La vida de los pobres es “una plegaria perpetua”, dice Gaia, una niña de una familia humilde que tiene seis años, un padre paralítico, y una madre tan honrada como infatigable, Antonia, a cargo de cuatro hijos. “Ser diferente, defectuoso, te daña”, confiesa poco antes de mudarse a un pueblo cerca del lago Bracciano, en la periferia de la ciudad de Roma. “No tenemos casas que sean nuestras, solo casas en las que alguien por amabilidad nos deja vivir, y digo amabilidad por no decir caridad, pero tal vez la caridad sea la palabra correcta, o tal vez no: tal vez sea asistencia, o socorro, o necesidad, tal vez sea mentira”, plantea con la ferocidad y la rabia de quien se sabe expulsada tempranamente de una sociedad en la que no encaja. Ni encajará durante su adolescencia. La promesa de un futuro mejor se desintegra para esta “mujer joven y ya vieja”, como se define hacia el final de la novela El agua del lago nunca es dulce (Sexto piso), de Giulia Caminito, con la que ganó el Premio Campiello y fue finalista del Strega en 2021. La escritora italiana presentó el libro, traducido por Carlos Gumpert, en la 47° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires.
Caminito (Roma, 1988), que estuvo en Buenos Aires invitada por el Instituto Italiano de Cultura, viajó a Córdoba para participar de una residencia de escritura en la que se dedicará a escribir episodios para un podcast que luego se traducirán al español. Los episodios se referirán a la vida y la obra de algunas escritoras del siglo XX italiano, un trabajo en el que retomará algunos temas de su libro de ensayos Amatissime (Amadísimas), el último que publicó en Italia. La escritora, licenciada en Filosofía Política, publicó dos novelas: La Grande A, que obtuvo el Premio Bagutta a la mejor ópera prima, el Premio Berto y el Premio Brancati en la categoría joven; y Un giorno verrà, que ganó el Premio Fiesole 2019. “Somos una generación que probablemente no se va a poder jubilar ni comprar una casa en el futuro”, subraya la escritora en la entrevista con Página/12.
-¿Por qué te interesó escribir una novela que tuviera como tema de fondo el problema de la vivienda?
-El problema de la vivienda es muy frecuente en Roma. Después de la pandemia se acentuó la dificultad de acceder a la casa propia y mucha gente se quedó sin techo. Yo conozco a una mujer, (en ella está inspirado el personaje de Antonia) que ha tenido durante muchos años dificultades para que le fuera asignada una vivienda. Me parecía que podía contar el problema de la vivienda, la falta de respuesta por parte de las instituciones estatales y el itinerario burocrático que hay que realizar para obtener una vivienda. De Roma conocemos la parte monumental y paisajística, pero es una ciudad que actualmente resulta muy invivible porque los servicios públicos están cada vez menos al servicio de los ciudadanos. Quien ya tiene problemas económicos se encuentra con una ciudad muy agresiva. Italia se ha transformado en un país muy agresivo para las personas que necesitan asistencia.
-La educación es muy importante para la madre de Gaia porque considera que es la vía de acceso al progreso. ¿Qué sucede cuando la educación no es suficiente para tener una mejor vida que los padres?
-Este es uno de los temas importantes de la novela; quería construir una parábola que siguiera la vida de la protagonista desde la infancia hasta el intento de introducirse en la edad adulta y que ese momento de integrarse no llegara. Esa imposibilidad de integrarse responde a la realidad de una generación entera en Italia. Si bien es cierto que en la segunda posguerra hubo una democratización importante de la cultura a través de la educación y que la gente que estudiaba podía conseguir un mejor trabajo, con la crisis del 2006-2007 en Italia el mundo del trabajo se atomizó y precarizó, se volvió más difícil, más hostil. Ahora se ha naturalizado que las personas con estudios universitarios no tienen garantizada una salida laboral satisfactoria. Entonces se está perdiendo esa mentalidad de que si uno estudia va a tener una vida mejor. De hecho, el trabajo de investigador universitario es uno de los más precarios. Gaia no consigue insertarse en el mundo del trabajo relacionado con lo que ella ha estudiado. La novela es una historia de fracaso y de frustración.
-¿Cómo procesa esa frustración una generación que está estudiando y tendrá trabajos más precarios?
-No sé cómo se procesa esta frustración... En los últimos diez años no se ha resuelto esta problemática, que consiste no tanto en el hecho de que no se consigue un trabajo (que se encuentra, aunque sea de camarera, mal pago, precario), lo que ocurre es que la gente que tiene un determinado tipo de estudio no va a encontrar trabajo relacionado con la que ha estudiado, como por ejemplo una carrera de humanidades como filosofía. No deja de ser una inversión para las familias que siguen teniendo la esperanza de que con una carrera sus hijos tendrán un buen puesto de trabajo; pero eso no sucede. Tengo el ejemplo cercano de mi prima, que estudió derecho durante siete años, después hizo unas prácticas en un estudio jurídico, pero no pudo mantenerse en su profesión y ahora conduce un taxi, que era de mi tío. Los jóvenes de mi generación se sintieron reflejados en el personaje de Gaia, en cambio los lectores más grandes leyeron la novela con cierto dolor porque no respondía a los ideales con los que ellos se educaron.
-¿Por qué cuesta tanto imaginar el futuro en la novela como en la realidad?
-Nuestra generación perdió la esperanza en el futuro. Yo vivo haciendo proyectos a mediano y corto plazo. Somos una generación que probablemente no se va a poder jubilar ni comprar una casa en el futuro. La novela habla de esta falta de perspectiva, que contradice la tradición italiana de sostener a un hijo o una hija que va a estudiar una carrera y establecerá tempranamente un núcleo familiar. Esto está cambiando radicalmente en Italia. La natalidad es bajísima; el hecho de no querer tener hijos es un dato importante respecto a la imposibilidad de imaginar un futuro.