"Lo que hago podría resumirse en tratar de transmitir la preservación de la cultura para entender el presente, para comprenderlo, para vivir", afirma Carina Carriqueo, cantante, activista y escritora mapuche-tehuelche que rescata hace años la lengua y los cantos ancestrales de esos pueblos originarios. Su porte y estética acompañan sus objetivos: está vestida tradicionalmente, sus accesorios son platería que es mensaje y símbolo de su cultura. Su voz es dulce y atenta, entona las palabras de manera especial y única. A través del canto y la narración, la labor de Carriqueo continúa siendo difundir la cultura de sus padres y abuelos, buscando siempre nuevas herramientas para llegar a todos los públicos, herramientas para difundir en ámbitos académicos, escuelas públicas, barrios, centros culturales. Este año fue intenso para ella: su último single, Canto Sagrado del Lucero, fue inscripto a los Latin Grammys. Su libro Cuando el lago esté quieto, se presentó en esta edición de la Feria del Libro.
Carriqueo nació en Bariloche, vivió muchos años en General Pinto, pero hace algunos años que reside en La Plata. Además de escribir y cantar, dirige un coro de adultos mayores en Los Toldos y realiza todo tipo de presentaciones en escuelas. "Me encuentro constantemente en la búsqueda de poder dar información primero, siempre hay alguien que escucha por primera vez la lengua y el canto. Para mí es un orgullo hacerlo, y que siempre sea recibida con el respeto, en silencio, eso es algo maravilloso", afirma.
-¿Cuándo empezaste a entender que difundir tu cultura era a lo que tenías que dedicar tu vida?
-Fue temprano en el sentido de que ya me gustaba cantar desde muy, muy chiquita, y además de que mi abuela me hablaba la lengua y que bueno, iba entendiendo de a poquito. Pero en el momento en el que ingresé a la escuela, desde primer grado, sufrí mucho la discriminación, como todos. Era una época en donde ser mapuche, originario, era un papelón, era una vergüenza. Obviamente uno se siente muy mal, pésimo, pero sin embargo siempre seguí adelante y después, en mi época adolescente, empecé a cantar. Me volqué a aprender el canto más antiguo, que es el tahil, me animé a hacer mis propios tahil, que es el canto a los sonidos naturales, que se dedica a los sonidos de la naturaleza. Hasta el día de hoy me sigo encontrando a veces con hechos muy discriminatorios y no han hecho doblegar esta tarea de continuar por este camino. Por alguna razón sigo y sigo animando a que otros también animen, porque es la forma de que no se muera la cultura en todos sus aspectos. Hay que animarse nada más, y creo que eso es lo que hago: animar a que otros canten como canté yo, con todos los miedos. Sí, lo pasamos mal, pero aquí estamos, estamos listos para revertir la historia, para decir "somos mapuche y somos orgullosamente originarios".
-¿Qué importancia tiene en una cultura oral como la mapuche tehuelche la música?
-A través de la música está también el diálogo, porque la música acompaña las historias, las leyendas, lo que nosotros conocemos como epew, que significa lo contado, lo transmitido. El canto acompaña lo colectivo, acompaña la primera conversa de la mañana, el peuma, el sueño. Está presente cuando cosechamos, por ejemplo aquí en La Plata ngülliw, piñones, fruto del pehuén. Mientras se cosecha se le canta a la naturaleza, esa es nuestra relación: cuidarla, cantarla y que nos enseñe de ella también a cantar. Nosotros cantamos los sonidos, por eso tenemos que estar permanentemente con atención, oyendo qué es lo que nos dicen. El canto es circular, no tiene ni estribillo ni tiene introducción, es un canto cortito que se va repitiendo. Nosotros decimos que es como la vida, como nuestra cosmovisión, circular. Nuestro futuro está en el pasado, estamos mirando constantemente y oyendo la palabra de nuestros antiguos, recordándola para saber cómo plantarnos en este presente y qué es lo que queremos para nuestras futuras generaciones.
-En contraste con los pueblos originarios, el mundo occidental es un mundo donde la temporalidad es lineal. Vivimos atados a la lógica del progreso, de la causalidad, de una cosa detrás de la otra. ¿Cómo conviven esos dos mundos en vos?
