“Cuando muera, puedo imaginar las palabras de cariño de quien me detesta. Algunas radios pasarán mis canciones sin que les tenga que pagar por hacerlo, los colegas dirán que se me extrañará en el mundo de la música; quién sabe, quizá hasta le pongan mi nombre a una calle sin salida. Los fans, esos sinceros, empuñarán las portadas de mis discos y corearán ‘Ovelha negra’, las cadenas de televisión ya deben tener preparado un resumen de mi trayectoria para mostrar en sus noticieros y alguna pequeña nota necrológica habrá de salir en ciertas revistas. En las redes virtuales habrá quienes dirán: “Uh, pensé que la vieja ya estaba muerta, jejeje”. Ningún político se atreverá a asistir a mi funeral, ya que nunca he estado en la tarima de ninguno de ellos y me levantaría del ataúd para abuchearlos. Mientras tanto, estaré de alma presente en el cielo tocando mi arpa y cantándole a Dios: ‘Gracias Señor, finalmente sedada’. Epitafio: Nunca fue un buen ejemplo, pero era buena gente”.
No hay mejor manera de decirle adiós a los ídolos y las ídolas populares que atendiendo a su último deseo o repitiendo con fidelidad sus últimas palabras, para que luego no se queje (ni siquiera en el más allá) de que el periodismo distorsiona o tergiversa. Así se despidió Rita Lee de este mundo, aunque aún no sabía cómo ni cuándo iba a morir. Por las dudas, lo dejó por escrito, en 2014, en su libro biográfico Uma autobiografía (en 2023 salió Outra autobiografía). Si bien en ese momento fue tentada para hacerlo por el arrebato, motor de muchas de sus decisiones estéticas y políticas, siete años más tarde ese testamento anticipado comenzó a retumbar en ella. A poco de comenzar la pandemia, le detectaron un cáncer de pulmón al que bautizó como “Jair”, y que combatió con valentía. Entonces bajó su exposición. Un año más tarde, la cantante reapareció en las redes sociales para anunciar que le había ganado la batalla a la enfermedad. O eso creía…
En febrero, la “Reina del rock brasileño” ingresó de nuevo al hospital. Tras varios estudios y exámenes, los médicos confirmaron que “Jair” había vuelto. Y esta vez lo hizo con fuerza. Desde ese instante, la música revisitó su epifanía, repasó sus recuerdos y empezó a despedirse. Este martes, su familia compartió la noticia que ya se conocía, pero que nadie quería aceptar. “Anunciamos el fallecimiento de Rita Lee, a última hora de la noche de ayer, rodeada de todo el amor de su familia. Como ella siempre quiso”, reveló el comunicado publicado en redes. “El velatorio será abierto al público en el Planetario del Parque Ibirapuera, mañana de 10 a 17”. Murió a los 75 años en su casa en San Pablo. Lo que no se sabe o no se sabrá nunca es si falleció tal cual lo deseaba: “Pido al Universo que mi muerte sea rápida y sin dolor. Preferiblemente dormida y soñando que estoy con mi familia en una playa del Caribe”.
Antes de morir, Rita recibió lo que terminó por convertirse en su último reconocimiento. Sucedió en noviembre pasado, cuando los Grammy Latinos le entregaron el premio a la Excelencia Musical por sus 60 años de trayectoria artística. Vaya paradoja. Y es que de las siete nominaciones que recibió a lo largo de su carrera en ese certamen, sólo se llevó una estatuilla. Fue en 2001, en la categoría “Mejor álbum de rock brasileño”, por su disco 3001. Después de publicar ese álbum, el vigésimo noveno de su trayectoria, la asimismo actriz, escritora y activista sacó cuatro trabajos discográficos más. El último de ellos se tituló Reza, y con este repertorio demostró nuevamente su agudo sentido para la contemporaneidad. La mayoría de las 14 canciones giran en torno a la new rave: movimiento musical nacido en el Reino Unido, a comienzos de la década pasada, que respondía a la escena dance punk de Nueva York.
Justamente en 2012, en lo que fue su despedida de los escenarios, debido a su fragilidad física, la artista nacida en San Pablo terminó presa. Ocurrió en el Festival de Verão de Sergipe, organizado en la ciudad de Arcajú (noroeste de Brasil). En medio de su show, Rita se dirigió a los policías que custodiaban el evento, y los acusó de agredir a sus seguidores. Desde el escenario, invitó a los agentes a que fumaran un “besadinho” (marihuana). Antes que ignorarla, la policía armó un cordón de seguridad. La artista les respondió que había vivido la violencia de la dictadura militar en su país, y de paso los llamó “caballos”, perros” e “hijos de puta”. Además, ante la presencia del gobernador del estado de Sergipe, arengó a la candidata de la oposición. Una vez que terminó su recital fue detenida y acusada de desacato a la autoridad. Nada más rockero que eso. Se trató de uno de los tantos escándalos en los que se vio envuelta.
