Una mujer pierde a su hijo adolescente en un accidente ferroviario y desde esa tragedia en primera persona despliega la red que une su historia familiar a las vías del tren. En su primera novela, Vías de extinción, editada por Mandrágora, Ana López reconstruye las voces de sus antecesores, unidas a los pueblos de provincia y a los relatos familiares.
Del proceso de escritura, de la recepción de la novela, de los temas como el dolor y la memoria, habla la autora con Las12 en esta entrevista. Ana nació en Buenos Aires, es licenciada en letras, trabaja como docente en diferentes universidades y es dueña de la librería Suerte Maldita, en el barrio de Palermo. Finalista del premio Rulfo en 2011, publicó el libro de relatos Tic Tac en 2019 y el poemario Y en 2020.
¿Cómo nació la idea de la novela?
--La novela parte de una imagen: la vía en la que el hijo de la narradora falleció ya no existe, porque el tren pasa ahora por un puente elevado por encima de donde antes estuvo esa vía. Esa imagen, la de la vía ahora muerta y la del hijo muerto son las que articulan la novela, que está organizada en torno a ese tendido ferroviario, que la habita, con mayor o menor protagonismo, pero que es omnipresente en el recorrido que se plantea la trama y que ensambla las vías con la memoria familiar, pero también con una suerte de diálogo entre lo que pasó y no se puede reconstruir y el afán de recordar, de sostener una genealogía provisoria, de la cual se desconfía constantemente. A mí siempre me interesa mucho esa idea de la imposibilidad de saber cómo fueron las cosas, esos momentos en que somos repentinamente conscientes de que algo en el relato familiar hace agua: en ese cruce, atravesada por la muerte del hijo, se construyen las historias que dan unidad a la novela.
¿Cómo fue el proceso de escritura?
Fue un proceso lento. Durante mucho tiempo solo estuvo escrito el capítulo 1 y de los demás (que por cierto eran muchos más en el plan original) había un sinfin de notas amontonadas: lugares, estaciones, líneas de ferrocarril, anécdotas familiares. Tiene un poco que ver con mi manera de escribir esa idea de acopio de escenarios, de historias; un primer momento que es más del pensar que de la materialidad de la escritura propiamente dicha. La novela tardó bastante en encontrar su forma, en componer los engarces que organizan su estructura en principio fragmentaria, pero que construye, de algún modo, esa historia familiar, o algunos de sus restos. Yo nunca quise imaginarla como una novela de duelo, más allá de lo que le sucede a la narradora, e hice un ejercicio muy consciente para escaparle al golpe bajo: siempre digo que me interesaba conseguir una historia que tuviera que ver con la sensibilidad y con la memoria, pero no con la victimización. Cuando la estructura estaba más o menos clara en mi cabeza y había algunos capítulos terminados en sus primeras versiones, recurrí a José María Brindisi para que acompañara el proceso y si Vías de extinción encontró su cauce es, sin ninguna duda, por el trabajo profesional y con paciencia que hizo José en cada una de sus lecturas rigurosas, amorosas y a la vez inclementes a las que siempre voy a estar agradecida.
¿Cómo fue trabajar con Mandrágora que también recién está naciendo?
--Fue un trabajo realmente muy hermoso: para mí es un orgullo enorme que Vías de extinción inaugure una editorial independiente nueva, con un proyecto tan interesante. Fue para mí sumamente enriquecedor el trabajo con el texto que hice junto con Carolina Silbergleit y Flor Monfort, sus editoras, en encuentros en los que el texto encontró su forma final y en donde en todo momento se trató con cuidado y respeto aquello que ya existía. Hay un aura muy estimulante en lo fundacional, de lo que me encanta ser parte. Me imagino con emoción diciendo: “Yo a Mandrágora Editora la conocí de chiquita”, porque vi muy de cerca una parte importante de esa construcción tan sólida que hicieron desde el inicio y que sé que van a sostener en el futuro. Tengo, además, el privilegio de saber un poco de las publicaciones que se vienen y eso hace que el privilegio de integrar ese catálogo con su primer libro se sienta todavía más intensamente.
¿Cómo está siendo la recepción de la novela?
--Estamos muy contentas con la recepción que está teniendo, las devoluciones, las lecturas que recibimos hasta ahora. Siempre me parece una fiesta que lo que una escribe se encuentre con lectores y lectoras reales, por afuera del mundo personal tan cercano y amable, que apreciamos infinitamente pero que imaginamos un poco más piadoso. Así que ver el libro en la calle, charlar con librerxs que leen y recomiendan, y escuchar sobre todo a esxs lectores y lectoras auténticos es un poco la hora de la verdad: un momento de vértigo inusitado y feliz.
¿En qué estás trabajando ahora?
--Estoy escribiendo otra novela, pero está en etapa inicialísima, así que todavía es muy embrionario todo como para saber qué quedará de lo que en este momento es puro borrador, que por otra parte es mi momento favorito de la escritura. Apenas tenemos una mujer, un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires, una Sociedad de Socorros Mutuos y un hombre en silla de ruedas. Lo demás, está todo por escribirse, así que veremos sobre qué vías se monta esta vez.