No es trivial que se reduzca el consumo agregado en un país que aún no ha alcanzado los niveles de desarrollo más elevados. Se trata de una aberración económica, que sólo puede ser explicada por shocks transitorios sobre la macroeconomía o por una decisión política de apostar al modelo del derrame como estrategia para distribuir los frutos del crecimiento económico. Como sea, el actual contexto de retracción del consumo masivo presenta la característica distintiva de registrarse de forma generalizada en todos los rubros de la economía: bienes durables, no durables, de consumo básico, ocioso. Todos caen. Incluso el de alimentos y bebidas, ítem históricamente inelástico a la baja respecto a factores de precios o ingreso.
En este punto se da de bruces la falacia de una economía recalentada, insuflada de manera espuria por los anabólicos que el kirchnerismo introducía, por su matriz de acción populista y cortoplacista. La caída de las cantidades consumidas de leche fluida no puede deberse a otra cosa que un deterioro difundido en la calidad de vida del promedio de la población.
En el repaso pormenorizado de indicadores más amplios se apela en primer lugar a las encuestas de compras del Indec. Los retrocesos de mayo y junio, tanto del consumo en shoppings como en supermercados, no hacen más que consolidar 17 meses de caídas en continuado. Trasunta de estos informes oficiales que el rubro más afectado es el de electrónica, donde la facturación se incrementa un 1,6 por ciento interanual, a pesar de una inflación del 24 por ciento para igual período. De analizar el desempeño de las ventas de los productos alimenticios se evidencia el notable deterioro en el bienestar de la población. Ocurre que, mientras el consumo de carne sigue cayendo al 2,1 por ciento respecto al año anterior, la brecha de ventas con respecto a los productos farináceos de panaderías y almacenes trepa por sobre el 10 por ciento. En las clases populares, la supresión de la proteína animal que incorporaban por medio de la carne, puede tener implicancias negativas sobre el desarrollo físico e intelectual de los más jóvenes de la familia.
Volviendo al plano macroeconómico, un informe oficial de actividad económica da cuenta del quinto trimestre consecutivo de descenso en el valor agregado del sector de comercios “minoristas, mayoristas y de reparaciones”. Como en una espiral decreciente, no se puede disociar el efecto de caída de actividad sectorial a la merma en el consumo agregado. Claro está que las Pyme son las más perjudicadas por este contexto, por la imposibilidad de recuperar niveles de venta compitiendo por precios, producto de tener estructuras de costos asfixiantes en un contexto de tarifazos y un proceso de inflación que aún no se atenúa. Con todo, comercios de baja escala en rubros como textil, calzado, electrónicos, mueble y juguetes, encuentran reducidas sus ventas por sobre el 20 por ciento y se ven obligadas a reducir sus plantas de personal y producción.
La pregunta que empieza a sobrevolar tiene que ver con las perspectivas de reversión de este fenómeno o si, en cambio, Argentina transita por un cambio estructural. La sostenida coexistencia de una caída en el consumo con el menoscabo de los salarios reales, no permite analizar el escenario contrafáctico de una migración de excedentes del consumo al ahorro, aún en la fase creciente del ciclo económico. No obstante, una primera intuición hipotética se puede indagar a partir de examinar los números que se desprenden de indicadores de expectativas sobre distintas variables de la economía. En particular, las expectativas medias de crecimiento para el año 2017 cayeron en junio al 2,7 por ciento, según el Relevamiento de Expectativas Económicas que elabora el Banco Central. Esta cifra contradice el 3,5 por ciento previsto en el Presupuesto Nacional, y al 3,0 por ciento que aún contemplaba “el mercado” hasta febrero. Simultáneamente, las proyecciones de inflación 2017 del mismo relevamiento fueron revisadas al alza, promediando en junio el 21,7 por ciento anual, frente al 20,4 por ciento pronosticado a inicios de este año.
Estos indicadores coinciden con el último informe de Latin Focus, que hace un sondeo entre distintos bancos y consultoras, tanto locales como extranjeras. Este estudio internacional, agrega que el índice de confianza del consumidor de la Universidad Torcuato Di Tella descendió de 46,2 por ciento en abril a 45,8 por ciento en mayo, alejándose del 50 por ciento que separa el optimismo del pesimismo. Para junio, la nueva caída al 42 por ciento implica previsiones aún menos alentadoras.
Volviendo a Latin Focus, argumentan que los resultados pesimistas se deben a las reformas de la administración macrista para “normalizar la economía”. En lugar de una estabilización virtuosa, siguen provocando recortes de puestos de trabajo, una inflación en alza que reduce el poder de compra y recurrentes subas de tasas del Banco Central, que atentan contra la confianza de los consumidores al actuar como una señal de que las autoridades tienen dificultades para mantener los precios bajo control.
La consultora Kantar Worldpanel, comparte este diagnóstico: el índice que mide las expectativas económicas de los hogares sobre la evolución de la economía registró una caída. Con expectativas pesimistas de actividad y precios, la intención de cultivar la cultura del ahorro será una quimera de difícil realización. Al fin y al cabo, partiendo de una retórica que convalida la premisa de una economía con fiebre de consumo populista, se puede justificar cualquier ajuste a los sectores asalariados
* Economistas de la Universidad Nacional de Avellaneda (Undav) e integrantes de EPPA.