Pero la controversia que se encuentra instalada en el imaginario de los brasileños aconteció en 1976, tras la aparición de su álbum Entradas e bandeiras. Ese trabajo incluye temas del calibre de “Coisas da vida”, “Corista de rock”, “Com a boca no mundo” y “Bruxa amarela”. Meses luego del lanzamiento, fue detenida por el gobierno militar por posesión de marihuana. Fue uno de los episodios más ridículos de la dictadura. Ella sirvió de chivo expiatorio para “dar un ejemplo a la juventud de la época”. Y la verdad es que no estaba consumiendo, porque estaba embarazada del primero de sus tres hijos. A pesar de eso, le dieron un año de prisión domiciliaria y sólo podía hacer recitales mediante permisos especiales. Si bien ella recordaba esa época como económicamente precaria, también en ese periodo conoció a quien fue su pareja hasta su muerte: el músico carioca Roberto de Carvalho.
Antes de sintonizar con su compañero y padre de sus hijos, la artista que popularizó los lentes de sol de espejos rojos y las botas plateadas había alcanzado la fama con Os Mutantes. El trío surgió de la fusión de The Teenage Singers, banda femenina liderada por Rita, y Wooden Faces, donde se encontraban Arnaldo Baptista y Sérgio Dias. Luego de varios nombres y cambios de formaciones, el grupo, que décadas más tarde se tornó en uno de los favoritos de Kurt Cobain y Beck, publicó en 1968 su álbum debut (titulado de forma homónima). Al que secundó una de las obras maestras de la música psicodélica: Tropicália ou Panis et Circenses (1968). Ese disco fue un proyecto colectivo que, al mismo tiempo que se convirtió en el manifiesto musical del Tropicalismo (movimiento que mezcló la cultura pop y la vanguardia de aquella época con la tradición brasileña), juntó a Os Mutantes con Caetano Veloso, Gilberto Gil, Tom Zé y Nara Leão.
Tras publicar seis álbumes, Arnaldo, entonces esposo de Rita, la expulsó de la banda y le puso fin a su matrimonio. Al año siguiente, ella formó el grupo Tutti Frutti, con los que grabó cuatro álbumes (sobresale Entradas e bandeiras). Pero los problemas de ego entre los integrantes provocaron que la cantante se animara a hacer una carrera solista, con la complicidad de Roberto de Carvalho. En ese contexto, aparecieron los discos Rita Lee I (1979) y Rita Lee II (1980), que la internacionalizó a partir del éxito “Lança perfume”. El flamante rey Carlos III llegó a decir que era su canción favorita, y la de Zeta Bosio también (llegó a incluirla en el repertorio de The Morgan, proyecto previo a Soda Stereo). Pese a que ese disco fue considerado fundamental para el pop rock brasileño, desde fines de los setenta la artista tuvo cruces con los talibanes tanto del rock como de la música popular de ese país. A raíz de desarmar estilos y etiquetas.
En total, su discografía cuenta con 30 álbumes de estudio, siete en vivo, tres EP, 81 singles y el primer disco pirata local: Rita Lee & Cães e Gatos, trabajo en vivo grabado en 1978, luego de que cortara con Tutti Frutti. “Mi nombre es Rita Lee y soy una beatlemaníaca”, escribió alguna vez en un artículo de opinión para este diario (en 2001 sacó el tributo Bossa n’ Beatles). Aparte de reconocerse como adicta al cuarteto de Liverpool, con los que tomó su primer acido mientras veía Yellow Submarine, también fue adicta a las demás drogas y al alcohol. Con la llegada del éxito de su carrera solista, empezaron en paralelo las internaciones. Recién pudo librarse de esa dependencia en 2006, luego de pedir ayuda en una clínica de rehabilitación. “Estoy limpia desde hace 11 años, cuando nació mi nieta. Canalicé mi energía y estoy encontrando muchos beneficios en este negocio de ser careta”, en 2017. Algo similar dijo en su última visita a Buenos Aires, en 2011, antes de tocar en el Gran Rex.
Amén de rescatar lo mejor de su obra, en ese recital compartió esa vida suya. Hoy, de leyenda. Recordó cuando conoció a Lula y su amor por Fito Páez. Tanto el Presidente de Brasil como el chico de la tapa la despidieron. En tanto el rosarino la describió como “Paulista nuclear, tropicalista y mutante medular”, el mandatario afirmó: “Enfrentó el machismo en la vida y la música e inspiró a generaciones de mujeres en el rock y el arte. Nunca será olvidada”. Su legado habla por ella. No sólo sus canciones, sino su heroísmo. Hija de un estadounidense y de una italiana, rebelde por elección, creyente de los ovins por abducción, dueña de un humor cítrico, hincha del Corinthians y autora de cuentos infantiles, “la colorada del fleco” le cantó al sexo como nadie. Cambió y torció los prejuicios, y transformó la música no sólo de su país, sino de America latina para siempre. Bien lo avisó en su hit “Ovelha negra”: “Ahora es hora de que tomes el control y desaparezcas”. Y eso hizo.