La suba reciente del dólar reavivó el debate sobre su efecto en la inflación local. Si bien el titular del Banco Central, Federico Sturzenegger, dice que las políticas aplicadas serán capaces de desligar la evolución del tipo de cambio del comportamiento del nivel general de precios, como lo ha conseguido en gran medida el resto de las economías de Latinoamérica (excepto Venezuela), no están dadas las condiciones locales e internacionales para lograrlo.

Antes de describir las causas que inhabilitan esa desconexión, vale repasar el más reciente antecedente. Mientras que entre la devaluación de diciembre de 2015 y julio de 2016 la inflación promedio mensual trepó al 4,0 por ciento, en los anteriores dos cuatrimestres había sido de 1,9 por ciento, según el IPC-Ciudad de Buenos Aires. El vigor inflacionario fue reforzado por la quita de retenciones y el brusco aumento de las tarifas de los servicios públicos. La receta que está aplicando el gobierno, denominada “Metas de Inflación”, consiste básicamente en dirigir el comportamiento del nivel general de precios estableciendo objetivos de inflación. Para eso, el Banco Central va estableciendo una tasa de interés de referencia en niveles reales positivos  y liberaliza el tipo de cambio. 

Ahora bien, existe una serie de factores que diferencian a la economía nacional del resto de la región y que no podrán revertirse tan fácilmente como el gobierno confía para lograr que su programa sea exitoso.

Evolución

En primer lugar, corresponde observar que el tipo de cambio en Argentina a lo largo de su historia exhibe una tendencia constante al alza y la presencia de saltos bruscos que van determinando periódicamente nuevos pisos en el valor de la divisa. Si bien en los últimos meses el Gobierno ha tratado de romper con ese patrón de comportamiento no se lo puede modificar tan rápidamente y sigue existiendo la percepción generalizada de que prevalece un atraso cambiario que obligará a seguir depreciando la moneda.

Este comportamiento del tipo de cambio difiere sustancialmente respecto a cómo operan los mercados cambiarios del resto de las economías de la región. En esos países predomina la incertidumbre respecto al alza o a la baja de la cotización de sus monedas y así han conseguido transitar extensos períodos de estabilidad con tasas de interés reales positivas. La década de altos precios de los recursos naturales (2005/2014) fue fundamental en este sentido para robustecer el resultado de sus cuentas corrientes, especialmente en los primeros años del período, permitiendo romper con una arraigada tendencia a la depreciación de sus signos monetarios. En cambio, en la economía local, prosiguió una nueva etapa de estabilidad cambiaria con crónico deterioro de la competitividad por inflación acumulada. Y las correcciones del patrón cambiario han tendido a ser abruptas y disparadoras de los mayores procesos inflacionarios.

Por otra parte, a diferencia del resto de las economías de la región el elevado ingreso de capitales en Argentina obedece en gran parte a fondos captados por la emisión de deuda pública para financiar el déficit fiscal y de capitales especulativos atraídos por la elevada rentabilidad financiera que ofrece la economía local. Es decir, no hay un sustento real, las tasas de endeudamiento son mucho más altas y no se verifica una mejora de la competitividad real derivada del ingreso de esos capitales. Por lo tanto, el hecho de que no haya un canal comercial que justifique –por lo menos, parcialmente– la apreciación cambiaria pone a la economía en una situación de gran fragilidad porque una salida generalizada de esos capitales (buena parte están invertidos en Lebac) implicaría la necesidad de engrosar el endeudamiento (en caso que sea posible) con tasas de interés en ascenso, sacrificar reservas y/o devaluar bruscamente. 

En un escenario de esas características, la aceitada dinámica de las expectativas adaptativas locales de bruscos movimientos de precios en función del incremento del precio del dólar desencadenaría una presión inflacionaria nuevamente muy gravosa.

Tendencias

Otro factor diferencial clave de Argentina respecto a la mayoría de los países de la región es que el comportamiento del tipo de cambio ha respondido históricamente y de forma preponderante a factores vinculados a su propia dinámica interna. En cambio, en las economías vecinas, su evolución está determinada según tendencias globales, especialmente en relación a la evolución de los precios de sus productos tradicionales de exportación (recursos naturales, básicamente). Así, cuando esos precios bajan, también sus monedas se deprecian. En consecuencia, la presión inflacionaria de las devaluaciones es compensada por los menores precios internacionales. Y, cuando los precios de estos últimos aumentan, el impulso inflacionario generado es moderado por la revaluación cambiaria.  Como la dinámica local no ha estado sujeta a ese patrón global, en ciertos escenarios, como el de inicios de 2014, se ha combinado la devaluación del peso con la suba de los precios internacionales.

