El barrio de Núñez recibió más de 83 mil personas. La convocatoria no tuvo que ver con ningún tipo de espectáculo artístico ni acto político. Las calles se convirtieron en el corredor del peregrinaje riverplatense que copó cada espacio disponible. Desde el mediodía, la gente se acercó a los alrededores del estadio Monumental para palpitar las horas previas al encuentro con Boca.
Banderas, gorros, camisetas y un variado cotillón de colores rojos y blancos fueron la postal visual de los vecinos que viven ahí. Los kioscos y los supermercados chinos oficiaron de puntos de encuentro, y se pobló de hinchas que buscaron sortear la espera con distintas bebidas y sándwich de venta ambulante.
Cordones repletos de latas de cerveza aplastadas, botellas cortadas con vino y fernet, el estruendo de pirotecnia y los clásicos cánticos para recibir al rival eterno, fueron el suelo fértil de la fiesta que se avecinaba. El recuerdo de la final en Madrid fue protagonista del cancionero y desde los colectivos que asomaban con gente en las ventanas, sonaron algunas ya empezadas: “En las buenas, vamo' a estar/ En las malas, mucho más/ Esta banda nunca te va a abandonar”. Las gargantas crujían ante cada grito y algunos se animaron a dar sus pronósticos frente a las cámaras de televisión.
La celebración fue un hecho y la vuelta a casa un sueño sin retorno. Sin embargo, poco antes del comienzo del partido, la diversión se vio empañada debido a algunos incidentes con la policía. Varios hinchas quisieron ingresar sin entrada a la popular a la que se accede por Udaondo y Avenida del Libertador. Otros que sí tenían, protestaron porque tampoco los dejaron pasar. La policía se encolumnó detrás del camión hidrante y sin preguntar, esperó la orden y reprimió con balas de goma.
“Mira tengo el carnet con la entrada cargada. La compré apenas salió y ahora me dicen que no puedo pasar porque la capacidad está colmada”, dice a Líbero uno de los tantos hinchas que vivió esa situación. “Entonces alguien está ocupando mi lugar. No me dejaron decir nada. Solo me dijeron así, sin dar demasiadas explicaciones y después ya vino la policía a reprimir”, concluyó.
Las tribunas se abarrotaron. Minutos más tarde, River autorizó el ingreso de unas 150 personas que tenían entradas y se habían quedado afuera. El partido tuvo sus atractivos durante los noventa minutos, aunque dejó algunos apartados para el análisis interminable de los programas deportivos -ver el penal que se le sancionó a Agustín Sández frente a Pablo Solari y la gresca que se desató posterior al gol, que terminó con un show de expulsados-, y fue el equipo conducido por Martín Demichelis el que festejó dentro y fuera de la cancha.
A la salida, la caminata de los hinchas fue una catarata de canciones. Los vecinos que intentaron salir a hacer algún mandado, otra vez se encontraron con sus veredas repletas de gente. La mayoría de los fanáticos extendieron su estadía en locales de comida cercanos al Monumental, para repasar jugadas del partido, brindar por el triunfo o para chequear los sitios de apuestas en donde también depositaron su dinero. “Acerté quien iba a ganar y por cuantos goles. Si llegaba a pegarla con quien hacía el gol, sacaba unos buenos mangos”, le cuenta uno a su amigo, mientas le muestra el celular y le explica cómo jugar.
Los supermercados tuvieron que reponer bebida en sus heladeras, y las bocinas de los autos ensordecieron el anochecer de un domingo agitado por las emociones. Un chico que iba de la mano con su papá, mientras festejaba el triunfo y destacaba lo bien que pateó el penal Miguel Borja, confesó a su padre a viva voz: “Gracias por hacerme de River”.