Era hermoso el viejo / yo lo sabía sabio / y encontré verdades sin medida / en sus palabras / su mandato fue definitivo. Así comienza el poema que Hilda Doolittle le dedicó a Sigmund Freud, años después de analizarse con el hombre que puso en jaque el reinado de la razón para señalar que el ser humano no es consciente de todos sus actos. Una década después de ser la analizante del médico neurólogo austríaco, Hilda tuvo en cuenta todo lo que ella fue anotando en sus cuadernos sobre su relación terapéutica con Freud y escribió Tributo a Freud, “el primer testimonio publicado de un análisis, pero además narrado por una de las voces poéticas más importantes del siglo XX”, explica María Magdalena, editora del sello Las Furias que acaba de lanzar nuevamente Tributo a Freud, junto con las cartas que el padre del psicoanálisis le fue mandando a H.D. (así firmaba la poeta).
El libro se divide en dos partes: “Escrito en la pared” y “Advenimiento”. Justamente en esta segunda parte, H.D. señalaba que sus facultades imaginativas derivaban de su madre, artista-música. “Se sentía rechazada por la madre que prefería a su hermano, y sentía también que había decepcionado a su padre por no seguir una carrera científica para dedicarse a la poesía”, se menciona en la Revista de Psicoanálisis En el margen (cuyo cuidado editorial pertenece a Helga Fernández, Patricia Martínez, Gerónimo Daffonchio y Mariana Castiellix).
Vale destacar que “Escrito en la pared” fue publicado como libro (con el título Tributo a Freud) en 1944, en plena Segunda Guerra Mundial, un acontecimiento que atraviesa los escritos de la poeta. “Lo escribe sin su cuaderno de notas que había tomado en Viena en 1933, ya que estas habían quedado en Suiza. Luego con esas notas escribe ‘Advenimiento’, como un preludio, que fue publicado al final del libro, pero que parece ser su testimonio más propio, son sus notas de análisis”, se explica en el artículo.
H.D. tuvo una vida amorosa libre –lo que hoy se conoce como poliamor-, y se analizó con Havelock Ellis, Mary Chadwick, Hans Sachs y finalmente con Sigmund Freud, entre 1933 y 1934. En 1933, sus sesiones eran cinco por semana. Un dato no menor: el avance del nazismo provocó un cimbronazo en su cotidianidad –y también en la de Freud- y se interrumpió el análisis con el médico austríaco. La segunda etapa, en 1934, fue en la casa de verano del “Profesor” –como ella lo llamaba-, cuando el sol se ocultaba en el horizonte.
La edición de Las Furias de Tributo a Freud –con traducción de Facundo D’Onofrio- permite aproximarse al grado de minuciosidad con que H.D. narraba lo que le pasaba en cada sesión, incluyendo diálogos que se producían en el dispositivo analítico. Pero al lector le quedará claro que esta analizante no era alguien común y corriente: era una destacada y prolífica escritora, que se vislumbra por la forma de narrar su cotidianidad y el foco encendido en los detalles. No por nada H.D. fue la primera mujer en recibir la medalla de la Academia Americana de las Artes y las Letras, poco antes de morir, en 1961, en Suiza. Por eso es que la editora María Magdalena señala: “Más que un tributo al Profesor, como lo llamaba ella, podríamos decir que este libro -que incluye cartas enviadas por Freud a H.D.— es la celebración de un encuentro: el de una poeta analizante y un analista poeta; o mejor aún, el de la poesía y el psicoanálisis”.
En la primera parte, “Escrito en la pared”, se puede comprender la manera en que Freud planteaba su método: “Mis descubrimientos no son un ‘cura todo’. Mis descubrimientos son la base de una filosofía muy importante. Hay muy pocos que entienden esto, hay muy pocos que son capaces de entender esto”, le explicaba. También el Profesor le decía: “Por favor nunca –quiero decir realmente nunca-, en ningún momento, bajo ninguna circunstancia, se esfuerce por defenderme, si alguna vez oye opiniones ofensivas contra mí o contra mi obra”.
Cierto día, Freud le dijo: “Usted es la única persona que ha entrado alguna vez en esta habitación y ha mirado las cosas que hay en ella antes de mirarme a mí”. Pero para tener claro que H.D. sentía admiración por Freud, bastan algunas de sus reflexiones: “El no sabía –¿o sí?- que yo miraba las cosas en su consultorio antes de mirarlo a él, porque advertía que las cosas en su consultorio eran símbolos de la Eternidad y él era parte de ellas entonces, como lo es ahora de la Eternidad”. Aunque H.D. no lo haya dicho de la misma manera, fue la historia la que luego lo hizo eterno al tomarlo de la mano y transitar el maravilloso camino que edificó el padre del psicoanálisis.