Los occidentales pretendemos conocer el mundo exterior, separándonos de él primero, para después dominarlo. Conocer datos, registrar información, memorizar contenidos. Así ha proliferado la ciencia, la filosofía, la concepción del mundo en occidente.
Hay un libro muy interesante sobre la experiencia de Buda que escriben Diego Sztulwark y Ariel Sicorsky.
Estos autores nos dicen que para Buda el conocimiento no venía de un ejercicio propio de la relación de exterioridad entre un sujeto y el mundo circundante. No había una separación entre sujeto y objeto, entre hombre y mundo, entre lo inteligible y lo sensible. Había una comunión entre todos los seres del mundo y el propio mundo, una unidad, que el hombre no podía percibir en la medida en que estaba limitado o sometido al Yo-apego, o a su propio ego. La ignorancia venía por el temor que el hombre le tiene a un mundo en permanente trasformación, con lo cual se aferraba a su yo, y trataba de fijar sus ideas.
Es por eso que Buda, a través de la meditación, busca fusionarse con el mundo, lograr despertar, lograr la iluminación, viendo la permanente trasformación del mundo. El nirvana es ese estado en el que ya no existe dualidad, entre yo y el otro, entre vida y muerte, entre cuerpo e ideas, entre el mundo sensible y mundo inteligible.
La experiencia de Buda, como decía, nos pone frente a una práctica en la que lo primero que había que lograr era el autoconocimiento. Esa fue también la idea de los filósofos de la antigua Grecia, y a la vez de casi todos los que antecedieron a Descartes. El propio Descartes se zambullía en sí mismo, para poder reconocer cuán falsas o dudosas eran todas las creencias que tenía, hasta que descubrió el cogito. A partir de allí dejó de dudar, y todos los filósofos que vinieron después edificaron sus certezas sobre los cimientos de ese cogito, dando lugar a un racionalismo que colonizó el cuerpo y el mundo. Así es como occidente comenzó a alejarse de sí mismo. Vinieron certezas y más certezas. El hombre separaba el pensamiento de la vida, para poder dominarla.
Dentro de la cultura neoliberal, buscamos placer, para satisfacer nuestro hipertrofiado hedonismo. De esa forma conjuramos el dolor, el sufrimiento, de manera impulsiva, sin saber de dónde viene. El budismo, por el contrario, plantea que la vida es sufrimiento, y no le esquiva. Se trata de poder ser testigos de nosotros mismos, saber cuáles son las ideas que nos pueblan, conocer las causas de ese sufrimiento, para poder conjurarlo.
Hay una idea muy extendida en occidente que afirma que en la meditación hay que dejar pasar las ideas, para dejar la mente en blanco, es decir, lograr el desapego respecto a ellas. Esto es en parte correcto y en parte no. Porque la meditación, para el budismo, también supone un ejercicio riguroso de registro, de identificación de aquellas ideas, para corroborar si son ilusiones.
Diego Sztulwark y Ariel Sicorsky nos dicen que hay similitudes y diferencias entre la meditación de Descartes y la de Buda. Ambos buscan la sabiduría en un ejercicio de introspección, para lo cual necesitan de la soledad. Pero la experiencia Cartesiana termina en un solipsismo, en el que el sujeto queda solo, enfrentado al mundo sensible, del que se separara.
Por el contrario, Buda, en la meditación, se fusiona con el mundo, con las vidas de todos los seres, y no necesita volver al mundo -porque ya está adentro- salvo para expandir su doctrina. Lo que buscaba Buda en la meditación, era entrar en la compasión, es decir, lograr un pathos común con el resto de los seres y el propio mundo, compartir el sufrimiento. Cuando Buda accede al nirvana, despierta, y puede ver la historia, el presente y el futuro de todos los seres. A la vez, no se trata, como ocurre con Descartes, de un sujeto separado del mundo que intenta conocer, sino de lograr un vínculo directo con ese mundo, sin mediaciones, de un devenir mundo.
A la vez, en ambos casos, la meditación implica un gesto de vaciarse, de tomar distancia de las ideas que circulaban socialmente, ligadas al orden religioso y político de sus respectivos tiempos, de manera que la meditación va a ser un gesto de liberación. Buda va a tomar distancia de la casta de los Brahmanes, y va a impartir su doctrina en una lengua que no será el sanscrito, la lengua oficial en aquellos momentos. Descartes se alejará de las ideas de la escolástica y de la Iglesia. Para ambos se accede al conocimiento desde la propia experiencia. La meditación será, entonces, un gesto fundante, experimental.
Para los occidentales la meditación es un freno, una pausa improductiva. Nadie quiere detenerse. “Si freno me deprimo”, suelen decir algunos trabajadores que viven para trabajar. Dicen que no quieren pensar. Frente a esta inercia arrolladora, la de un movimiento permanente, impulsivo, temeroso, hay muchas maneras de resistir. Una de ellas es el camino de Buda. No el Buda que nos vendieron los gurúes de moda de la India, sino el Buda que quedó soterrado, en aquel oriente antiguo, donde cualquier persona podía acceder a la budeidad -sin invocar ningún tipo de autoridad divina o sacerdotal- es decir, despertar, iluminarse. Allí no había lugar para el culto a la autoridad. El camino del buda no dejaba lugar para el yo-ego, porque el yo era una ilusión. El camino de Buda era singular, propio, no admitía maestros. “Si en el camino hacia la iluminación encuentran a Buda, -decía el propio Buda- mátenlo”.
El camino hacia la budeidad podría ser una experiencia singular de tomar distancia de las representaciones dominantes, de los poderes que nos someten al automatismo productivista para establecer nuevas bases, fundacionales, para concebir el mundo.
Buda se sentaba debajo de la higuera, cerraba los ojos, en un viaje introspectivo, para detectar los pensamientos que pasaban por su mente, buscando identificar aquellos que eran productos de una ilusión.
A los poderes -en la medida que ya están internalizados, que no los podemos percibir- tal vez con prácticas de meditación podamos identificarlos. Para eso es necesario la auto-vigilancia, estar al acecho de los pensamientos automáticos y productivistas. Tal vez así podamos descolonizar el pensamiento, y lograr que sirva para potenciar la vida y no para separarse de ella.