-Nosotros vivimos de esa forma, de lo circular, lo que cosechamos, volvemos a entregar a la tierra, pero lo hacemos ya de una manera en la que nacimos con eso. No sé en qué momento se aprende, todo es convivencia y nuestra convivencia es esa. Es el del bienestar con el otro. Hoy estamos escuchando que hay gente joven que se está yendo del país y eso nos hace pensar que está prevaleciendo una constante búsqueda del bienestar económico. Eso deja de lado el otro bienestar, el de los vínculos, el de la familia, el del lugar donde uno nació. Aunque no sea el lugar lugar, es en el Abya Yala, en este gran lugar donde estamos las primeras naciones. Antiguamente no había fronteras, por eso el Abya Yala es donde convivimos, criollos, originarios, venidos y vencidos, pero todos nosotros hacemos que este país esté unido, que se pueda nutrir. Todos en algún momento nos hemos ido lejos esperando encontrar algo que nos llene y que nos haga sentir seguros, pero hoy lo que se busca es una seguridad solamente económica. Creo que lo único que nos puede hacer sentir entero son las relaciones humanas, la confianza en el otro, y esa confianza tiene que ver con nuestro vivir circular. Todo el amor que damos, el amor que recibimos, todo lo que entregamos, tiene que ver con nuestra naturaleza. Por eso nuestra insistencia en cuidarla, en tratarla como a nuestros hijos, en no dañarla, en estar pendientes del extractivismo, de las multinacionales, porque tiene que ver con el agua que consumimos. Por eso, a veces parece que vamos en contra de todo eso que se pretende de una sociedad lineal. Ese "progreso", entre comillas, no es progreso, es involución.
-Se trata de eso que dijiste al principio, preservar la cultura para entender el presente.
-Eso es lo que está faltando. Vivir, vivir y respirar, vivir y mirar a los ojos al que tenemos al lado, agradecer, darle una mano al que podamos. Las cosas cambian mucho y es difícil hacer entender. Por eso es necesaria la palabra y el canto, porque a través del canto también se escuchan las reflexiones, sobre todo en las escuelas, donde nos seguimos encontrando con la discriminación. Hace muy poquito, una semana, fui a un colegio donde la maestra se había burlado del nombre de un niño indígena. Hay tanta desinformación que cuando terminé mi presentación, la única que levantó la mano para hacer una pregunta fue la docente, la que había discriminado al niño, y lo que preguntó fue por qué no se enseña esto en todas las escuelas. A veces es necesario mirarnos, comprendernos, charlar y de esa forma hermanarnos en una cultura. Todos somos parte de la tierra. Mapuche quiere decir eso, parte de la tierra, gente de la tierra.
-¿Y por qué esto no se enseña en todas las escuelas?
-Cuando voy a las escuelas, me sorprende que haya maestros que no prestan atención siquiera a los rasgos de los alumnos que tienen enfrente. Cuando voy a los colegios, después de la conversa los mismos chicos levantan la mano para preguntar de qué pueblo originario son ellos. Y ahí, con la ayuda de la palabra, empiezan a decir sabés que yo soy quichua, o mi abuelo o mi mamá es guaraní, yo soy guaraní. Yo trato de instalarles el orgullo ante todo, el orgullo de que se sientan seguros. Por eso el proyecto de Buenos Aires Plurinacional es una gran iniciativa para que también se instalen las escuelas, esa manera distinta de enseñar y de entender el universo, el territorio y nuestra cultura.
-Si tenés que pensar en la discriminación que sentiste vos, o tus padres, por tu identidad ¿sentís que mejoró la aceptación del mundo frente a la disidencia indígena?
-Para la generación de mis padres hablar nuestro idioma era una vergüenza. Recién hoy están empezando a recordar en voz alta, aunque siempre supieron y siempre recordaron. De a poco, les cuesta a ellos mismos aceptarse, en el sentido de poder decir abiertamente sí soy. La identidad quedó como algo de entrecasa en esa generación. Creo que de a poco mejoró, pero siempre tenemos los medios de comunicación, que ante el primer conflicto persigue o se calla, y enseguida empieza el dedo acusador, una patrulla sentenciadora de culturas, señalando a los mapuches y acosándonos de terroristas a todos. Eso perjudica mucho. Lastima cuando uno está tomando un café y hay un gran televisor con un gran título acusándonos de todo. Hay que ver realmente quiénes son los invasores, quiénes son los que persiguen y por qué esas luchas, por qué esos cortes de ruta, por qué las mujeres presas, cuántas injusticias vamos a tener que seguir viviendo. Entonces, todavía falta mucho. Se ha hecho muchísimo con leyes, leyes por ejemplo que reconocen que las comunidades originarias tienen que tener personería jurídica. Hay un montón de cosas que se hicieron y un montonazo de cosas más que faltan y entre ellas es el orgullo de este propio país entero hacia las primeras naciones que la habitan.
