"Soy muy fana del rap, los he conocido de cerca a los pibes. Están a la vanguardia y no lo saben. Yo daba clases en el Distrito Oeste, donde va un pibe y por ahí un día deja de ir porque está en cana. A un pibe que hacía hamburguesas en un local de un pasillo del barrio, le pedí que diera una clase y enseñó 17 formas de componer rap. El rap te obliga a darle bola al lenguaje, a leer. Tienen que buscar rimas, palabras, y terminan leyendo. Hay algo nuevo en el aire, pibes de origen humilde que son muy cultos. Yo les mostraba tangos de Lepera", cuenta el músico, compositor, poeta y narrador Adrián Abonizio (Rosario, 1956). Y esto que relata forma parte integral de su mundo: aquel barrio profundo cuya belleza auténtica pasa desapercibida para quienes se dejan encandilar por las luces del centro. 

Ese mundo trágico de seres hermosos (o monstruosos), que no logran sobrevivir con su integridad intacta en una urbe que los explota y mata, es el que Abonizio recrea en sus más famosas canciones; también en su disco premiado Tangolpeando (2013) y en su primera novela, Tristes lobizones (Ciudad Gótica, 2010); en los relatos -algunos de los cuales son reescrituras de sus contratapas en Rosario/12- que fueron compilados en Cuando llueve (Homo Sapiens, colección Ciudad y orilla, 2013) y en un libro de poemas "perdido", Aeropuertos submarinos (Ciudad Gótica, colección Icono, 2013), cuya historia parece salida de uno de sus tangos o baladas. Parece ser que había una caja, de donde el autor le pedía al editor cada tanto y sacaba algunos ejemplares; un socio del editor desapareció con esa y otras cajas, que nunca más aparecieron. El socio sí, pero muerto. Causa: suicidio. Motivo: se ignora. "Las habrá tirado al río, vendido", especula el poeta.

A 40 años de aquellas inolvidables canciones que sonaron en la radio en la voz de Juan Carlos Baglietto como parte del fenómeno llamado La Trova Rosarina, y que (quizás sin buscarlo el autor) animaron la recuperación de la democracia ("La lucha es de igual a igual contra uno mismo/ y eso es ganarla", afirma en "El témpano"), el autor de "Mirta, de regreso" sigue escribiendo. Es su gimnasia, es su respiración, es su forma de existir. 

Este domingo, a la hora del corchazo, Adrián Abonizio presentará su Colección Infinito, integrada por 13 libros de poemas inéditos que publicó en formato bolsillo la editorial independiente y subte rosarina Soquete Terrorista. Son artesanales, cosidos a mano por sus propios editores. A modo de pie de imprenta se lee lo siguiente: "Este libro se terminó de imprimir, y eso es un hecho, si no usted no podría estar leyéndolo".

Imagen: Gentileza Maira Rodríguez

Lisandro Murray compaginó las obras; fue él quien convocó al cantautor, con quien lo une una amistad de años. Feliz de sumarse a las aventuras de Lisandro y sus amigos, hace una década Abonizio protagonizó y musicalizó El comegato (7', 2013), comedia de horror dirigida por Lucas Cosignani donde actúan en roles secundarios los dibujantes Max Cachimba y Mosquil. Los 13 libros se presentan en el marco de la Feria Marea en la Casona (San Lorenzo 2157, Rosario), este domingo 14 de mayo, a las 19. Anuncia la editorial: "Amenizarán musicalmente selectas melodías interpretadas por el acordeón de Tito". El contexto es una feria de productores independientes en una casona de origen señorial que en la leyenda urbana está habitada por fantasmas y otras entidades no visibles: todo, una vez más, sirve de pasaje al mundo Abonizio, que él expresa en su poesía, tan abundante como desbordante de la musicalidad que tienen sus canciones.   

Musicalidad que se nutre de la rica tradición modernista y vanguardista de la poesía del siglo XX en lengua española (Federico García Lorca o Vicente Huidobro) y de la poesía del tango y del rock. La de Abonizio escribe una crónica lírica de los barrios de Rosario, cargada de malditismo y de spleen. "A mí Lorca me voló la cabeza", exclama en la vieja jerga del rock, y se reconoce en los músicos de ese género que también abrevan en la poesía moderna: "Patti Smith es mi poeta preferida. Una canción suya dura 17 minutos. Me gusta lo que está descalabrado, suelto, agarrado con pespuntes. Soy un enfermo de la lectura, pero no ando con un libro bajo el brazo. Manuel Romero, el autor favorito de Edmundo Rivero, escribía poesía: la poesía del tango. Me crié en eso. El rock me salvó parte de la vida; de esas mezclas uno se va haciendo, y uno tiene que ser un cronista", asegura y recuerda las palabras, rescatadas en una charla, de un albañil anónimo en una obra en pleno campo: "Mirá qué atardecer... acá sí dan ganas de hacerse poeta".

"La única forma de vencer la inteligencia artificial es tratar de escribir en forma cada vez más personal; sentir que uno es parecido a uno mismo, a una misma. La forma en que no me ganen es que yo esté trabajando. Miro cómo habla la gente, las cosas que se dicen; soy igual que ellos. No nos han enseñado que uno puede liberarse con la palabra. Ni a 'robar' formas de hablar, de pintar, de cantar. Yo creo en el poder de la alquimia. Si no creés en eso, vas a ser un replicante de cosas. He escrito cosas incómodas, lo que me desacomoda está bueno. La poesía surrealista me salvó la vida", afirma este hijo de un ferroviario, escritor secreto y pescador, y de una descendiente de curanderas sicilianas. Ella murió joven pero aquel padre habilitante, Carmelo Abonizio, vivió hasta hace poco.

"Mi papá empezó a escribir en papel de estraza con un lápiz. No me daba ningún consejo, me decía: vos podés, yo confío en vos". Así lo evoca el hijo, que da talleres de escritura de canciones. Y que no alardea del Premio Gardel que ganó por Tangolpeando, uno entre la casi decena de álbumes, solistas o grupales, que lleva editados desde 1984. Pero que sí invoca al Zorzal Criollo en más de uno de los poemas reunidos en los trece libros, con ilustraciones de tapa por Ozkar: Un horizonte que cae vertical, La ciudad desvestida, Almacén de Diox, Voltio para enamorados, Cazamundos, Naúseas en el paraíso, Son Azur, Tenazas del Zodiaco, La Balada del francotirador corto de vista, Cómicos de la legua, En el pesebre de la gata, 8 y 5, Ciroyo. "Hace años que venimos trabajando en esto", cuenta Lisandro. "Durante el invierno del 2018 nos reunimos literalmente a diario para corregir y compaginar los cientos de poemas. Empezaron siendo tres libros: uno de color verde, otro amarillo y finalmente uno rojo. Después vino con cinco libros más. Siendo ocho, nace el nombre de la colección: volteando el número y quedando el símbolo del infinito. Con los cinco libros que trajo luego, entendí que este hombre no podía parar de escribir". Y lo peor es que Abonizio escribe cada día mejor.