Las palabras tienen más fuerza que las balas. José Pablo Feinmann vive combatiendo en el frente de la ficción, la filosofía y la política. “El neoliberalismo es una persistencia poderosa en nuestra historia. Comienza con los liberales de mayo y el Ejecutivo restringido de Moreno. Una Revolución que no cuenta con las provincias. Una Revolución sin pueblo –advierte en el prólogo de La condición argentina (Planeta)–. El neoliberalismo de Macri no es exactamente el de Martínez de Hoz ni el de Menem. No obstante, tanto uno como el otro, nos ha conducido a él. Un evento que se ha vuelto persistencia en la llamada ‘Revolución de la Alegría’”. El último libro del escritor y filósofo reúne más de 60 contratapas publicadas en PáginaI12 a lo largo de una década –de marzo de 2005 a enero de 2016–, en las que analiza con lucidez, rabia e ironía la trama de acontecimientos trágicos y luminosos que parecen sucederse unos a otros sin posibilidad de permanencias.
A fines de septiembre de 2013, Feinmann concluía el artículo “Qué es lo que se juega” con este ejemplar cross a la mandíbula: “La tragedia argentina –en una de sus importantes facetas– es así: 1) La clase media no quiere ser lo que es. Quiere ser clase alta. No clase baja. 2) Cuando los gobiernos populistas les posibilitan acceder a un buen nivel económico (que habían perdido bajo un gobierno neoliberal) se sienten otra vez clase alta y buscan destituir a los impresentables populistas. 3) Suben otra vez los neoliberales de las clases acomodadas. La clase media vuelve arruinarse. Vota otra vez al populismo. Y así hasta el agobio, o el vértigo”. Hace cuatro años, el escritor y filósofo estaba vislumbrando, sin siquiera mencionarlo, este “nuevo-viejo” presente: otro momento donde la clase media vuelve arruinarse. El escritor camina despacio, ayudado por un andador que le permite desplazarse en el living de su departamento. Hay un antes y después del 14 de marzo de 2016, cuando sufrió un ACV (accidente cerebro vascular) durante una intervención quirúrgica. En el camino perdió 30 kilos, está más estilizado y parece más alto.
José Pablo habla con una entonación sosegada, extraña para quienes están acostumbrados a su verborragia incesante. Una de sus pequeñas alegrías –además de la salida de La condición argentina– es que el próximo año se publicará una edición especial de los cuentos de Bongo con ilustraciones. “Yo estaba mejor que nunca, re embalado, acababa de terminar un curso, que me había dejado muy contento y estaba escribiendo dos novelas, que tengo por la mitad. Y pensaba seguir con mi programa de radio y con Filosofía aquí y ahora. Pero andaba con dolores de cabeza y fui a ver un médico que me dijo que tenía una estrechez en la columna cervical. El accidente cerebro vascular (ACV) fue una consecuencia de la agresión quirúrgica. Lo sufrí durante la operación, una operación de la que esperaba salir fantástico y que me iba a solucionar los dolores de cabeza”, resume Feinmann. A los quince días de la operación y del ACV, tuvo un paro cardiorrespiratorio. Estuvo internado dos meses y medio en terapia intensiva. “Uno de los factores más terribles fue el gobierno de Macri. Estar así, medio clueco, medio imposibilitado, y ver que hacen con el país lo que están haciendo... Después de la internación, cuando me dieron el alta, estuve cuatro meses deprimido. Como tengo tendencias obsesivas fuertes, estaba ‘¿por qué a mí?, ¿por qué me pasó esto?, ¿por qué me operé?’ ¡Qué ingenuo! Me taladraba con eso”, reconoce el escritor.
–En el prólogo del libro advierte que Macri y Trump “se parecen mucho”, y que el mundo está girando hacia la derecha. ¿Cómo explica este giro?
