“Y si mirás hacia la derecha, aparece la Cruz del Sur”, dice Ernesto Grassi mientras apunta el cielo oscuro con su linterna de láser verde, que ayuda al ojo a “zonificar” la maraña de estrellas. Porque para el que no sabe los astros están por todos lados, sin ton ni son, hasta que alguien explica cómo mirar y de pronto el cielo se abre con miles de significados. Como ocurre con tantas cosas, como con un cuadro, un recorrido por un bosque o un poema. Estamos en El Rezongo, establecimiento que forma parte del grupo INTA de turismo rural llamado Los Sauces, ubicado en la ciudad de Pringles, en el sudoeste de la provincia de Buenos Aires.

Es una noche bien fría de invierno e ideal para escudriñar qué tiene el firmamento para decirnos, mientras damos algunos saltitos para entrar en calor y nos ajustamos los gorros. “Pero para los pueblos originarios de aquí no era ninguna cruz, sino la pisada del choique, del ñandú”, explica Ricardo Tohmé, que junto con Ernesto organiza salidas de astroturismo. “Dado que la mayor parte de la población vive en ciudades y no puede disfrutar de los cielos debido a la contaminación lumínica, nosotros apuntamos a revalorizar los cielos oscuros, es decir, aquellos donde aún es posible observar los astros y los fenónemos que se producen”, dicen a coro. “Ya hay generaciones que no conocen la Vía Láctea y lugares donde solo se ve la Luna, por eso parte de nuestra propuesta al turista es detenerse y mirar el cielo, levantar la vista y encontrarse con un mundo literalmente desconocido”, resume Mónica Orazi, miembro del grupo Los Sauces y de la fundación Cielo Sustentable. Cae el frío sobre la noche bonaerense. Binoculares y telescopios están listos para mostrarnos planetas y estrellas. Así comienza nuestra recorrida por Coronel Pringles.

VIAJE A PONTAUT A caballo son unas cuatro o cinco horas. Es lo que tardan las cabalgatas que cada año se organizan desde Pringles hasta Pontaut, pueblo a 35 kilómetros de la ciudad (12 de tierra en buen estado), donde viven 100 personas. Aquí nos recibe Amalia Otero, a cargo de realizar el city tour con nosotros. Lo primero que nos muestra es la escuela llamada CEPT –Centro Educativo para la Producción Total– donde los alumnos viven unas semanas para luego pasar otras en su casa, a donde concurren los profesores para asistirlos en la realización de las tareas “para el hogar”: es decir aplicar los conocimientos de las aulas para contribuir a la organización y economía familiar. 

Lorena López
El cielo bonaerense, sin contaminación lumínica para iniciarse en el astroturismo.

Nos toca empezar la recorrida en el almacén de ramos generales atendido por Estela y Héctor. Ubicado en una esquina, con techos altísimos, piso de madera y frente de ladrillos, Mi Ilusión da cobijo a los que gustan de jugar al mus y al truco mientras toman algo. “Bienvenidos”, nos dice Estela con una gran sonrisa mientras nos conduce a unas mesas de forma hexagonal.  “¿Qué van a tomar?” Y de pronto, a las 11 de la mañana, frente a nosotros se materializan aperitivos y bandejas de picadas que van a tono con el lugar. Hasta la mortadela es rica. Alguien se calienta las manos en la estufa a leña que hay en un rincón y en la barra dos hombres conversan en silencio, uno con boina de lana, el otro con un chaleco igual de abrigado. “Atender es mi pasión”, nos dice Estela la pulpera, “y antes de que me lo pregunten les digo que sí, que acá todavía se trabaja con la libreta y a fin de mes cada uno viene a abonar lo que corresponde”.

Aprovechamos el sol para seguir paseando por el pueblo que en rigor de verdad termina enseguida, así que luego de unos minutos ya bordeamos el campo. Los caminos de tierra invitan a caminar en silencio para disfrutar de la naturaleza y de la sensación de tener todo el tiempo del mundo. Hacia las tres de la tarde emprendemos el regreso en dirección a Pringles, pero antes de llegar hacemos un alto en la casa de campo de Marta Urquiola, que nos espera para tomar un té de campo, aunque más que té es mate acompañado de unos budines cítricos donde se destaca el de mandarina, húmedo y perfumado. Del frío del exterior entramos a la casa de Marta, donde hay un fuego bien vivo que crepita como dándonos la bienvenida. “Este es el lugar en que nací y hoy en día lo ofrezco para que el turista disfrute del campo, del arroyo y de esta misma casa que es parte de mi vida, por eso está tan cuidada y con tantos lindos detalles”. Un galería cerrada con vidrios de colores, manteles de hilo, carpetas bordadas, muebles que brillan y una cocina de esas donde parece que todo el tiempo se gestan panes, tortas y guisos humeantes. Es una cocina donde las milanesas de soja están de más.