-Estás inscripta para los Latin Grammys. ¿Qué se siente esa oportunidad desde tu lugar de mujer indígena?
-Todavía no nos explicamos cómo es posible que eso esté ahí (ríe). La discográfica Soir Music Argentina envió con muchísimo coraje este Canto Sagrado del Lucero. En la inscripción nos enviaron los papeles y dice cantado en castellano, porque no está reconocido el mapuzungún. Entonces es muy raro que esté, pero nos alegra muchísimo porque hay mucha gente que ya lo está escuchando y que si bien sabemos que quienes llegan a las nominaciones son artistas de renombre mundial, no tenemos conocimiento de cuántos originarios cantando en su lengua originaria hay postulados para los Latin Grammy. Lo desconocemos. Francamente, ese dato no lo hemos encontrado en ningún lado, pero estamos orgullosos. Por lo menos, mucha gente lo va a oír y se va a enterar de que los mapuche tienen un canto y que se canta de esta forma y que habla de tal cosa. Eso ya es bueno. Ya es un reconocimiento, es un halago al alma, para el corazón, para la historia, para lo vivido. Esto es un premio enorme. Si tiene lo que venga después, ya es de más. Vamos a estar también con el corazón lleno de alegría. Me produce la misma alegría que me genera cuando voy a un colegio y los chicos terminan abrazandose entre ellos. Mi objetivo es seguir difundiendo de todas las formas posibles. Ese es mi trabajo diario, enseñarle al chofer del colectivo, a alguien que está sentado en el tren, que le llama la atención la platería, siempre ando luciendo la platería mapuche, y que pregunta, y basta esa pregunta para que yo le empiece a dar una clase sobre la cultura mapuche, o a intercambiar con alguien que está hablando guaraní por teléfono, intercambiar algunas palabras y enseguida empezar ese diálogo. Así que el objetivo siempre es ese, difundir de la forma que sea.
-Tu libro Cuando el lago esté quieto se agotó y la segunda edición está por agotarse, van a tener que sacar una tercera. ¿Por qué pensas que genera tanto interés?
-El libro es un libro de cuentos, cuentos largos, narrativa para adultos. Al contrario de lo que se suele hacer, es contar la cultura desde adentro. Siempre son historiadores o recopiladores de leyendas que las transcriben tal cual la contó casi siempre una abuela o un antropólogo que hizo un informe de cómo se comportan los mapuches en determinadas situaciones. Yo lo que hice fue contar desde mi casa, desde mi casa, desde adentro, desde donde nací, desde donde nacieron mis abuelos, para que los que no conocen cómo es vivir en la cultura, sepan. Pero es muy especial para mí que se haya leído tanto, que se esté usando en universidades, que lo estén usando profesores de literatura con sus alumnos, que el prólogo lo haya escrito alguien como Magalíza Aguirre, que ni siquiera me conocía, ni siquiera sabía quién era yo ni qué canto, pero quiso hacerlo rapidísimo porque le gustó tanto el libro. Es como una caricia al alma para mi.
-Lo que pareciera unir el canto con la escritura es la palabra historia, relato. ¿Cuál es el poder de eso, de la narración?
-Claro. La historia que yo cuento a veces es el título del libro, Cuando el lago esté quieto. Se llama así porque en el sur, cuando el lago está quieto, ocurre algo, que yo lo he vivido y todos los de nuestra cultura lo hemos pasado con nuestros viejitos, con nuestros abuelos y abuelas, que cuando el lago está quieto y hay una pequeña brisa aparece el caleuche. ¿Y qué es el caleuche? Es ese gran barco de los muertos que pasa a recoger las almas y que arriba va comiendo curanto. ¿Y qué es el curanto? El curanto es una comida muy antigua que se sigue haciendo y se hace de determinada forma, describiendo cosas muy puntuales, desde personajes míticos hasta estas cosas, pequeñas cosas que mediante un cuento alguien puede enterarse qué es lo que pasa, que nosotros lo seguimos seguimos escuchando a nuestros abuelos decir que vieron ese barco, que lo están por ver cuando ellos están ya a punto de partir. Eso es parte de nuestra cultura y esa es la forma en la que yo difundo nuestra cultura.