“Y aquí me tiene: ¡soy toda una tinéiger!”. Totó la Momposina se ríe fuerte cuando se le pregunta por la edad, tras el cumpleaños que acaba de pasar en tierras argentinas. La risotada invita a sumarse, entusiasma. Lo cierto es que esta adolescente de 77 años porta una vitalidad y una alegría que contagian. Cuando está sobre el escenario logra lo mismo, portando un arte que ella define como “música ancestral”. Una de sus banderas es el ritmo y la danza de la cumbia, poderosamente hipnótico, potentemente percusivo. Y también todos los genera esa mezcla cultural tan particular que surge en la costa caribeña de Colombia: la gaita, el porro, la chalupa, el sexteto, el mapalé. Tras presentarse en Córdoba y Montevideo, hoy mostrará esta música en el Centro Cultural Kirchner, y aunque las entradas están agotadas hace ya rato (“tocará volver”, guiña un ojo ella), se podrá seguir el concierto por internet (ver aparte). El martes, la colombiana viajará a Mendoza para presentarse en el Teatro Independencia.
Pronto Totó define lo que es la “tónica y dominante” de la “música ancestral”. De eso va a hablar, antes que música a secas, o de arte, o de cualquier forma del espectáculo o del show. Porque a eso, explica, ha dedicado su vida, y allí cobra sentido cada una de sus presentaciones. “¿Qué vine a traer ahora? Mire, lo que yo llevo y traigo siempre es música ancestral. Y lo que intento entregar es la verdad de esa música ancestral. Que es su sentido de pertenencia. Por eso todos los espectáculos de la música ancestral van a ser diferentes, siempre. Porque yo estoy mostrando las raíces pero a su vez lo que se puede hacer con ellas desde el lugar de cada uno, con las diferentes influencias que nosotros tenemos en toda la América latina”, explica. “Siempre he tenido la filosofía de que lo nuevo es lo viejo y lo viejo es lo nuevo. Así ha ido avanzando siempre la música: la cumbia, sin ir más lejos, vino arreglada de una manera elegante, hasta que aquí comenzaron a hacerla con los sentimientos de pertenencia. Eso mismo, tomando siempre las raíces, es lo que los intérpretes seguimos haciendo”, asegura.
“Totó la Momposina y sus tambores” es como se presenta el show que viene a mostrar. Son los tambores, dice ella, los que abren la música en el mundo entero, y por allí empezó todo. Lo explica con didáctica vocación: “Tú cierra los ojos y ponte en la China. ¿Qué es lo que suena? Es el gong. Un tambor grandísimo. Si te vas para la India, allí también encuentras ese tambor grandísimo. Ahora vete pa´l Japón, encuentras lo mismo. Vete pa´l Africa, y encontrarás todas las formas y sonidos de cuanto tambor imagines. Todos esos instrumentos nos llegaron con los esclavos y sus sonidos se mezclaron con los que nos trajeron los colonizadores. Pero también con lo que sonaba ya aquí, porque los tambores también formaban parte del lenguaje: ‘¡Aquí hay guerra, vengan a ayudarnos!’. ¿Cómo lo avisaban? A través de los golpes. ‘¡Aquí se siembra, aquí se cosecha!’ Lo celebraban con los golpes. Es una pena que muchos se hayan creído ese cuentecico de que somos subdesarrollados... Cualquiera que se detiene a escuchar cuánto valor hay en este lenguaje de los tambores y en nuestra música toda se dará cuenta de que somos muy ricos”.
–¿Y qué cree que tiene su música, la música de la costa caribeña de Colombia, por qué fascina y emociona en otras partes del mundo, tal vez de culturas muy distintas?
–Porque el pescador está en todas partes. El campesino está en todas partes. El amor existe en todas partes y el sol sale y se pone en todas partes, como en todas partes van y vienen los mares. Luego viene el raciocinio, pero todo eso está de antes y la música ancestral le canta a eso. La música ancestral es la imitación de los pájaros, del sonido de las aguas, es también el sentido de pertenencia a través de la danza. Y cada quien lo baila como lo siente, aunque no haya estado nunca en el Caribe. Nosotros estamos en el mar y entonces nos movemos como las olas del mar, moviendo así las caderas, ¿lo ha notado? (risas). Y caminamos derechas y con los brazos arriba porque imitamos las palmeras que tenemos. El paisaje está en uno, pero yo he notado que la gente de diferentes partes del mundo le pone su paisaje a nuestra música cuando la baila. ¡Qué cosa bella!
–La música y la danza estuvieron desde siempre en su vida, por herencia familiar. Pero, ¿cuál fue su primera determinación de dedicarse profesionalmente a esto?
