Llegar tarde a la Historia puede ser una tragicomedia absurda. Dos jóvenes clandestinos en una granja de pollos en el sur de Francia buscan convertirse en militantes de ETA en octubre de 2011, justo cuando la organización terrorista anuncia el cese definitivo de la actividad armada. Asier y Joseba, sin experiencia en el manejo de armas, sin dinero y abandonados a su suerte, deciden fundar un nuevo grupo para continuar la lucha armada. Después del fenómeno literario de Patria, traducida a 35 lenguas y convertida en serie para HBO, Fernando Aramburu regresa con Hijos de la fábula (Tusquets) a un asunto biográfico “muy doloroso” más que una obsesión o “tema” literario. El escritor que nació en San Sebastián, la ciudad donde más víctimas mortales ocasionó el accionar de ETA, presentará la novela en la 47° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires este sábado a las 19 en la sala Victoria Ocampo.

“La novela está protagonizada por dos jóvenes que tienen distintos apegos a la vida”, plantea Aramburu en la entrevista con Página/12. “Uno es más sensual, más susceptible de recibir placer, cree que es padre aunque no está seguro, pero esto ya indica que no desconoce el placer sexual, cosa que el otro sí. Uno es muy disciplinado y evita todo lo que le distrae de su causa política. El otro es más débil, más dudoso y tiene ciertas preferencias al margen de la ideología”.

Un drama con elementos cómicos

-¿Qué importancia tiene la duda?

-Alguna vez he dicho en broma que admito la duda, excepto para mi cirujano. Lo que ocurre es que la duda muestra que no estamos excesivamente apegados a certezas, que admitimos la equivocación. La duda nos hace más afectuosos, más vulnerables al matiz, a la idea de que nuestra percepción de la realidad es frágil, la percibimos a través de fábulas y de convicciones que en la mayoría de los casos nos han inoculado. La duda es como echar freno a las certezas y buscar los errores y las incoherencias. Yo creo que conté un drama, pero un drama con elementos cómicos. Los personajes son involuntariamente cómicos.

-¿Podría ser una tragicomedia?

-Es una acepción que me parece razonable. Yo no creo que sea una novela que reúna episodios chuscos pensados exclusivamente para hacer reír. Esa no fue mi intención. En esta vida es perfectamente compatible ser malo y ser ridículo al mismo tiempo. Lo que pasa es que mientras estos terroristas nos hacían daño no teníamos ni tiempos ni deseos de reírnos de sus chapuzas, de sus torpezas.

-¿Esta historia es pura invención o te documentaste sobre jóvenes que estaban reclutados para entrar a ETA justo cuando se declaró el cese definitivo de la lucha armada?

-La historia que cuento en mi novela no ha ocurrido en la realidad, pero no habría sido posible sin tantas historias que sucedieron verdaderamente. Entonces es una historia inspirada en la vida de numerosos militantes. Incluso el argumentario está sacado de los terroristas, de sus justificaciones, de sus conceptos, de su terminología. Todo esto está incorporado a la novela con la intención de que resulte veraz. Por tanto, no se puede decir que esta novela sea ficción pura. No hace falta documentarse mucho para encontrar acontecimientos tristemente risibles, como ir a asesinar a una persona, equivocarse y matar a otra. Pero no nos podemos reír de esto, ni del hecho de que un militante torpe e ignorante de lo que está haciendo manipule una bomba, le explote y muera. Uno no puede reírse cuando hay víctimas.

-¿Por qué los personajes viven en la clandestinidad cuando ya no tiene ningún sentido ser clandestinos?

-La novela parte de una premisa absurda: ellos están en la clandestinidad y nadie los persigue; ellos fundan un grupo armado y no tienen armas. Ellos esperan a alguien que no llega, están escondidos y nadie los busca. Pero en su cabeza sí. La fábula está en su cabeza. Ellos ven el mundo a través de una ideología. Y el mundo no se corresponde con esa ideología. Entonces llevan a cabo acciones que a los demás nos pueden parecer estúpidas o torpes. Ellos practican el tiro con carabina, pero con palos de escoba. Por cierto yo hice el servicio militar en el ejército español y lanzábamos piedras que simulaban ser granadas de mano. Teníamos que imaginar que estábamos en un campo de batalla, que nos disparaban por un flanco. Costaba un poco tragarse todas estas historias, pero uno participaba para evitar el posible castigo.

La quimera de la identidad

-¿La causa nacionalista sigue igual, más allá de ETA?

