Argentina ganó el Mundial de Qatar sin hinchas visitantes en sus torneos domésticos. El mejor país del planeta, al menos en fútbol, no puede encontrar aún la forma de restituir ese público impedido desde 2013, cuando la veda impuesta inicialmente en 2007 para las categorías del ascenso alcanzó también a la Primera. Y, a pesar de algunos intentos y experiencias recientes (como la de la Copa Argentina), los partidos con simpatizantes de los dos equipos en la cancha van camino a convertirse en una costumbre demodé.

En otro sentido, los viejos torneos de verano en Mar del Plata también fueron parte de esa extraña fagocitación en la que el fútbol argentino se sumergió a costa propia. Como si el espectáculo —que parece ser lo más interesante, lo más lo rentable, o las dos cosas— se canibalizara a sí mismo. Otro espejo roto del pasado: esos torneos permitían ir a ver un Boca-River o un River-Boca en arena y chancletas después de un día de playa; hoy, en cambio, para aquerenciarse entrada a un Superclásico es más fácil ser turista japonés.

Días atrás se cumplieron cuarenta años del debut en River de Enzo Francescoli y las efemérides se columpiaron entre los numerosos hitos que el uruguayo dejó en el fútbol argentino. Desde su aparición atronadora a mediados de los 80 hasta el regreso heroico una década más tarde, actualizando su propia leyenda con la Copa Libertadores de 1996 ante el mismo rival que no había podido enfrentar diez años antes: el América de Cali.

La memorabilia se entrelaza también con un interesante paso europeo (especial destaque en el Olympique de Marsella) y tres Copa América al frente de la selección de Uruguay. Aunque la imagen definitiva de Francescoli en la historia del fútbol no sea otra que la que dejó la noche de 8 de febrero de 1986 en Mar del Plata. Una jugada que puede explicarse con muchas palabras y de varias maneras, aunque al fin de cuentas siempre la definirá un simple enunciado: la chilena de Enzo a Polonia.

Una maniobra como cualquiera. Como un caño, un taco o una rabona. Solo que Francescoli la rebautizó con su propio nombre. ¿Cuántas miles de personas en todo el mundo ensayaron una chilena tomando como referencia aquella que estableció el 5-4 de River en un partido inolvidable?

Eran tiempos en los que los equipos argentinos se tomaban en serio este tipo de competencias extraoficiales y amistosas, más pensadas para el espectador que para el protagonista. Es que a esa altura del año, pleno verano, los planteles están inmersos en su ciclo de pretemporada, una preparación exigente en la que abunda la extenuación física y escasea la pelota. Los jugadores, en ese contexto, no están aptos para un partido. Sin embargo, en Mar del Plata se entregaban y jugaban.

Así, eran más probables las épicas. En esos torneos marplatenses, por ejemplo, Diego se despidió de Argentinos Juniors para irse a Boca, y lo mismo un año después de Boca para irse al Barcelona.

Por los 80s, además, era costumbre recibir en las copas de verano  (primero en el Estadio San Martín, luego en el Mundialista) a representaciones de Europa del Este. El Spartak de Moscú, el Slovan Bratislava de Checoslovaquia, el Vasas y el MTK de Hungría y las selecciones de estos dos últimos países cruzaron el Atlántico en pleno invierno europeo para jugar bajo el calor marplatense estos certámenes amistosos, sin validación oficial alguna. Mientras tanto, la Guerra Fría transitaba sus estertores.

Todo este surrealismo mágico llega a su culmen en febrero de 1986. Ese año tan caro para la épica futbolera argentina inició simbólicamente con la chilena de un uruguayo ante polacos para el delirio de treinta mil espectadores de River, aunque también de otros cuadros. Pocos goles de un equipo argentino son tan universales a nuestro fútbol como la chalaca de Enzo en Mar del Plata: no hay futbolero que se prive de gritarlo aún hoy, en cualquier repetición que se presente.

Nadie recuerda especialmente los detalles de ese torneo (denominado Copa de Oro 1986), ni tampoco quién fue campeón. Ni siquiera los hinchas de River, a pesar de haberse consagrado tras superar 1-0 a Boca en el partido final.

El triangular había comenzado el domingo 2 de febrero con la victoria de Polonia ante el Xeneize por la mínima. Y River debuta seis días después, en el segundo turno, ante la selección polaca. La primera mitad del partido fue calma y favorable al equipo argentino, que se puso arriba con gol del Beto Alonso y conservó la diferencia hasta el entretiempo.

Sin embargo, el complemento precipitó su intensidad y a los diez minutos el partido había escalado a un vibrante 2-2 gracias al pie furioso de Dariusz Dziekanowski, elegido en 1985 como Mejor Futbolista Polaco del Año por la asociación de ese país. En el medio, Francescoli marcó el primero de sus tres tantos en la noche, una potente arremetida en el área que se hermana en un hilo histórico con la de Kempes a Holanda y la de Julián a Croacia.

Polonia, aún con uno menos, logró sostener el empate parcial más de diez minutos. Y, en una contraofensiva sorpresiva, estiró la chapa al 4-2 gracias a dos desatinos de la defensa rival quirúrgicamente capitalizados. El equipo polaco todavía ostentaba parte del plantel que había terminada en un histórico tercer puesto en España 1982 y lo estaba haciendo saber en Mar del Plata.

River se desespera y mueve el banco. Pero la diferencia sigue irresuelta y todo parece conducir a una deslucida derrota. Hasta que a los 38 minutos Francescoli recibe en el corazón del área un pase del Negro Enrique y cruza un violento zurdazo al ángulo tras eludir a un polaco. El partido volvía a vivir y las tribunas del Mundialista se encendían.

Sobre el final de tiempo reglamentario, Ramón Centurión conecta con la cabeza un córner de Jorge Villazán y deja las cosas en tablas, resultado que era buen negocio para ambos equipos tras una faena irreprochable.

Pero faltaba una bola.

Todo inicia en un tiro libre sobre la mitad de la cancha a los 48 minutos del segundo tiempo. El Tolo Gallego juega en corto para Alonso y éste envía un centro pasado a la cabeza de Oscar Ruggeri, quien le sirve el balón a Francescoli. Enzo tiene espacio libre pero mucha gente por delante. Entonces decide ganar un tiempo de más con una maniobra clave: el control de pecho. Así, la pelota queda flotando en el aire mientras el uruguayo se hamaca de espaldas al arco para asestar un chalacazo memorable.

Un polaco intenta poner la cabeza en vano y quedó para siempre en la foto de tapa de El Gráfico, quien tituló: “Un himno al fútbol”. 1986 le dejó a la Selección un Mundial y a River su único triplete (torneo argentino + Libertadores + Intercontinental). Pero esa noche, en las tribunas de Mar del Plata y en las pantallas de Argentina que reproducían el partido, aquella chilena se festejó como pocas cosas en nuestro fútbol. Acaso con la conciencia clara de que nunca se volvería a ver algo semejante.