Además de gran cantautor, Martín Buscaglia tiene un gusto exquisito y certero cada vez que le piden que se pare detrás de las bandejas para poner vinilos. A contramano de Hernán Cattáneo o Fatboy Slim, el artista montevideano no es DJ sino musicalizador. O más bien “selector”, como dicen los jamaiquinos: inventores tanto del término como del arte de enlazar canciones a partir de un criterio. Si bien el suyo es el groove, poniendo al power trío uruguayo de jazz Opa a dialogar con el afrobeat del algún tótem nigeriano, por ejemplo, en el medio de su set sonó “Corazón partío”. Sucedió en una fiesta de músicos del indie argentino, en un bar de Palermo. Pero lo que pareció un desliz o una extravagancia, sorpresivamente terminó desatando pasiones. Al punto de que esos potenciales talibanes del pop cantaron el himno de Alejandro Sanz con tanto sentimiento que parecía que estuvieran desgarrándose las vestiduras.
Seguramente ninguno de los que cantó a viva voz aquella noche de fines de marzo fue a ver hasta ahora al ídolo español en el Movistar Arena (o quizá no lo blanqueó). Sin embargo, a las 15 mil personas que asistieron a la segunda función de Sanz en el predio de Villa Crespo les pasó exactamente lo mismo. Aunque con el mismísimo artífice encarnándola frente a todos. Y es que este gaditano por adopción se apropió de la metáfora de tal manera que sus canciones parecen un juego de dardos. Mientras más se acercan al centro, mayor impacto tienen en el alma. Si hasta esto último fue capaz de afanarle al aire. A este cantautor no se le escapa nada, ni siquiera sobre el escenario. Lo dejó en evidencia este sábado. Incluso cuando invocó a Axel, al que interrumpió en medio de su catarata de elogios para decirle: “Vamos a cantar, que si no lloramos”.
Antes de que la gente recogiera los retazos de ropa que fue rasgándose a medida que avanzaban las dos horas de recital, el tecladista y corista Chris Hierro tomó por primera vez el micrófono y puso a prueba su flow rapero para introducir a Sanz. Una vez sobre lo alto de la escalera que se encontraba en el centro del escenario, el cantautor desenvainó esa voz carrasposa, con sabor andaluz, a través del pop luminoso “No es lo mismo”. Para luego remontarse a los inicios de su carrera con la balada de matiz blusero “Lo que fui es lo que soy”, a la que le sucedió “Deja que te bese”, flamenco que grabó originalmente junto a Marc Anthony. Al toque recurrió a otro tema concebido a manera de dueto, “Looking for Paradise”, plasmado al lado de Alicia Keys, quien casualmente tenía programado show en el Movistar Arena el domingo. Y ese folk bilingüe lo mechó con “La música no se toca”.
En el medio de sendos temas paridos desde la colaboración, el músico llamó a escena a Axel para cantar “Desde cuándo”, lo que estableció un diferencial con respecto al día anterior. No hubo invitados el viernes, punto de partida de esta serie de cinco shows en el Movistar Arena (al igual que las dos primeras fechas, el 11 y 12 de mayo están agotados, pero todavía quedan tickets para el 14). En varios tramos de su performance, Sanz se inclinó por el popurrí para darle salida a su torrente de éxitos. Apeló inicialmente al formato con “El alma al aire”, “Regálame la silla donde te esperé” y “Hoy llueve, hoy duele”. Igual destino le tocó a “La fuerza del corazón”, balada intensa como pocas que fundió con “Sucedió de noche”. Previamente, hicieron “La marciana”, en cuya obertura tuvo nuevamente injerencia Chris Hierro, manipulando su voz para hacerla sonar robótica.
Ese pedacito evocó a C. Tangana con su celebrado Tiny Desk (serie de streaming de shows breves desprendidos de la radio pública estadounidense). Y es que fue su consagración como músico popular. Aparte de su origen madrileño, si algo tienen en común ambos artistas es su instalación en el imaginario en calidad compositores e intérpretes que partieron de otros estilos para encontrarse con la música de raíz. Su raíz. Desde ahí, enarbolaron una propuesta que dispara la música española para todos lados: hacia el R&B, el son cubano o el pop. Al mismo tiempo, más allá de la edad, lo que diferencia a ambos es que el otrora rapero parte del retrofuturismo y Sanz partió de la tradición baladista hispanoparlante. En su momento, cuando se dio a conocer a comienzos de los noventa, sin duda fue el rupturista de la escena. Pero ahora se hace cargo de su madurez y del legado.
Para muestra no sólo está Sanz (2021), álbum que lo trae a la Argentina (además de Buenos Aires, ya pasó por Córdoba y Rosario), sino también su populosa banda. Nueve músicos lo acompañan en esta gira llamada “Sanz en vivo” (en la Argentina ya pasó por Córdoba y Rosario), de los que destaca que la base rítmica esté a cargo de músicas (Helen de la Rosa en batería y Brigitte Sosa en bajo) y una terna de teclados sonando simultáneamente. En contraste, la puesta en escena era elemental, ilustrada por proyecciones basadas en paisajes, elementos de la naturaleza o parejas bailando para reforzar las historias detrás de sus canciones. Lo que no hacía falta. Y es que, aparte de su mordacidad, porque aborda el amor y la vida en sí desde su complejidad, sus letras tienen una cualidad visual. Cantar es su misión. El mismo lo dijo apenas comenzó el recital.
En el medio de la euforia y el frenesí, Sanz frenó de secó los “Te amo” al advertirle a sus fans que más tarde hablarían de su idilio. Prefería consumar su privilegio: “Venir a cantarles”. A propósito de eso, y promediando el final, hubo un tributo a Joaquín Sabina. Si bien presentó “Contigo” afirmando que le gustaría haber escrito una canción de amor puro y sincero como ésa, seguidamente avisó que la próxima era suya. Se trató de “Labana”, que hibridó con “La rosa”, de su último álbum. Antes de despedirse, bromeó diciendo que el tema que venía también le pertenecía. Era “Corazón partío”, y el arrebato que desató fue tan tremendo que esos seis minutos que dura los extendió hasta donde pudo. Seguro que a Sabina le hubiera gustado componerla. Más tarde, el español volvió al escenario para hacer “Viviendo soledad” y "Llega, llegó de prisa”. Pero el conjuro ya estaba hecho.