Este 7 de mayo Evita cumpliría 104 años. Ella y Cristina son los dos liderazgos femeninos más importantes de la historia de nuestro país.
Evita llamó a las mujeres a organizarse, a la vez que decía que eso no era hacer política, declaraba que debían desarrollar una práctica concreta, para darle contenido de proyecto de país. No hacer política y definirse como peronista, como un modo de abarcar la vida misma desde una identidad, que deja de ser la política porque es un todo: la nación, la familia, lo social, lo doméstico, el trabajo, el Estado. Afirmaciones que deben leerse en contexto. Para las mujeres estaba vedada la política y participar en lo público podía leerse más cerca de la definición del diccionario de la real academia y en los insultos de los que fue objeto.
En el clima de época debemos situar las estrategias de Evita como líder, que no sólo convocaba a las mujeres, también era puente de diálogo entre el movimiento obrero y Juan Perón. En La Razón de mi vida reconoció que ella no tenía pensado ocupar un rol de tamaña importancia política. Más bien había aparecido la función social, desde una perspectiva de derechos, ya que deploraba la caridad. Eso era en un principio a lo que aspiraba –y se esperaba que hiciese– desde la Fundación Eva Perón.
A pesar de ello, la envergadura de su liderazgo, como ocurrió también con CFK, creció sin límites: interlocutora de los obreros, referente en el mundo a partir de su viaje por Europa, articuladora en el armado político del partido y creadora y conductora del Partido Peronista Femenino (PPF). Es tan irreverente y revulsiva una líder mujer con semejante potencia, que no resulta osado pensar que incluso ella debería sobreactuar ciertas reverencias.
Puso en juego el PPF. No alcanzaba con el voto femenino aprobado en 1947. Evita sostenía que había que organizarse para volver a conquistar el gobierno y ganar la elección de 1951, primer año en el que votaron las mujeres y que también fueron electas. El PPF se organizó en unidades básicas femeninas con una impronta propia. La convocatoria fue tan exitosa que en dos años ya contaba con 3.600 sedes del partido en el país. Desde el lugar asignado-aceptado, de lo concreto, de la acción social, convocó a cientos de miles de mujeres a abrazar la causa justicialista y a sumarse a las unidades básicas.
Desde esta perspectiva, Evita incluye la emancipación de las mujeres y enuncia a los sujetos sin ambigüedad: los descamisados, los obreros y las mujeres son su causa. Evita no tuvo hijos, pero parió, gestó, un protagonismo político de miles de mujeres en este país. Y Cristina es parte de esa herencia. Me gusta pensarla como una hija dilecta de Eva.
En el discurso de toma de posesión de su primer mandato, en 2007, CFK dijo: “También –porque saben que la sinceridad es uno de mis datos proverbiales– sé que tal vez me cueste más porque soy mujer, porque siempre se puede ser obrera, se puede ser profesional o empresaria, pero siempre nos va a costar más, estoy absolutamente convencida”.
Cerró su ponencia refiriéndose a Eva y a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Estas mujeres la inspiran y le dan la certeza de que podrá hacerlo, pero, además, eligió plantear la cuestión de género, comparándose con una obrera, profesional o empresaria. Las dificultades que ella deberá afrontar por ser mujer son las de todas en una sociedad patriarcal. Varios años más tarde, ya como expresidenta, usará la palabra “patriarcado” y reconocerá su resignificación del feminismo. El año pasado al cierre de su alegato, en el disparatado juicio de vialidad, reiteró el reconocimiento de su condición de género como un factor clave en los ataques que padece.
Cuando se definió que el segundo mandato kirchnerista sería con “pingüina” a la cabeza, se avanzó en la revolución cultural en relación a la participación de las mujeres que había quedado inconclusa por la muerte temprana de Evita. No fue azaroso, en este primer discurso, la referencia de Cristina a Eva, como “la persona que no pudo y más lo mereció”, además de las decisiones políticas que tomó luego, como jefa de Estado, en clave de géneros, igualdad, diversidad sexual y no discriminación.
Otro hilo que conecta a estos dos liderazgos es el odio. Es muy similar el que sufre Cristina al que padeció Eva. Odio de los intereses antipopulares. Odio de clase. El que despiertan los proyectos populares que generan derechos para los trabajadores y trabajadoras. Odio de los proyectos que redistribuyen riqueza económica, pero también cultural y simbólica. Ambas expresan proyectos de ampliación de derechos, de radicalización democrática. Este odio afectó las vidas de ambas, pero más que ser algo dirigido hacia una o dos personas, es un odio que quiere arrasar con lo que representan, para las mujeres, más de la mitad de la sociedad, y para proyectos que ponen en el centro el amor por la felicidad y la dignidad del pueblo.