-Es una bonita vaina -, se explayó el colombiano que me vendió el paquete de All inclusive.

-¿Tengo que firmar esto? 

-Sí, brother, es solo un papeleo. Lo miro a los ojos y registro esa sonrisa mestiza, perfecta y blanca. Si no me lo hubiesen recomendado, dudaría y aseguraría que este pibe es el diablo.

-No firmo nada, no tienen seguro de viaje y nadie se hace cargo si me come un tiburón o me caigo de la aerosilla. Volvió a sonreírse: esta vez me pareció desagradable. 

-¿De qué te reís? -le dije como en mis mejores tiempos de malhumor.

-De tu típica desconfianza argentina. Además no hay aerosillas

-No soy argentino. Soy ítalo rosarino y este documento es una nada.

-Por eso es tan barato, amigo. Le hice una firma con la izquierda.

-Ah un zurdo. Como el Che.

- ¿No tenés un argumento mejor? -le repliqué. Podría ser mi hijo. Un pibito venido de Medellín a ganarse la vida. Jugaba de visitante y se lo tenía que hacer notar. Mi apellido era una fantochada puesta al pie de un viaje de una excursión al Paraíso. 

-¿De qué jugaba Valderrama? 

-De delantero. De diez jugaba, no sabés nada y por eso desconfío de este asunto tan tobara.  

-¿Tobara? 

-Barato, en lunfardo, che Mr. Colombia, ojo con lo que hacés- 

Con una palmadita en el hombro me retiré. Cuando cerré la puerta de vidrio aún sonreía. Me gritó desde lejos: -¡El 10 puede ser un delantero también! 

Por la noche emprendí el vuelo hacia ese lugar que esta empresita fantasma me había prodigado. Llovían lingas de punta cuando arribé al hotel luego de un aterrizaje más movido que las caderas de Elvis. Una señora sofocada, con un rosario entre sus dedos deambula por el hall y me murmura: -Bendito Dios que nos salvamos ¿Usted viene por la Sanación Benedictina o por el Desbloqueo Energético? Detrás suyo hay dos carteles que anuncian los eventos en el mismo hotel donde me esconderé del mundo.

-Vengo por un reencuentro amoroso, señora.

-Ah. Qué bello, que tenga suerte querido.

-Gracias, señora, le voy a dar el saludo también a mi novio. Arquea las cejas, me sonríe como quien ha descubierto una travesura y se va saludando con sus deditos enguantados. 

-¿Qué es ese ruido en el cielo? -le espeto al conserje.

-Son maniobras de los ejércitos conjuntos -me contesta como quien me dice Feliz Navidad.

-Epa, ¿Y esos estruendos? Se alisa el flequillo, echa el cabello hacia atrás: -A veces se disparan entre ellos ¿sabe? Pero no se preocupe este hotel es intocable. Solo a veces nos toca barrer algún que otro pedazo de chapita que cae.

Necesito un trago. Voy al bar. El All Inclusive me permite acceso ilimitado. Un tipo travestido al que reconozco como un ex compañero de la primaria se me acerca a que lo convide.

-¿Che, tan bajo caíste, Tiburzi? 

 -No digas mi nombre -. Arquea sus cejas y se pone colorado. 

-¿Qué estás haciendo? Me mira y baja las estañas postizas. 

-Shh, hacé que me invitás un mojito…shh….me están vigilando, si no hago esto secuestran a mis dos perros y a vos te boletean. Hacé que me besás. 

-¿Eh, estás loco? 

-Sí, uno leve, como si te hubiese seducido, es la clave para que no los ejecuten hoy mismo. Ya te explicaré. 

Pasa la señora del hall y me guiña un ojo justo cuando besuqueo a mi ex compañero. Dice gracias, chupa su pajita del jugo sin alcohol y se despide con una sonrisa de carmín. 

Qué feo que es, me sorprendo pensando. Me deben odiar los liberales por aquella cuestiones cuando fui a su bunker, deduzco. Por eso sucede esto. Pero no es para tanto. Desde el salón de eventos llega la voz del locutor: me asomo y le están entregando una banda de honor y una corona a Atilio Soronguetti, declarado periodista internacional galardonado.

-No creo merecer esto -balbucea. La gente aplaude rabiosamente.

-Es una eminencia -me susurra la misma mujer de antes-. Un periodista incorruptible y muy sincero.

-Muy sincero- le replico. Y ambas se van al salón chillando de alegría. Tomo de un saque lo que queda en la barra y el entrar al ascensor para irme a dormir entra conmigo Soronguetti: está lleno de brillantina y flores de papel.

-Lo felicito.

-Es mi primer podio mundial, pero no me emociona…extraño mucho a Evaristo Montoti y hubiese querido que él estuviera aquí -. Lagrimea un poco, se apoya en mi hombro: está con olor a champagne del triunfo y el espejo nos sorprende como abrazados. Se detiene en el séptimo: mi amigo Tiburzi y unas damas nos cotejan condescendientes.

-Pícaros -me susurra cuando bajamos juntos con Soronguetti quien me conduce a su habitación.

-Quisiera confesarte algo…estoy escribiendo tu biografía en secreto, Abonizio-. Le concedo un ratito y enciende su grabador. Hablo bastante de bueyes perdidos pero él ya está dormido. Lo alzo como a un bebé y lo arropo en su camita king size. Distingo un pijamas con dibujitos de conejos. Siempre sentí ternura por los duros con almas sensibles, por quien logra méritos por sus labores en ámbitos pestilentes. En mi habitación está todo revuelto. Esto es lo que buscaban me digo, y me abro la camisa donde asoma la de Central firmada por Ringo Star, un canayón de alma. El océano está brillante y desde el balcón dan ganas de salir y perderse por allí. 

Ha sido un día intenso, los espías, el triunfo de un profesional señero y este atardecer que está creciendo sobre las olas. Dan unos golpecitos a la puerta. Es Tiburzi con su vestido de lamé. 

-¿Qué pasa ahora? 

-Nada, venía para decirte que ya pasó todo y no te van a perseguir. 

Se quita la peluca.

-Mi trabajo concluyó -dice en un extraño acento de película. Te oferto un regalo. Y se corre para dejar lugar a una morocha madura llena de colorotes. 

-Es una prima lejana del Rey Pelé. 

Cierra la puerta. Por la mañana ya la señora se ha ido y me ducho. Bajo a los jardines y distingo a Atilio Soronguetti quien es llevado en andas hacia un barquito de excursión. Se merece todo este éxito. Le ponen una camiseta argentina con tres estrellas pegadas. Inesperadamente se me acerca el colombiano que me vendió la excursión.

-¿Cómo la vienes pasando amigo? Está radiante.

-Hay muchas cosas que no entiendo, me siento en una película de James Bond. 

Se calza los lentes y me susurra: -Es el efecto del viaje, pasa de todo en un All Inclusive. Mientras no te duela la parte baja de la espalda está todo bien.

-Sos bastante boludo, Colombia. 

A lo lejos el gran Soronguetti trepa al lomo del Nahuelito y llueven los flashes. Mañana será tapa de todos los portales. Se lo merece. Nadie como él ha abrazado causas tan noblemente tribunalicias y tan humanitarias. El colombiano al verme tan emocionado me alarga una foto con la cara del periodista autografiada.

-Es un All Inclusive perfecto -le digo con un hilo de voz–. Voy a pegarlo en mi living junto a la foto de John Lennon.

 

 

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