Jorge Pinchevsky nació en Rosario, aunque es posible que ése sea un dato que a muchos se nos pasa de largo porque el lugar que naturalizamos cuando hablamos de él es la ciudad de La Plata. Desde allí, él y su violín hicieron historia.

“Cuando tenía seis años me pusieron el violín en el hombro. Mi padre era muy intuitivo y tuvo mucho que ver con eso. Él hizo todo lo posible para que el instrumento y yo nos acomodáramos: desde ese momento no nos separamos más.” Así, en primera persona, Pinchevsky empezaba a contar su historia en el número 28 de la Revista Pelo, su primera nota en un medio gráfico destinado al micromundo desde el cual iba a convertirse en un personaje entrañable.

Pin, como lo nombraban sus amigos y seguidores, estaba predestinado a ser un concertista clásico. Desde finales de la década del cuarenta descosía violines y eso lo llevó a tocar en los más renombrados cuerpos estables de la capital bonaerense. Aprendió y se perfeccionó en el Conservatorio platense dirigido por Alberto Ginastera, estuvo cinco años en la Orquesta Sinfónica de La Plata, dos en la Orquesta de la Municipalidad y tres en la Orquesta de Cámara de la Universidad. Hasta que los sonidos eléctricos que empezaban a copar el mundo de la música se cruzaron por su camino, y él supo comprender el guiño del destino.

Transcurrían los últimos años de la década del sesenta y ya había tocado en formaciones que abordaban el tango y el folklore. Pero cuando conoció el rock decidió que ése sería su lugar en el mundo. No se equivocó. “Cuando me pasé al rock todo lo demás desapareció de pronto”, afirma en aquella nota que apareció publicada en algún momento del segundo semestre de 1972.

Cuando todavía no había descubierto el género, su amigo artista plástico Ricardo Cohen, más conocido como Rocambole, lo invitó a sumarse a la comunidad hippie que marcaba el pulso de la rebeldía pacifista en La Plata: La Cofradía de la Flor Solar. Con esa banda, que ya había grabado un disco en 1970 con la participación de un invitado llamado Eduardo Federico Beilinson, Skay, tocó por primera vez en 1971. La psicodelia de la época lo atrapó por completo.

Cuando ya formaba parte de La Pesada, esa especie de supergrupo comunitario craneado y liderado por Billy Bond, Pin escribió: “Mi vida fue musicalmente progresiva hasta llegar al rock. Y una vez allí me encontré con que el rock no te plantea disyuntivas porque, también, su esencia vital es progresiva. El rock llegó a niveles progresivos tan elevados que, por senderos distintos, arribó a los mismos puntos de categoría que la música clásica de vanguardia. Y si a alguien le quedan dudas, que escuche a Pink Floyd o a Emerson, Lake and Palmer. Nosotros ya nos dimos cuenta. De eso se trata. Y en eso estamos”.

Así de convencido estaba.

Con ese grupo acompañándolo grabó el primer disco con su propio nombre: Jorge Pinchevsky, su violín mágico y La Pesada. Desde la tapa y el inicio de aquel material editado en 1973, Pin jugaba con esa condición de concertista devenido en rockero duro con el que convivió a lo largo de toda su vida.

“Beethoven usaba ese ‘ta-ta-ta-taaa’ pa simbolizar el golpe del destino en la puerta”, arranca diciendo en "La maravillosa Marta y la fuerza de las cosas”, el tema que abre el disco del que participaron Alejandro Medina, Claudio Gabis, Kubero Díaz y el resto de los participantes de La Pesada que fueron sumándose a lo largo de las siete canciones de aquel disco, todas compuestas “un poco entre todos”. “Éramos una especie de cooperativa”, contó el músico cuya voz sólo aparece en el tema “No nos alcanzarán las mariposas”.

Era un disco atípico para la época, el primero en la historia del rock argentino firmado por un violinista. Y uno de los pocos, cincuenta años más tarde. “Jorge Pinchersky tiene una gran personalidad musical y este álbum sirve fundamentalmente para ponerla en claro, para darla a conocer. Es realmente un álbum exótico, distinto, tanto como su intérprete principal, que es a la vez una especie de curioso extranjero, simpático y amable, en el país del rock”, escribía Pelo al comentar el disco de un intérprete que en ese momento ya había grabado en discos de La Pesada, Sui Generis, y Raúl Porchetto, además de haber tocado en algunos de los escenarios más importantes de esa segunda etapa del rock argentino que comenzó con la separación de las bandas pioneras, a comienzos de la década del setenta. 

Se definía como un "traidor a la música clásica", aunque en realidad fue uno de los primeros que apostó a readecuarla a un sonido más contemporáneo y terrenal para los jóvenes con los que compartía inquietudes. Es posible que la frase que mejor identifica lo que Pin significó para el resto de aquella movida setentista haya salió de su propia boca: "Me tocó ser el representante de los músicos clásicos a los cuales les gustaba tocar progresiva pero no podían hacerlo porque se les habría coagulado la sangre del miedo". Se bancó el miedo y se convirtió en el violín más recordado de la cultura rock vernáculo. Tanto así, que avanzar más allá de su nombre suele ser tarea complicada si intentásemos enumerar violines roqueros que se hayan destacado desde nuestras pampas.

Su currículum advierte la participación en más de treinta discos editados, entre los propios y los compartidos. Entre ellos se enumeran algunos clásicos y joyas de colección con características que podrían significar "rarezas" para el grueso del público. Por ejemplo, produjo y grabó en el disco "Envasado en origen", de la banda mendocina Alcohol Etílico, que compuso la canción que los Enanitos Verdes convirtieron en hit nombrándola "Lamento Boliviano". En el disco de 1986, el tema se llama "Soy como una roca". 

Antes de recalar en Mendoza, Pin había tenido un exilio europeo que devino de un previo viaje por Brasil, a mediados de los setenta. Vivió en Francia e Inglaterra. Tocó en la calle, a la gorra, se integró a la banda francesa Clearlight y recaló en la formación de rock progresivo Gong, que producía Nick Mason, baterista de Pink Floyd. Escuchar el disco “Shamal”, de 1975, denota la presencia del argentino en algunos pasajes en los que a la formación clásica, psicodélica y rockera se le suman elementos de algunos de los ritmos más tradicionales del sur de América.

En diciembre de 1981, la Revista Expreso Imaginario informó su muerte. Pero Pin continuaba en Europa con la actividad que lo devolvería a la Argentina un par de años más tarde, y a Buenos Aires a comienzos de los noventa.  Formó sus bandas, grabó sus discos y emprendió lentamente un regreso al país que se iba a concretar finalmente a comienzos de los noventa. Charly García lo convocó para su disco "La hija de la lágrima", de 1994, y Claudio Gabis reinvindicó su vieja sociedad en el trabajo "Convocatoria", en 1995. Aprovechando ese empuje a la actividad y una especie de boom que el rock autóctono experimentó a mediados de los noventa, editó su segundo disco como solista, acompañado por La Samovar Big Band, también en 1995.

Pin se terminó despidiendo de este mundo en junio de 2003, de una manera absurda. Un ciclista lo atropelló en pleno centro de La Plata, cuando esperaba en la parada de un colectivo. Un golpe en la cabeza no fue tratado de modo correcto y pocos días más tarde, a los 59 años, murió en el hospital de Berisso.