En un cul-de-sac parisino del barrio Le Marais, una joyita kitsch –única en su tipo en la ciudad de las luces– dice adiós con varios cientos de bracitos: algunos de porcelana, otros de plástico, creados antaño por firmas jugueteras como Armand Marseille o Grace Putnam, o ya más recientemente por empresas como Mattel. Y es que, tras varias décadas de lúdico hacer, el Musée de la Poupée –galería privada que desde los 90s invita a pasearse por la historia de figurines, osos de peluche y muñecas del 1800s hasta la actualidad– cerrará definitivamente sus puertas a mediados de septiembre. Cerrando, además, su clínica para muñecas “enfermas”, sus talleres para que los niños fabriquen propios ejemplares, sus exhibiciones regulares (por caso, sobre chiches de los 80s), su cuidadosa cronología revisando morfología, materiales populares de cada época, funciones de cada poupée, representación étnica, entre otras peculiares bondades que le valieron premios y menciones varias (el más reciente, el Expert’s Choice Award, entregado por periodistas viajeros a las más llamativas atracciones del globo). Ay, ¿es que acaso ya no hay nada sagrado? Porque, como lamentan voces de luto, “si un museo extraño, pequeño e independiente no sobrevive en París, ¿qué queda para el resto del mundo?”. Pues, de momento, segunda (o tercera) vida para las más de 600 muñecas del lugar: porque además de avisar acerca del cierre, esta pesadilla para quienes padecen pediofobia (léase, infundado terror a los muñecos) ha anunciado que subastará a precios relativamente accesibles sus muchos tesoritos. Algunos más siniestros que Chucky; y otros... otros también.