No hace mucho tiempo aprendí que los indianos eran aquellos españoles que volvían por lo general, con mucho dinerom a la Madre Patria después de hacer la América. Pero hoy no me interesa hablar de la parte de mis ancestros por línea materna (tengo hundida una parte de mis raíces en Galicia), sino de otras formas de “lo indiano” que me han influido, seguramente motivado por el aire nostálgico que traen los treinta años de El amor después del amor, mucho más después del éxito de la serie.

Desde hace un buen tiempo me subyugan las marcas que van forjando prácticas sociales e incluso identidad, aunque me mantengo bastante reacio a esta noción tratando de que no se esencialice ni que se haga verdad cristalizada.

Empecé a saber que los Redondos existían en el verano del 87. Alguien me habló de ellos al pasar compartiendo una birra cuando todavía había barra, en el entonces pequeño Bar Gerónimo de mi amigo Goyo, en San Bernardo del Tuyú.

Poco tiempo después pude escuchar de prestado los cassettes de Gulp y Oktubre y su estilo original bluseado de guitarras y saxo sucio en primer plano se destacaban con originalidad. Un par de años después, con “Todo preso es político” y “Todo un palo” del siguiente disco, la debacle de la primavera alfonsinista encontró quien la cantara y la banda se empezó a escuchar fronteras más allá del círculo trotskista que había adherido a ellos a partir de la metáfora crítica a la revolución soviética, tiempo antes del "desmerengamiento" del que hablaría luego Fidel Castro. Con el espíritu antineoliberal de “Bang Bang”, los Redondos ya pasaron a formar parte de los grupos “nac and pop and rev” en los que me movía y sus canciones se transformaron en presencia obligada en las peñas universitarias de La Plata y Mar del Plata.

Durante el invierno del 91 me enteré que los Redondos vendrían a dar un recital en pleno invierno marplatense en el Cine San Martín, hace muy poco devastado por un incendio, devenido templo evangélico primero. Mi hermana, que vivía en La Costa, cumplía quince años y le regalé una entrada envuelta en una mamushka que armé con cajas de cartón que terminó ocupando casi un metro cúbico. ¡Pobre! estuvo varios minutos hasta llegar al pequeño sobre final con un pasaje hacia lo desconocido. Se vino en colectivo para Mardel el día del recital y fuimos a lo sumo 200 redonditos de ricota buscando a un esquivo Rey llamado Patricio que estaría tras bambalinas… ¿o era el pelado con lentes oscuros?

Fue un evento iniciático. Para mí, una ceremonia religiosa colectiva con algunas canciones que ya conocía. Para ella, un mensaje difícil de comprender en el primer recital de su vida pero acompañada por el hermano mayor que estudiaba en la universidad y que andaba metido en política. No había líder, todos los que íbamos a verlos y también los músicos eran los redonditos; terminemos con la idolatría ¡rajemos del cielo! No era sólo la música ni las letras, era la metodología de cómo se producía música antisistema dentro del propio capitalismo.

Con Lobo suelto y Cordero atado, la cosa se sofisticó un poco más y perdió algo de sustancia política, negrita bailá hasta el fin. Se sucedieron los recitales en Obras, algunos decían que habían transado y El Indio respondió a sus críticos escrachándolos en un par de letras. Creo que en el 95 tocaron en un boliche de la avenida Constitución. Y éramos cada vez más. Lleno total, fiesta y pogo, y Ceratti y los conchetos seguían siendo el enemigo. En esos años daba clases de matemática en escuelas secundarias de las barriadas de la míticamente Ciudad Feliz y cuando les decía a los pibes que me gustaban los Redondos, creían que era una broma geométrica.

Debe haber sido por el año 99 que tocaron para muchísima gente en el Patinódromo de Mar del Plata, con represión policial incluida para los que habían quedado afuera. No fui a verlos, entre mis avanzados estudios de psicología, el trabajo y el mayor compromiso militante, la música ya había quedado casi definitivamente de lado para mí. Me sorprendió ver que varios de mis alumnitos habían estado en la misa ricotera, habían logrado masificarse sin haberse mediatizado. La dimensión política explícita había quedado casi olvidada, a lo sumo La hija del fletero se volvería una exiliada económica, pero ya no habría lugar para denunciar a los marines de los mandarines.

La nueva estética sampleada y los megarecitales con viajes incluidos por un lado; el matrimonio, el trabajo intenso y mis hijas por otro en los años que siguieron, me alejaron del todo. Ni hablar después de la separación de la banda. Incluida la molesta sensación de que El Indio se había convertido en Patricio Rey, quizás sin quererlo.

Alrededor de 2010, El Indio hizo política explícita, bancaba al proyecto K. Aparecieron banderas en mi corazón y volví a prestarle atención.

En el verano del 2016 se anunció un megarecital en Tandil. Veinticinco años después era mi hermana quien me invitaba, incluyendo a mi sobrina de apenas 17 años. Un círculo se cerraba y otro se abría, pase de testimonio, trasvasamiento generacional, diría el General. Y el 12 de marzo estuvimos en ese recital histórico, donde tuvo lugar el pogo más grande del mundo junto a otros 200.000 redonditos que saltaban como si estuvieran en una hirviente cacerola, que se divirtieron, cantaron, gozaron en una jornada sin ningún policía a la vista y con consumos variados de por medio, donde no hubo un solo incidente. Y pogueé y bailé intensamente, inclusive los temas solistas que desconocía. Y no lo soñé, la vida se ofreció mejor que nunca.

Y no importó si El Indio era el Rey, quizás que nadie tenga que serlo es un error, quizás no estemos preparados todavía para eso. ¿Cómo no ser pantalla proyectiva de miles y miles? ¿Cómo poder sustraerse a ello?

Ese día me prometí volver en unos años a la misa ricotera acompañado por mi hija que en ese momento solo tenía doce años y que proyectaba hacer de la música un sentido para su vida. Y como flotaba un herético efluvio religioso, fui por más y pedí sentenciar al Señor Parkinson a reclusión perpetua para que también pudiera ir algún día con la más chica que tenía solo cuatro. Pero claro, después pasaron cosas, unas cuantas, incluida la tragedia de Olavarría.

Ya sabemos que no, que no será posible. Que tenemos que aprender a aceptar algunas cosas, entre ellas el paso del tiempo. A lo sumo, lo veremos solo por holograma. Por suerte, estoy convencido de que la serie de los Redondos no se realizará nunca. Y eso estará muy bien. Después de todo, la indianidad se ha forjado de otras maneras, y quizás sea mejor apostar más a lo porvenir que a la nostalgia.