca los pocillos en la bandeja, arrastrando los pies va hacia las oficinas.

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Ha llegado la noche a Roma, Joe y Ana entran a un club, está bellamente iluminado, van a la pista y bailan muy cerca, una música lenta y muy romántica. Ella siente la calidez de su cuerpo y su perfume la embriaga. Agentes de civil de su gobierno que están en el sitio la han visto. Ana deberá regresar al palacio.

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Mecha comienza a repartir los desayunos, la saludan con afecto. Ese nudo en la garganta se aprieta cada vez más.

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Pocos días después, bellamente vestida, con un tocado en la cabeza y una deslumbrante gargantilla, la princesa entra a la sala de conferencias, en la primera fila está Joe, se miran con cariño y dolor, las vacaciones en Roma han terminado, ellos deben renunciar a ese amor.

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El dolor en el pecho es más intenso, con una mueca deposita el pocillo sobre el escritorio, se le ha dormido el brazo, siente hormiguitas en la mano, la vista se le nubla, no tiene fuerzas para sostenerse en pie.

-Con cuidado Mecha -dice el jefe corriendo unos papeles- ¿y las medialunas? ¡Hay Mecha, Mecha! ¿Qué te pasa, estás enamorada?