MUNDO TITÁNICO Se sabe: la obra del arquitecto e ingeniero Francisco Salamone fue enorme, abundante, titánica en tiempo y forma. Él construyó en 1936 el edificio de la municipalidad de Pringles frente al cual estamos en este momento. Basta levantar la vista para sentirse intimidado por la presencia de alguien que nos mira. ¿Será el Estado? ¿Será Dios? ¿Será el otro? ¿Será nuestro propio inconsciente? No lo sabemos pero alguien hay que nos dice “ojo”. Las puertas, la escalera y las luminarias de este edifcio blanco llaman la atención por su solidez, belleza, simetría y planificación. La obra continúa con las fuentes ubicadas frente al palacio municipal, los bancos de la plaza, las torres de luz y el diseño de la vereda, que parece estar en constante movimiento. El “circuito Salamone” se complementa con la visita al que fue matadero modelo a fines de los años 30 y una cruz con un Cristo bastante especial, en el cementerio.

Lorena López
Monumentalidad en la torre del municipio proyectada por Francisco Salamone.

Muy cerca de donde estamos nos esperan los de Uriarte, dos primos que comparten apellido y el gusto por la elaboración de las mermeladas y otros productos caseros. En el local llamado Yegua Negra nos recibe su dueño, Bernardo, que comenzó a elaborar dulces en 2010 cuando vivía en Catamarca. “Todo comenzó como un hobby, hasta que decidimos con mi esposa volver a vivir a Pringles y lo transformamos en nuestra forma de vida”, afirma. Además de mermeladas y zapallo en almíbar elaboran una línea de bombonería y picadas que ofrecen en este local de venta a la calle. Por su lado Donato de Uriarte (el primo de Bernardo) se dedica a los dulces gourmet La Pillahuincó y está bien orientado al souvenir para el turismo, además de elaborar fiambres ahumados de jabalí y ciervo y otras carnes silvestres. 

Se hace de noche muy rápido en invierno. A eso de las cinco de la tarde ya estamos rumbeando para la estancia El Rezongo: pero ahora vamos a recorrer el campo antes de que oscurezca, a charlar y a cenar. Analía nos recibe en el quincho donde se ven los preparativos para el asado y nos invita a dar una vuelta por el campo y dejarle unas flores a la Virgen, de la cual su padre es devoto. Caminamos, escuchamos el susurro del viento entre los árboles y la vista del arroyo nos hace respirar profundo: el agua siempre genera un efecto balsámico en el ánimo. Cuando volvemos al quincho, la carne ya ha comenzado a cocinarse. Analía destapa unos porrones de Peter Führ, la cerveza pringlense, mientras Mónica y Marta ponen una gran picada sobre la mesa con los productos de los de Uriarte.

“Hemos armado un circuito para el turista donde cada integrante del grupo ofrece sus productos o servicios y así fortalece su propio emprendimiento, al tiempo que se conoce nuestra localidad de Pringles y los pueblos cercanos”, explica Mauricio Bertani, apicultor y asesor del grupo de turismo rural Los Sauces (Cambio Rural, INTA). “Trabajar de forma asociativa brinda más fuerza y entusiasmo que hacerlo de forma individual; trabajar en enquipo genera más logros”.

CREATIVIDAD APLICADA Una esfera de metal flota sobre el agua. Más precisamente, en una lagunita que ocupa una parte del jardín de una casona en Pringles y que le da al entorno un aire inesperado, quizás de ensueño. La autora de la obra es la artista plástica Mary Irigoyen, que encontró en los metales la materia prima de sus obras y con la condición de que fueran piezas “de por acá”: “La idea es utilizar para las obras lo que en teoría ya no sirve, como un disco de arado viejo o repuestosde maquinaria que cumplieron su ciclo de vida”, cuenta. “Encuentro material en montones de chatarra , me seducen algunas formas , las rescato y les doy vida nuevamente”.

Tanto le gustó a Mary lo de los metales que un día decidió también aprender a trabajar el acero para hacer cuchillos. Y aquí entra en escena otro artista, pero de distinta orientación: Víctor Bassano, instructor de cuchillería. Quien enseña a forjar una hoja, a templarla, a “crear” un cuchillo hasta sus últimos detalles y hasta a hacer el “acero damasco” que, como él describe, es un “hojaldre” de aceros que hay que trabajar con mucha rigurosidad para que quede bien. Visitamos a Víctor en su taller y es imposible no asombrarse ante la variedad y el trabajo minucioso de terminaciones y decorados. “Mary en seguida le agarró la mano a las soldaduras y a la cuchillería, es toda una artista”, asegura Víctor.

Nuestro recorrido por Pringles está terminando. Lo único que nos queda es ver una obra de Mary ubicada en el club de golf y que homenajea a un matrimonio que hizo mucho por ese deporte y que falleció en un accidente. Llegamos al green y a un costado se yergue la escultura. Es un swing perfecto. Solo eso. Formas puras, simples, contundentes. Plateada, de acero inoxidable. Esta descripción hace pensar que se trata de algo frío y distante. Todo lo contrario. No sabemos cómo ni por qué, pero la vista de esa obra muda nos conmueve profundamente; todo se detiene y ahí quedamos en silencio, escuchando lo que la obra de Mary tiene para decirnosz

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