–Es una reacción contra los gobiernos nacionales, populares y democráticos que hubo en la segunda década del 2000. La clase media, que es tan importante en la Argentina, cada vez se enceguece más, cada vez es peor éticamente, cada vez le importa menos los de abajo. Y si los hunde, mejor. De esa clase media ya no espero mucho. En verdad, no espero mucho de nada en este momento porque no hay espacios de libertad, que sería eso que (Ernesto) Laclau llamaba “polos de hegemonía”. Los espacios de libertad son aquellos lugares donde surge una respuesta, algo diferenciado, que aunque no tenga esperanza de triunfo sí tiene la esperanza de edificar algo distinto. Eso se hizo durante la segunda década del siglo XXI y lo hicieron varios gobiernos a la vez. Y fue una especie de primavera para muchos de nosotros; para otros habrá sido un trago amargo. Acá se llegó bastante lejos en el campo de los derechos humanos, de la distribución de la riqueza, de la reivindicación de ciertos elementos del pasado, de ciertas líneas históricas que volvieron a estar sobre la mesa. Y todo eso te lo hacen pagar; fueron doce años increíbles. Con optimismo podemos esperar que la tortilla se dé vuelta pronto. Y si siguen haciendo así las cosas, se va a dar vuelta antes de lo que piensan.
–¿Se subestimó demasiado a Macri al creer que no podría ganar las elecciones presidenciales?
–Sí, se lo subestimó. Se desvalorizó la figura de Macri; no vieron el potencial que tenía. Lo vimos desde que asumió y emprendió una especie de blitzkrieg político que fue asombrando a todos hasta dejar a la sociedad medio knock out, cansada de recibir tantos golpes y de tanta vertiginosidad. Por el lado de lo opuesto a Macri, está la disociación, la falta de unidad. Mientras que la gente de Macri va a estar unida porque la derecha sabe unirse, toda la izquierda está de nuevo discutiendo los liderazgos. Eso es lamentable.
–¿Por qué no se resolvió la “vieja” disputa entre Cristina Fernández y Florencio Randazzo?
–No se resolvió por orgullo, por amor propio, por ambiciones. ¿Qué hay en la política? Hay dinero, hay ambiciones, hay ansias de poder. Tenemos que esperar mucho para que venga un gesto de generosidad. Si el mejor candidato es Cristina, la tendrían que dejar a ella, por más que nuclea un odio muy focalizado de ciertas clases medias. Pero se lo ganó en buena ley ese odio, porque la odian por lo bueno. Me duele que hayan logrado sacar a la luz algunos hechos de corrupción que en ningún caso están justificados. A un gobierno de raigambre popular es al que menos le tolero que incurra en actos de corrupción. La derecha es la corrupción instaurada porque la derecha es estructuralmente corrupta; es el sistema el que te roba. Los que vienen a hablar en nombre de los derechos humanos no pueden robar. Inmediatamente después de esto hay que decir que el negociado del Correo Argentino equivale a 480 bolsas de (José) López. O sea que hay una dimensión donde la cantidad se convierte en cualidad. No sé qué va a pasar en las elecciones, pero nos podemos llevar una sorpresa y que Macri saque más votos de los que creemos.
–¿Su desencanto tiene que ver con cómo quedó escindido el kirchnerismo?
–Sí, parte importante del desencanto es notar que gente que tendría que estar junta, dándose la mano y marchando hacia adelante en una sola dirección, aunque sea coyuntural, está enfrentándose por factores de poder. El desencanto también es mundial: está Trump en Estados Unidos, está Siria y el Estado Islámico... ¿Dónde queda la esperanza? ¿Dónde se la puede depositar? Mirá (Nicolás) Maduro, también... Yo conozco a la oposición venezolana y es abominable, pero no apruebo lo que hace Maduro. Me duele mucho.
–En uno de los textos del libro cita una frase de Walter Benjamin: “Solo por nuestro amor a los desesperados conservamos todavía la esperanza”. ¿Quiénes son estos desesperados hoy?
–Nuestros desesperados están en las calles y se mueren de frío. Pero también tenemos algo que nos desespera, que es la visión que las clases medias tienen de esos desesperados: “¿por qué no van a trabajar, si no trabajan es porque son vagos”... “Que no dependan del Estado, que se ganen el dinero”. Los desesperados son los que ya no les importa nada; se tiran a morir. Por esa gente hay que luchar todavía... Hay que luchar contra los que dicen “salieron de mi campo con un choripán”, con lo cual está diciendo: “¡Atención! Yo tengo un campo desde el que salen por mero accidente unos negros comiendo choripán”. Es una frase detestable... Hay que luchar contra los que hacen cuentas sobre el número de desaparecidos. Cuando se pasa cierto número de muertes, andar contándolos es miserable. Hay que tratar de que la verdad gane mayor cantidad de espacios políticos.
