En su nueva exposición, “Simulacros”, Eduardo Stupía presenta un importante conjunto de telas verticales y horizontales, y una serie de papeles de pequeño formato.

Lo primero que se ve en la gran sala es la intensidad y el ritmo que imponen las dos grandes series enfrentadas: las telas horizontales en la pared de la izquierda y las verticales, en la pared derecha. Al fondo, un lienzo de gran tamaño está instalado frontalmente, y de algún modo preside la escena.

Los materiales y formatos sugieren su propia lógica; del mismo modo que la textura, y luminosidad de la tela, todas cosas que el artista siempre respeta en su práctica.

Con las técnicas mixtas aplicadas sobre cada lienzo establece una gramática en la que los componentes, “tramas, trazos, derrames, transparencias, superposiciones, texturas, rastros, salpicaduras” -siguiendo la enumeración del artista- generan un conjunto de tensiones y a su vez producen ecos rítmicos en todas la telas, con una sintaxis diferente en cada una. La disposición de los elementos supone, de un cuadro a otro, la ilusión de módulos en movimiento. Una variación impulsada por el ritmo de las telas equidistantes. Todas y cada una de las obras producen un efecto de profundidad notorio.

Por otra parte, el gesto y la organización del espacio (junto con la disposición de los elementos) cambia según se trate del formato horizontal o vertical, en una dinámica que oscila entre la expansión y la condensación. En el caso de las obras verticales, se trata de una proporción novedosa para el artista, que produce otro tipo de densidades, movimientos, núcleos y vacíos.

La serie de papeles de la segunda sala de la galería, por otra parte, se sostiene dentro de la misma intensidad y período de realización de las telas, y suma la aplicación de diferentes dosis de color de una paleta acotada, sutil y experimental al mismo tiempo.

Stupia siempre trabaja la imagen en complicidad con la hipótesis de la mirada del espectador, que cree ver, supone, proyecta, deduce o imagina todo un mundo en cada obra.

Allí emerge la idea del título de la exposición, “Simulacros”, y se suceden las hipótesis posibles: aquello que se ve, aquello que parece o aparece; surgen lo fingido y tal vez el espejismo; también la analogía de lo que podría estar presente quizás como huella de algo ausente.

En su libro Cultura y simulacro, Jean Baudrillard reflexiona sobre la característica de la simulación en las sociedades contemporáneas, que generan algo sin que le corresponda una referencia, sin tener origen en lo real. De ahí se desprende una hiperrealidad, que sería más real que lo real. Entonces habría un proceso complejo de la imagen que pasa por distintas fases en relación con una realidad profunda: como reflejo, como enmascaramiento de una ausencia o, ya desconectada de lo real, produciría una nueva realidad, la del simulacro.

El propio Stupía da cuenta de la compleja e hipnótica trama de su nueva serie de trabajos: “El agitado discurrir de una profusa terminología gráfica ofrece a la lectura adicta un territorio de signos que actúan como si asumieran un rumbo de evidencias vocacionalmente nominativas, allí donde sólo fingen hacerlo. En una desarmonía de factores tan físicos y táctiles como artificiales e inasibles, fingidas adhesiones a los restos óseos de la referencia, proveen minúsculos destellos de certidumbre. Son espejismos en un mundo de objetos visuales que sólo se parecen a sí mismos, mientras amagan su semejanza con las infinitas cosas almacenadas en el bazar de lo inexistente”.

Con total conciencia de su práctica, el artista avanza en la formulación: “En tanto simulacros sin modelo, ’representan lo que no son’ y avanzan solamente a partir de similitudes, en las derivaciones necesarias para extraer de las retóricas del género apenas el vestuario requerido para ser algo, o alguien, sin serlo. Y la mirada no tiene mas remedio que ser cómplice de esta polaridad falsamente especular, en cuyos tácitos extremos sobreviven los dilemas de la forma y el sentido, la materia y la idea, la imagen y el arquetipo”.


Así, retomando lo que propone Baudrillard, el simulacro restituye lo real, lo recrea, a través de distintos signos que no son representación ni referencia, sino un modo de reinvención. Porque el simulacro rompe vínculos con lo real y se transforma en una hiperrealidad, una ilusión cómplice como forma de producir sentidos nuevos, en un mundo propio.

* En la galería Jorge Mara, Paraná 1133, de lunes a viernes, de 15 a 19; hasta el 14 de junio.