-La causa nacionalista –que es anterior a ETA, es simultánea y es posterior- está muy arraigada y no tiene un trasfondo exclusivamente político. Tiene una versión política que es hegemónica en el País Vasco y que se reafirma en cada uno de los comicios, pero es como una fábula que se cuenta a los niños desde que son pequeños y con la cual crecimos y nos desarrollamos. Algunos no necesitamos todas las mañanas, delante del espejo, reafirmarnos en una identidad. Otros sí lo necesitan.

-¿La identidad es algo más volátil?

-La identidad me parece una quimera, es una debilidad del ser humano. Muchas personas necesitan el patriotismo o una identidad sexual o de cualquier otro tipo para tener un suelo firme debajo de los pies. Lo respeto, pero no voy por esos caminos. Yo estoy más por el abrazo, por la supresión de las fronteras. Soy un gran partidario del espacio Schengen en Europa que permite pasar a otros países sin control de fronteras. El concepto de extranjero no tiene ninguna validez para mí. Desde el punto de vista administrativo uno debe identificarse en un banco, en un control de aduana, ante la policía. Tampoco estoy en contra del orden, sobre todo si es útil a los seres humanos. Pero nadie va a conseguir jamás que un señor nacido en China, en California o en las islas Fiyi sea para mí un ser extraño.

-El único momento en la novela donde justamente aparece este tema es cuando están en Toulouse, y uno de ellos es agredido por unos hinchas de fútbol por ser extranjero.

-Ese es un episodio central de la novela. Desde un punto de vista estrictamente narrativo no es necesario, pero es un momento muy importante porque se permite una reflexión contra la violencia, cuando ellos están haciendo lo mismo, pero con otra fábula en la cabeza. Ellos no están unidos por su afición a un equipo de fútbol. Ellos están unidos por otra razón, pero están igualmente dispuestos a agredir a otros en nombre de su propia convicción. Y ahí reciben lo que ellos pretenden dar.

-Hay muchos sucesos en la novela a los que se les podría aplicar el adjetivo de quijotesco. Por empezar Asier y Joseba podrían ser el Quijote y el Sancho Panza de la ETA. Aunque el “Quijote” es una referencia ineludible en la literatura española, ¿tenías en mente la novela de Cervantes mientras escribía “Hijos de la fábula”?

-La referencia literaria al Quijote es tan ineludible que no me la planteé porque sabía que iba a surgir automáticamente: dos jóvenes que se van de sus casas movidos por una idea de la realidad que no es lo que la realidad les ofrece. Pero también se ha aludido a los personajes de Esperando a Godot, de (Samuel) Beckett, que sí tuve en mente. Dos personajes que esperan algo que no llega y, sin embargo, perseveran en la esperanza de que llegue. Hay algo de quijotismo en los personajes, no se puede negar, esta historia también es la de dos personajes que transitan, que van por un camino y sufren caídas y golpes. Y hay uno que es un poco más realista que el otro. Me halaga que se me considere una delgada ramita del grueso tronco de Cervantes.

Un rescate moral

-El tema ETA como trasfondo de varias novelas, ¿está cerrado con “Hijos de la fábula” o todavía puede aparecer alguna punta por donde seguir escribiendo?

-ETA se fundó en el mismo año de mi nacimiento, 1959; yo crecí en la sociedad vasca familiarizado con la noticia de continuos atentados. ETA no es para mí un tema, como puede ser un tema la Edad Media para otro novelista, sino que el asunto ha estado conmigo toda la vida. Hijos de la fábula es el tercer título de una serie llamada Gentes Vascas. Si la salud no se tuerce, es casi seguro que vuelva a contar historias de personajes normales y corrientes en el país vasco en la época en que viví. Lo que no quiero es estar escribiendo toda mi vida sobre lo mismo. Tengo otros horizontes creativos a los que deseo prestar atención.

-¿Cómo está metabolizando la cuestión del terrorismo de ETA la sociedad vasca a más de diez años del cese definitivo de la lucha armada?

-Ahora mismo hay un debate desde un punto de vista intelectual muy interesante y desde otro punto de vista muy interesado, porque a quién le apetece perpetuarse en la historia como malvado, como terrorista, como un asesino. Hay una pelea de versiones sobre lo ocurrido y en muchas zonas del País Vasco se intenta imponer una versión blanqueadora del pasado de ETA; en otros lugares, no. ETA desapareció, pero quedaron las víctimas y las consecuencias.

-¿Blanqueadora en qué sentido?

 

-La versión blanqueadora convierte a los terroristas en luchadores por su patria, en jóvenes que se sacrificaron, que sí hicieron daño, pero también se lo hicieron a ellos. Hay un rescate moral de ETA y de sus adeptos al cual me opongo porque no concibo que se pueda hacer nada bueno socialmente por la vía de liquidar a los demás o de hacerles daño.