Dada la frecuente repetición de los ciclos económicos, se han arraigado expectativas adaptativas generalizadas que descuentan el impacto inflacionario que originan los aumentos bruscos del dólar. En otros países de la región suele ocurrir lo contrario, debido a que sus monedas presentan un comportamiento en direcciones erráticas, tanto al alza como a la baja, y con variaciones menos bruscas, lo que ha contribuido a que los precios no respondan tan sensiblemente. En un esquema de estas características, una empresa que reacciona a la suba del tipo de cambio aumentando inmediatamente sus precios arriesga una porción de su participación de mercado, dado que los aumentos no forman parte de un comportamiento masivo, como sí ocurre en Argentina cuando cambia de forma brusca la paridad cambiaria.

En la economía local, ante una suba del dólar, la gran mayoría descuenta que los precios, incluido el del dólar, se acomodarán en un escalón irreversiblemente más alto. De hecho, es habitual que los contratos de insumos de uso industrial difundido se ajusten en función del tipo de cambio. Esto provoca un comportamiento en cadena que otros sectores replican, a pesar de no poseer necesariamente una oferta transable (exportable o importable), ya que, si no se adaptan, pierden participación en el ingreso, dado que siempre poseen costos directos o indirectos que suben por estar sujetos a la cotización del dólar.

Si bien hay sectores no transables con demanda más sensible a las variaciones de precios que poseen menos capacidad para subir precios (cuando lo hacen, sus ventas caen más que proporcionalmente), su retraso sólo es temporal; una vez restablecido el poder adquisitivo de los hogares, buscan ir recuperando su posición en la estructura de precios relativos de la economía, dotando al proceso inflacionario de un componente inercial, muy difícil de erradicar. Y, una vez que se reacomodaron los precios, se regenera la nueva expectativa de aumento del dólar.

Alimentos

La canasta básica en Argentina se concentra mayormente en productos tradicionales con amplio acceso a los mercados externos, como la carne vacuna y los derivados agrícolas, hecho que genera una mayor sensibilidad de los precios ante cambios en el tipo de cambio y en los precios internacionales de esos productos. Esta característica de la canasta no se observa de forma tan pronunciada en los otros países de la región, donde el consumo popular no está tan asociado a alimentos de plena capacidad exportable y con tan alta participación en las exportaciones totales de sus economías, como es el caso de la carne de cebú en Brasil, la mandioca en Chile y Perú o los frijoles en México.

Otra característica muy relevante que distingue a Argentina es el fuerte poder de negociación de los trabajadores, hecho que exaspera la puja distributiva. Esto tampoco ocurre en los otros países analizados, donde los Estados ejercen un mayor poder represivo contra ese sector, la masa salarial tiene menos participación en el PIB y prevalecen mayoritariamente los salarios de subsistencia, denotando un mayor poder de negociación de los empresarios y, por lo tanto, un efecto menor de la puja distributiva o inflación de costos.

Dolarización

El elevado grado de dolarización influye también considerablemente sobre el impacto que tienen las variaciones del tipo de cambio, ya que no sólo afecta a los costos asociados a la importación de productos intermedios y de bienes de capital, sino que también genera cambios en la composición de la cartera de activos de los inversores.

Sobre la base de todos estos aspectos, sin mediar una indeseada y mayor caída del consumo o que realmente el gobierno consiga activar inversiones productivas de magnitud que permitan sustituir importaciones o ampliar la capacidad exportable, no será posible que el Banco Central pueda llevar adelante con éxito un régimen de metas de inflación. En especial cuando hay un claro consenso respecto a que el tipo de cambio está atrasado, los niveles de déficit fiscal y de cuenta corriente siguen siendo muy elevados y se percibe que el sostenimiento del modelo se debe básicamente al extraordinario crecimiento del endeudamiento externo.

El proceso será cada vez más frágil en la medida en que se sigan incumpliendo las exigentes metas de inflación, en que la renovación de la deuda sea más onerosa y en que la carga de los intereses sea mayor. La presión a una nueva devaluación brusca se expresará en una más evidente imposibilidad de sostener la libre flotación cambiaria que pregona el Banco Central, independientemente de que cualquier factor exógeno adverso, como una suba de tasas por parte de la Reserva Federal (banca central de Estados Unidos) o una contingencia, podría acelerar el proceso y precipitar una espiralización inflacionaria aún más difícil de controlar

* @pablosingerman

@marianokestel

Este trabajo es un adelanto del Informe de Coyuntura del Estudio Singerman & Makón + Kestelboim.