A contramano de los consejos públicos de su bizarro gurú ecuatoriano, la campaña del oficialismo se metió de lleno con la economía. A su manera. Los datos sobre el nivel de actividad de junio, difundidos en la última semana de julio, revivieron los ánimos broteverdistas, que venían golpeados. Las claves para los números positivos fueron fundamentalmente dos, la entrada en vigencia de los aumentos paritarios más importantes a partir de mayo, que traccionaron el consumo, y el repunte de la obra pública, que empujó la construcción. La recaudación de julio reflejó el impacto del rebote inducido. Todo ocurrió, como no puede ser otra manera, por el lado de la demanda; que es el del populismo, en este caso electoral. Resta ver que sucederá a medida que transcurra el invierno, ya que los hogares comenzaron a recibir por primera vez, luego de la suspensión judicial de 2016, los aumentos plenos en las tarifas de gas, los que se suman a las subas de naftas y prepagas. Combinados, estos factores seguramente restarán dinamismo a la demanda ya a partir de agosto.
El broteverdismo también se expresó en la publicidad de campaña. En un spot reciente la Alianza gobernante destaca la evolución de dos indicadores clave: la inflación y el empleo. Conserva también las dimensiones más inasibles de su discurso, como la vuelta al mundo, la lucha contra el narcotráfico y la presunta “reparación histórica” a los jubilados. No parecen haber muchos logros para elegir. El cierre incluye dos comodines que repiten la fórmula de 2015: la idea abstracta del cambio y la invocación a la esperanza. Se trata de la repetición de un marketing político cuya inmunidad al paso del tiempo será, o no, validada en las urnas el próximo domingo.
Pero detengámonos en la inflación y el empleo, dos indicadores económicos muy correlacionados, aunque polares en términos ideológicos. “Correlacionados” en tanto crecimiento del empleo suele ser acompañado por el de los precios y viceversa. “Polares” en tanto poner el énfasis en una u otra variable, conduce a conclusiones opuestas sobre la economía y sobre las recomendaciones de política económica.
Sobre la inflación el oficialismo afirma que finalmente estaría bajando “por primera vez en ocho años”. Es rigurosamente cierto que los 25 puntos que se proyectan para este año son matemáticamente menores que los 40 de 2016, pero también un valor similar al de 2015, al de la herencia recibida.
En 2017 la inflación se contuvo planchando el dólar, controlando las paritarias y frenando parcialmente la continuidad de la suba de tarifas; es decir controlando parcialmente la estructura de costos de producción de bienes y servicios operando sobre los tres principales precios relativos de la economía. De estos tres elementos ya se disparó el dólar, que a la vez tendrá efectos de segunda vuelta sobre las tarifas, ya que el país es importador neto de energía. A ello se suma la entrada en vigencia de los citados aumentos previos. Sólo se mantiene uno éxito parcial: la contención de salarios, punto que a su vez se basa en el disciplinamiento provocado por el aumento de la tasa de desempleo, dato que refuta la segunda afirmación económica positiva del spot de campaña: la mejora en el empleo.
A diferencia de la inflación, que es solamente un efecto colateral de otras decisiones de política sobre los precios relativos, lo que sucede con el empleo es un objetivo central de la actual administración: disciplinar a la mano de obra para bajar salarios consolidando una redistribución del ingreso en favor del capital. No se trata de un plan velado, sino explícito. Comenzó en el minuto cero con Alfonso Prat-Gay, el ministro del “trabajo sucio” del primer año, amenazando a los asalariados con que era mejor “conservar el empleo que el poder adquisitivo del salario”. Se mantiene en el presente con la campaña contra los “privilegios” (ministro Jorge Triaca (h) dixit) de los trabajadores en las relaciones laborales, queja que se suma a las promesas de futura flexibilización, laboral y previsional. En segundo lugar, además de objetivo de política, el aumento del desempleo es también una consecuencia del modelo de desarrollo elegido. Por ambas razones, objetivo y consecuencia, la evolución del empleo es una puerta de entrada para comprender el funcionamiento global de la economía.
El último informe de coyuntura del ITE-Fundación Germán Abdala detalla que desde la asunción de Cambiemos hasta mediados de 2016 la caída del empleo privado registrado fue acelerada. Desde entonces comenzó una recuperación muy modesta a la vez que heterogénea en términos sectoriales.
Hasta junio de 2016 se destruyeron 82 mil puestos de trabajo (-0,2 por ciento promedio mensual), mientras que a partir de julio y hasta fin de año se recuperaron 15 mil (+0,04 por ciento promedio mensual). Ya en 2017 los números son levemente positivos. Las subas se dieron en la construcción y en servicios, con 15.800 y 8500, respectivamente y las caídas en la industria y en los restantes sectores productores de bienes, con la destrucción de 6200 y 6500 puestos de trabajo, respectivamente. Un dato duro llamativo es que la caída del empleo industrial se observa incluso en sectores como el de alimentos, que a priori serían claves para un modelo que se pretende “supermercado del mundo”.
Los números agregados indican que desde la asunción de la administración de la Alianza PRO la industria perdió 58.000 empleos. Y si bien “los números industriales comenzaron a ser menos negativos, la recuperación está impulsada por sectores de baja intensidad de mano de obra”, básicamente la recuperación de la construcción y del precio del petróleo, que impulsa a las exportaciones siderúrgicas.
La síntesis preliminar es que el nivel de empleo se encuentra todavía muy por debajo de 2015. Si se mantiene el ritmo de recuperación de los últimos meses, resume el ITE, los puestos perdidos recién se recuperarían en octubre de 2018, aunque sin cubrir el crecimiento natural de la Población Económicamente Activa. El empleo no parece la variable ideal para hacer campaña