Enmarcada en el thriller a partir de una filiación consciente, Misántropo sabe sobre el terreno que pisa y sus tópicos. En ese sentido, la nueva película de Damián Szifron dialoga de modo evidente con otros films, y si lo hace es por una razón. Mejor deslindarla. Podría ser por afinidad intrínseca al “thriller”, lo que le haría integrar una lista cinéfila, siempre creciente. Pero Misántropo es algo más. Como se trata de una película de autor, de puesta en escena sólida y personal, sabe valerse del suspense para configurar no solo un relato de género sino también una mirada de mundo. Por eso, integra una lista mejor, con thrillers como El silencio de los inocentes y la reciente The Stranger; con un cuño poético cercano al cine de De Palma así como al del maestro de todos: Hitchcock.
Misántropo debía ser un thriller porque se atreve a mirar a una sociedad narcotizada de violencia y encuentra en este género –de tradición simbólica probada– la mejor manera de plasmarlo. Algo de esto había en Relatos salvajes, pero allí la elección formal era otra, cuasi humorística; tal vez, Misántropo agregue otra línea de lectura a aquel film, fustigado y amado por igual.
En su secuencia inicial, la nueva película de Szifron ofrece fuegos artificiales que suenan como disparos (¿o es al revés?). Una línea separa al estruendo en su semántica: diversión u horror. Anverso y reverso. La primera imagen de la ciudad aparece invertida. No será la única alusión en un film que encuentra su razón de ser en una puesta simétrica, de invariable asociación entre perseguido y perseguidor.
A partir de los hechos de un serial killer en Baltimore –el tiroteo inicial tiene lugar en Año Nuevo; otra vez la frontera dual: año que termina/año que inicia–, la policía recibe la ayuda de un detective del FBI, Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn), quien sabe apreciar la perspicacia taciturna de la oficial Eleanor Falco (Shailene Woodley). Entre los dos, el contrapunto y la construcción de la pareja que investiga. Entre ellos se traza una frontera difusa, de reflejos recíprocos. En un caso, el detective reconocido en su tarea; en el otro, la policía de ciudad, a quien nadie respeta mucho. Pero no todo es así. Sea por el respeto que ella gana por parte de Lammark; sea por los desaires que éste soporta y confronta de superiores y funcionarios. Entre una y otro se inscribe el pulmón de la película, mientras se desenreda otro vínculo más intenso, y que es el que Lammark intuye entre ella y el misterioso asesino.
Es ése el asunto puesto en juego, no otro. Aun cuando pueda revelarse la identidad de quien tirotea, Misántropo ofrece algo más complejo, que bien podría entenderse como la mirada introspectiva que la agente Falco practica consigo misma. Es ella, justamente, quien guía la narrativa del film. Está sola, con fantasmas que la acosan, y si no los enfrenta la seguirán carcomiendo. Como si fuese un observador de sabiduría cifrada, el detective ve en ella el dolor y asume la cura necesaria. Porque hay que dejar el legado a alguien –y de eso trata la tarea entre maestro y discípulo–, Lammark hace lo que hace. Ella sabrá entenderlo en el momento adecuado.
Ahora bien, si todas estas cuestiones son inmanentes al relato, es porque éste está bien hecho. Tal vez se trate de la mejor película de Szifron. Quizás también por las condiciones que la hicieron posible, ante el seguro tironero que hubo de sufrir en Hollywood o las marchas y contramarchas con otros proyectos; como sea, todo aquello no deja de ser parte del film, estrenado nueve años después de Relatos salvajes. Y con una acidez que se extrañaba: thrillers o lo que sea hay un montón; que valgan la pena, que sean cine, es otro asunto. En este sentido, Szifron pasea su investigación de un extremo al otro, y en ese vaivén pone en escena un marco social en conflicto. Del shopping al basurero. En uno y en otro, las marcas comerciales brillan con sus logotipos. Entre la clase alta y la clase baja, entre el mundo de fluorescentes y el del hedor y la contaminación, una misma línea traza la separación social y simbólica: otra vez la simetría.
Así como los zombies de El amanecer de los muertos de Romero, apresados en un centro comercial, los paseantes consumistas de Szifron caminan el shopping desde un trazado repetido y se alteran cuando algo/alguien se sale de lugar. Del mismo modo se comportan en otros ámbitos cotidianos. Y los garantes de este statu quo aparecen identificados: son los preocupados por las perspectivas electorales y los lugares de poder. La connivencia de éstos con la policía y los medios de comunicación es manifiesta (la secuencia dedicada al “heroico” conductor de noticiero es descripta en su peligrosa e irresponsable tarea; fácilmente reconocible en ejemplos a la mano).
En este sentido habrá que entender los diálogos entre Lammark y Falco, entre quien sabe y quien aprende. Ambos están en el meollo de lo podrido pero no por conveniencia, sino porque alguien debe enfrentar tales cuestiones. ¿De qué manera? Con las mismas armas. Simbólicas antes que letales. El juego social guarda su equilibrio y depende de dónde se sitúe uno, esa decisión nunca es ingenua: por allí habrá que pensar los momentos finales del film.
Por otra parte, la identidad del asesino guarda consigo otras consideraciones, que repercuten sobre una sociedad que hace posible la misantropía mientras provee de armas a su ciudadanía. Por todo esto y tanto más, la película de Szifron se parece, en su artesanía y “contrabando de ideas” –Scorsese dixit–, a las que sabía hacer Hollywood, cuando ese cine era otra cosa.
Misántropo 8 (ocho) puntos
(Misanthrope). EE.UU. 2023
Dirección: Damián Szifron.
Guion: Damián Szifron, Jonathan Wakeham.
Fotografía: Javier Juliá.
Música: Carter Burwell.
Montaje: Damián Szifron.
Intérpretes: Shailene Woodley, Ben Mendelsohn, Ralph Ineson, Jovan Adepo, Marcella Lentz-Pope, Rosemary Dunsmore, Michael Cram.
Duración: 119 Minutos
Distribuidora: Diamond Films.
8 (ocho) puntos