–¿Cómo restablecer la verdad en tiempos donde impera la posverdad?
–La verdad es una construcción del poder. El que más poder tiene impone su verdad a la sociedad. Si dispongo de diez canales de televisión, la verdad será lo que diga a través de esos canales. ¿Qué va a pensar la gente mañana? Lo que nosotros le digamos que piense. Esa es la sensación más grande de poder que hay. ¿Cómo se logró el odio a Cristina? ¿Cómo se logró el ataque a Dilma (Rousseff)? Con los medios. Cuando los medios quieren degradar a un político son infalibles. Para combatirlos habría que tener medios tan poderosos como ellos.
–Hay algunos artículos que parecen escritos hoy, especialmente uno en el que se refiere al odio en estos términos: “el odio es la negación del pensamiento y de todo consenso posible”. ¿Por qué se odia tanto en este momento político?
–Ese es un buen tema. Se odia al kirchnerismo porque tocó intereses de todo tipo y se encarnó muy fuertemente en sus dos líderes. Se odia porque restableció la lucha por los derechos humanos, se distribuyó la riqueza lo más que se podía, por lo cual hubo que afectar a sectores importantes y tocarles sus intereses. Y porque se metieron con un medio como Clarín, se metieron con el poder mediático. Y el poder mediático los destruyó. Les ganó la pulseada. Parecía que se ganaba, pero otra vez los malos ganaron.
–En otro artículo de La condición argentina plantea que “la derecha es tan cruel como cada coyuntura se lo permite”. ¿Cuán cruel está siendo el macrismo?
–El macrismo está preparado para ser más cruel en la medida que gane espacios políticos. Los espacios políticos que se le ceden al macrismo son espacios que se le ceden a la violencia. Muchos creen que Macri está haciendo todo lo que puede, y lo van a votar porque él y las corporaciones y los bancos son lo más serio que hay, “no esa porquería del peronismo”, como dicen. Y así se le dan espacios a Macri, que demostró que los aprovecha. Macri es muy peligroso. Además tiene una cualidad de odio muy acumulada, que viene en parte de que sabe que no lo toman del todo en serio. Que haya dicho “a mí no me van a hacer una Carpa Blanca” es petulancia desde la violencia. Ahora tenemos que querer a Menem en el recuerdo; a Menem le hacían una Carpa Blanca y se la bancaba. ¡Mirá adónde nos llevó Macri!
–¿Y cómo proceder ante eso desde la filosofía y la literatura?
–La filosofía es comprometerse, la literatura también: o te comprometés o te comprometen. Y lo mejor es comprometerse lúcidamente. No creo que la literatura no tenga nada que ver con la realidad. Te alzan los impuestos y ya te jodieron la escritura o las ganas de escribir. Creer que con esta realidad uno puede abstenerse es medio inmoral. Tampoco hay que creer que uno pueda hacer mucho. Pero lo que pueda hacer, tiene que hacerlo.
–¿Qué diferencia podría establecer entre el desencanto y el nihilismo?
–El nihilismo es autodestructivo, cuando se considera que ya no puede haber causas en las que valga la pena comprometerse. En la frase de Benjamin, él cree que vale la pena mantener su esperanza por los desesperados. Pero él sabe que hay desesperados porque tiene la sensibilidad de recibir ese dolor. Hay muchos que se pertrechan tan bien contra el dolor que ni siquiera lo perciben. No creo en un nihilismo que implique un desdén hacia la vida. La vida es lo primero y conservarla es un dictum moral que implica el compromiso de cada uno contra la violencia, contra la injusticia y contra lo no democrático... Es notable que un tipo “medio loco” como yo haya escrito 43 libros. Mi gran respaldo es la escritura. Si no tuviera en mi vida la gran pasión de la escritura, no hubiera soportado todo lo que me pasó.