¿Cómo cambiar el mundo? Esta inquietud puede resonar como ambiciosa e insensata. Pero, ¿cuánto más bella e inverosímil se vuelve si lo que se busca es cambiar el mundo desde una villa del conurbano bonaerense? Amparados por la torpe luz de una astucia intelectual, podemos sospechar que el mundo no existe: es apenas una idea que nos hacemos de las cosas. Sin embargo, algunas ideas tienen la tendencia feroz de ser más portentosas y eternas que las personas y las cosas, por lo que atacar una idea instalada en la sociedad suena tan descabellado como heroico, casi una irresponsabilidad que solo en la adolescencia sería posible emprender. La Banda de los Polacos, la última novela de Federico Jeanmaire, propone una solución asombrosa para una problemática endémica. “Esta novela es mi visión personal acerca del racismo en la Argentina. El problema generador del resto de los múltiples problemas que tiene nuestro país. La diferencia entre quienes somos más claros con aquellos que son más oscuros, a mi leal saber y entender, organiza de algún modo el valor del trabajo, de la cultura y de la política. También la religiosidad. De eso trata la novela” dice Federico Jeanmaire. “Son polacos porque son blancos en un sitio destinado a que habiten los de piel más oscura. Y si se juntan para cambiar el estado de las cosas del país o del mundo, es porque así sucede en la historia argentina, siempre hay líderes blancos, en algunos casos, como el de Rosas, rubios, que luchan porque haya justicia social allí donde evidentemente no la hay”.
Es así que La Colo, la mente maestra detrás de los polacos, diseña un plan misterioso para cambiar el mundo, para hacerlo un lugar mejor, y convoca a seis pibes, de la villa, como ella, para llevarlo a cabo, y pergeñar misiones enigmáticas y actividades confusas, involucrando a familias de la villa, al cura del barrio, al kioskero Borges, al obispo, como piezas progresivas que se mueven en un tablero que ignoran, mientras la trama crece en el lector, entre guiños sutiles a la literatura argentina, o quizás ironías de una malicia elegante. La Colo nunca revela a sus asociados más que lo mínimo indispensable para que puedan cumplir con su cometido, y así el plan pueda avanzar. Saber más de la cuenta, les advierte varias veces, ante las inquietudes y las ansiedades que manifiestan los polacos, puede ser perjudicial para el éxito. Algo así parece replicarse en la escritura de Federico Jeanmaire, que descubre escribiendo bajo una neblina similar a la de sus personajes, la arquitectura de su novela.
“Mis tramas son un misterio. Nunca sé muy bien lo que voy a contar, mucho menos cómo es que lo voy a hacer. Va ocurriendo. Y, a medida que va ocurriendo, se organiza de la manera en que se le ocurre organizarse. La aparición de un kiosquero de apellido Borges me permitió jugar con la idea de un narrador que sabe algo más del futuro de cualquier historia que los propios personajes que la protagonizan. Borges, el escritor, el verdadero, y no el narrador de la novela, se presta dócilmente para ese juego de formas. En cuanto a Arlt, puede que haya alguna reminiscencia a sus siete locos y también a lo popular y a lo épico de su narrativa. Aunque, a decir verdad, nunca tuve demasiada memoria y ahora que estoy grande, mucho menos. Me inclino por sospechar que la literatura argentina yace en algún rincón escondido de mi cerebro y que aparece sin que la llame de un modo explícito, casi involuntariamente”.
Lejos de una evidente repetición, las novelas de Federico Jeanmaire crean sus propias condiciones de existencia, pero de todos modos no es desacertado pensar que hay libros que se emparentan más y menos con otros. En ese sentido, La Banda de los Polacos resulta más vinculable a Amores Enanos o Tacos, incluso a Más liviano que el aire y quizás a una de sus primeras obras, Desatando casi los nudos. Novelas, todas estas, con un alto contenido político no explícito, sin tesis ni peroratas al respecto, más bien de alguna manera épicas del pensamiento del autor sobre los pormenores del país y en donde la significación, en gran medida, queda a cargo del lector. Pero, en todo caso, sí persiste un dispositivo común en todas esas obras, y es el humor, que pareciera ser para Jeanmaire una forma de respirar en la soledad de la literatura. “En un momento dado, don Quijote le dice a Sancho que de las cosas alegres es mejor hablar alegremente y que de las tristes con más razón. Creo que la frase encierra una verdad enorme. La lectura es desde hace unos cinco o seis siglos la aventura solitaria y silenciosa más maravillosa que un ser humano puede realizar. En circunstancias tan apartadas, el dibujo de una sonrisa, o mejor la risa franca, nos devuelven al mundo de los gestos y de los ruidos. Al afuera de la lectura. Y en ese caso, sospecho, el ser humano al que me refiero, inevitablemente al salir del ostracismo no podrá sino preguntarse por el motivo que lo llevó a reírse. Ese, se me ocurre, es el momento crucial de la significación de un texto cargado de humor. Un movimiento brusco que nos llevará a reflexionar acerca de lo que pensamos sobre un montón de cuestiones de las que acabamos de reírnos”, concluye Federico Jeanmaire.
La Banda de los Polacos puede parecer, a simple vista, una historia sencilla y lineal, pero las apariencias son trucos de un prestidigitador avezado que mueve y estira las sombras y las luces de la ficción con la destreza de un maestro.
Con la distancia adecuada, el lector sabrá hallar el lúcido juego de ironías que, ensambladas en la última novela de Federico Jeanmaire, construyen una mirada literaria sobre nuestro extraño y tan literario país. Con la liviana elegancia de quien ha encontrado su lugar en el lenguaje, Jeanmaire disemina, a lo largo de la novela, observaciones tan sutiles que el lector sentirá la dicha de creer que esas ideas inteligentísimas se le ocurrieron a él. Esa es una felicidad infrecuente y muy fina, que solo el escritor que sea tan hábil como generoso puede regalar.