Los padres terribles 8 puntos
Autor: Jean Cocteau.
Adaptación y dirección: Daniel Veronese.
Elenco: Sofía Gala Castiglione, Ana Garibaldi, Ana Katz, Max Suen, Luis Ziembrowski.
Vestuario y escenografía: Rodrigo González Garillo.
Diseño de luces: Pastorino.
Diseño sonoro: Daniel Veronese.
Funciones: de viernes a domingos a las 20 en Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037). Las entradas se adquieren por Alternativa Teatral.
Los padres terribles, del dramaturgo francés Jean Cocteau, se estrenó en 1938. En el prefacio a ese texto el autor decía que en las piezas modernas “el rompecabezas desempeña un gran papel y es fiel pintor de una sociedad a la deriva”. Ese concepto resulta interesante para analizar la obra original y también la versión que el autor y director Daniel Veronese hizo de este clásico, que puede verse de viernes a domingos a las 20 en Caras y Caretas 2037 (Sarmiento 2037).
Con aquella pieza Cocteau quiso ensayar un drama que fuese una comedia con el foco puesto en un nudo de vaudeville “si la marcha de las escenas y el mecanismo de los personajes no fueran dramáticos”. El espíritu sigue siendo más o menos el mismo, porque la versión de Veronese oscila todo el tiempo entre el drama y la comedia, la densidad y lo hilarante. Pero el director hizo un “pequeño” cambio de notable eficacia: los roles de los padres están invertidos, de modo que la madre original –Yvonne– aquí se ha transformado en el padre, Ivo (Luis Ziembrowski), y los conflictos del padre original –Georges– están aquí encarnados por la madre, Andrea (Ana Katz).
Esa modificación en el tablero habilita no sólo un aggiornamento en función de los paradigmas actuales sino también nuevas lecturas sobre el original. En entrevista con este diario, Veronese dijo que “la obra es insoportable hoy, no se puede hacer, es de una moralidad tonta y bastante imposible de actuar”, entonces decidió introducir estas modificaciones para que resultara orgánico dirigirla y actuarla. El relato gira en torno a la revelación de una casualidad inesperada en el seno de una familia: la madre advierte que está en un vínculo amoroso con la novia de su hijo, un chico sobreprotegido por su padre de manera obsesiva. La tía Léo trama un plan para resolver el caos, pero su verdadero móvil es el amor por su cuñada.
Una de las decisiones más atinadas es el elenco, que se completa con Sofía Gala Castiglione en el rol de Madeleine, Max Suen como Michel y Ana Garibaldi como la tía Léo. Todos manejan muy bien ese tono tragicómico que necesita la pieza, un tono con densidad que se permite estallidos hilarantes al borde del absurdo, pero sin caer nunca en algo liviano. El original podría prestarse fácilmente a una adaptación bajo las reglas de la comedia de situación ligera, con una sucesión de gags efectistas, entradas, salidas y portazos sin sentido. Aquí, sin embargo, hay momentos de carcajada sonora pero la oscuridad siempre está allí y el drama late en las grietas.
Los clásicos se caracterizan por abordar tópicos universales. Los padres terribles explora el amor egoísta en el contexto de la sociedad burguesa de los años 30, momento en el que había estallado también el boom de los complejos freudianos como el de Edipo o Electra y la figura de los padres era fuertemente cuestionada. Los personajes no son perversos pero sí cometen actos perversos en nombre del amor –un amor profundamente egoísta, claro–. “Lo hago por su bien” es una frase que suele escucharse cuando alguien intenta justificar actos bestiales como los de esta familia: Michel y Andrea aman a Madeleine, Ivo y Madeleine aman a Michel, Léo ama a Andrea y todos llevan adelante actos terribles amparados en esa devoción por otros que también puede leerse como una devoción por ellxs mismxs.
El personaje interpretado por Garibaldi es quizás uno de los más interesantes para observar esas dinámicas porque es quien establece cierto equilibrio, la titiritera que manipula los hilos y, por momentos, la más desgraciada. El original insiste demasiado en la contraposición entre orden y desorden en términos morales a partir de la imagen de esa familia que se parece a un “carromato de gitanos”; en la versión argentina eso no está tan presente. Por momentos la acción pierde algo de espesor, como si los personajes tomaran cierta distancia; el living como espacio escénico potencia ese registro contenido pero al mismo tiempo acota las posibilidades de movimiento de los cuerpos generando esa asfixia que siente Michel en la casa.
Una de las operaciones más interesantes que propone esta versión es reflexionar sobre ciertas cuestiones que van más allá de la célula familiar. No es la primera vez que Veronese explora esto: Mujeres soñaron caballos (2000) o las más recientes Otoño e invierno (de Lars Norén, 2021) y Retorno al hogar (versión de Pinter estrenada este año en España) son algunos ejemplos. Ese egoísmo brutal, esa indiferencia absoluta por el mundo de los otros es, lamentablemente, algo muy actual que excede la estructura familiar.