–Ah, no, eso sí que no lo podría decir. Porque ha venido conmigo, como bien dice. Mire, nosotros tenemos un dicho: pueblo que fueres, haz lo que vieres. Y es que los artistas y los músicos de por sí salen artistas y músicos, cuando se forman como núcleos familiares que están en el arte y en la música. Por lo general, esto va pasando de generación en generación. Así fue conmigo y así veo que es con los que vienen. Tengo nueve nietos. A una le gusta el ballet, a otra cocinar pero también escribir, el otro está con la música, el otro con el tambor, otra es mezzosoprano y otra soprano. Ha sido un núcleo familiar que los ha ido formando. Luego los padres van haciendo el trabajo de ir induciéndolos poco a poco porque, claro, no es que yo vengo de una familia de artistas entonces soy artista. No señor, uno les da la oportunidad, pero ellos mismos tienen que hacer su trabajo.
–¿Qué debería hacer, por ejemplo, alguna niña que quiera seguir su camino?
–Si quieren ser cantaoras, tienen que arremangarse e irse pa’l campo a cultivar la tierra, a saber de dónde viene cada pescado, cómo se siembra la yuca o el plátano. O qué pasa cuando uno tiene que hacerse un tambor, porque hay sitios especiales para sembrar un árbol de roble. Un tambor no es una cosa más, tiene toda una historia y un sentido de pertenencia. Eso hice yo: me he arremangao pa’ lo que sea.
–En todos estos años de carrera, ¿cuál recuerda como su mayor logro, el momento de mayor felicidad como artista?
–Cuando uno hace esta música con amor, todos los tiempos son felices. Hubo momentos difíciles, claro que sí, pero el recuerdo general es de felicidad. A mí me tocó ir a Francia por circunstancias de la vida, pero comencé a querer ese país con todas las dificultades. Porque allí canté en la calle, en restaurantes, en cualquier lado. Nos tomamos un bus y nos fuimos por el norte y el sur de Francia, a cantar donde pudiéramos. Entonces, cuando tú cantas en la calle, y esas calles se vuelven luego universidades, y luego pequeños teatros –teatrinos, como le dicen allí–, y luego grandes teatros... Bueno, una se siente feliz por cada paso, por haber cantado en la calle y por haber cantado en la Sorbona, porque todo eso tuvo el mismo sentido y siempre fue buscando la verdad de la música ancestral. Claro que cuando ya llegué a la Sorbona, y habiendo pasado por la calle y por tantos lugares, yo ya había aprendido todo lo que tiene que ver con el arte para poder ponerlo como debe ser en el escenario, sin quitarle su autenticidad.
–En 1982 acompañó como parte de la delegación colombiana a Gabriel García Márquez a Estocolmo, para actuar en la ceremonia de entrega del Premio Nobel. ¿Cómo recuerda aquel suceso?
–¡Ah, los García Márquez! En la costa, todos nos conocemos por los apellidos. Y luego coincidimos en Francia, él haciendo su trabajo y yo el mío, ambos refugiados. En verdad nosotros teníamos más relaciones con el hermano de Gabo, Eligio, también escritor y periodista. Y luego Gabo fue quien pidió que lo acompañáramos un grupo de artistas capaces de representar no sólo a la costa, sino a toda Colombia. Había que llevar las expresiones: bambucos, rajaleñas, cumbias, los señores de los llanos orientales, los señores del interior del país... Se escogió lo mejor y ahí hicimos lo que teníamos que hacer. Más nunca se ha vuelto a hacer un evento como ese en una ceremonia como esa. Ellos cayeron en la cuenta de que Gabo no contaba solamente de Colombia, sino del mundo entero.
–¿Qué sueño le queda por cumplir?
–Vea, señorita, yo no sueño en grande, yo sueño con seguir, que ya es grande. Y como soy esta tinéiger de 77 (más risas), yo misma me pregunto hasta cuándo. Pues, como dicen, hasta que la muerte nos separe... De mi parte, hago lo que está a mi alcance; una tiene que cuidarse mucho, no puede una estar emborrachándose, fumando o haciendo lo que no debe hacer. Y sigo muy atenta y reflexionando sobre el modo en que tengo que entregar la verdad de esta música ancestral, no sólo en el escenario, sino en todos mis actos.
–¿Cuál es finalmente esa verdad en la música?
–La música es un conducto regular para entregar la verdad. Y la verdad está en las siglas que todos deberíamos manejar naturalmente: la paz, el amor y la justicia. Pero como el mundo se empeña y se empeña en ir pa’l otro lado, tiene que recordárselo uno, a cada rato. La música nos lleva siempre de regreso al origen, a esa verdad.