En el Palais de Tokyo, en París, acontece por estos días la primera gran retrospectiva que Francia dedica a la artista contemporánea Miriam Cahn. Ma Pensée Sérielle (“Mi pensamiento serial”), tal el nombre de esta exposición, reúne unas 200 piezas que abordan algunas de las principales obsesiones de esta suiza de 73 años que, durante cuatro décadas, “ha expuesto sin filtros el sufrimiento y las tragedias humanas, en particular la violencia contra las mujeres y las violaciones de los derechos humanos cometidas en zonas de conflicto bélico”, en palabras de las curadoras Emma Lavigne y Marta Dziewanska, que resaltan cómo MC pone en foco a quienes habitan en los márgenes, convirtiendo su arte en una caja de resonancia de -antes- la Guerra del Golfo y las crisis en Medio Oriente y África; de -hoy día- la invasión a Ucrania y el drama de los refugiados en las fronteras europeas, por poner algunos ejemplos.
“Aquí no hay obras maestras exhibidas para satisfacer la demanda del mercado. No hay gestos monumentales. No hay jerarquías entre trabajos. Son imágenes de apabullante actualidad geopolítica que testimonian, resisten, encarnan… Se combinan en una narración cíclica e infinita, en piezas que no aspiran al balance: buscan capturar la intensidad y el caos del mundo, colgadas sin marco, sin protección, como cuerpos indefensos esparcidos en el espacio”, añade la dupla en la extensa y cautelosa guía de la exposición, donde ofrecen claves para entender una sucesión pictórica que no da tregua.
Finalmente, los ambiguos cuerpos que Cahn esboza, sea en pequeño o gran formato, sea a través de pintura al óleo o dibujo al carboncillo, “cargan con la violencia del mundo del que ella es sismógrafa desde hace añares”, acorde al rotativo Le Monde. Casi podría decirse que son presencias fantasmagóricas en realidades inciertas; vulnerables y, a la vez, hostiles, capaces de conmover y aterrar simultáneamente. Opinión que, por cierto, también parece compartir la crítica española Ángeles García, que escribe para El País que el trabajo de Miriam no es fácil de contemplar: “Sus composiciones llaman la atención por la sorprendente mezcla de colores y rostros con cuencas vacías. Retratan situaciones que hielan el corazón. Es lo que ella busca: describir el horror sin paliativos”.
No es casual entonces que el Palais de Tokyo dé la bienvenida a la muestra con pertinente aclaración: algunas obras podrían ofender la sensibilidad del público. Algo que, dicho sea de paso, efectivamente ha ocurrido con una muestra que ha tenido su cuota de polémica. Ha sido por un cuadro en particular, que acaparó la atención de la opinión pública, eclipsando el resto de obras que expone la galería y que, acorde a la misma Miriam, está motorizado por la rabia… De hecho, muy consciente de su situación privilegiada, esta mujer que actualmente vive y trabaja en una comuna alpina, Stampa, en un singular estudio brutalista que diseñó junto al renombrado arquitecto Armando Ruinelli, a pasos de las montañas, asevera: “Como artista, hay que estar en constante estado de rebeldía. Puede sonar vintage, pero es lo que considero correcto”.
La pintura en cuestión se titula Fuck Abstraction!, y muestra cómo un verdugo musculoso y sin rostro obliga a su víctima -arrodillada y maniatada- a practicarle sexo oral, mientras sostiene por la cabeza a otra figura agachada, humillada. Con crudeza, la obra denuncia -según Cahn- la masacre acaecida en la ciudad de Bucha durante la invasión de Rusia a Ucrania el año pasado, y pone en primer plano “la violación como arma de guerra”. “Lo he escrito y lo he dicho: no hay niños en la pieza”, ha tenido que salir a aclarar la artista sobre las figuras violentadas, explicando que “el contraste ambas siluetas representa el poder del opresor y la fragilidad del oprimido”, no una diferencia de edad.
Aunque la libre interpretación es sumamente importante para Cahn -que suele participar muy activamente del armado de sus exposiciones, entendiendo que sus obras “son como palabras que combino como lo haría una escritora o una poeta”-, si ha salido a explicar es para hacer frente a una campaña de desprestigio en su contra fogoneada por el partido de ultraderecha Rassemblement National (RN), que lidera Marine Le Pen y que tachó a la pintura de pornografía infantil y apología a la pedofilia. Logrando remover tanto el avispero, dicho sea de paso, que ha generado una enorme ola de antipatía entre detractores iracundos que, además de juntar firmas para que la obra fuera retirada del museo, llevaron el caso a la Justicia en dos instancias, deliberado intento de censura que resultó infructuoso. Después de todo, ni el Tribunal Administrativo de París ni el Consejo de Estado cedieron ante la presión mediática inflada por las redes sociales, posicionándose a favor del Palais de Tokyo y de Miriam Cahn al comprender que, además de denunciar crímenes de lesa humanidad, la pieza está destinada a un público adulto e informado.
Asimismo, la suiza ha recibido el apoyo irrestricto de museos y galerías franceses; también de la ministra de Cultura Rima Abdul Malak que, sin pelos en la lengua, se plantó contra el RN diciendo que habían montado un burdo truco propagandístico que sacaba de contexto la pintura. “Sí, el arte puede escandalizar, puede cuestionar, a veces puede suscitar incomodidad, incluso asco, pero la libertad de expresión y de creación está garantizada por la ley”, fue rotunda esta funcionaria, que días atrás acudió rauda al Palais de Tokyo de cara a no tan inesperado corolario…
Y es que el pasado domingo un varón de 81 años ingresó, a escondidas, un botecito de pintura púrpura que utilizó para salpicar Fuck Abstraction!, dañándola irreversiblemente. En un principio, se dijo que el hombre actuó por motu proprio y que no tenía vínculos con el reaccionario partido ni con ninguna otra asociación. Más tarde, trascendió que en verdad se trata de Pierre Chassin, un exdiputado electo del Frente Nacional, como antes se llamaba el RN, que ahora enfrenta una potencial pena de 7 años de prisión y 100 mil euros de multa por el gesto vandálico. Gesto que el mismísimo Emmanuel Macron condenó abiertamente, recalcando que “atacar una obra es atacar nuestros valores. En Francia el arte es siempre libre”. Por lo demás, Le Pen se lavó las manos, dijo que el hombre se mandó solo; y Fuck Abstraction! no fue retirada de la sala: a pedido de Cahn, permanece donde siempre, con sus manchones.
“Una exposición es una obra en sí misma”, manifiesta esta hija de los 70s que lee su trabajo en clave performática desde sus inicios, cuando se paseaba por las noches interviniendo puentes, muros y pasajes subterráneos con dibujos y proclamas, hechos a la velocidad del rayo. “Creo en lo inmediato más que en lo eterno”, revela esta mujer nacida en Basilea en 1949, en el seno de una familia de refugiados judíos que huyeron a Suiza en la década de 1930 escapando de los nazis, que efectivamente vuelca su ideario en imágenes: rara vez dedica más de dos sentadas a una obra, y en cada ocasión no supera las tres horas de labor, que es el tiempo que puede permanecer concentrada e inmersa en su trabajo. Y es que, tal cual ha compartido en alguna que otra ocasión, a ella le parece tan importante dedicarle unas horas a la cocina, a caminar por las montañas, a hacer jardinería, a leer varios periódicos cada mañana o uno de esos thrillers que tanto le encantan, que ha pintar.
Cabe mencionar que Cahn todavía era estudiante en la Gewerbeschule cuando se involucró en el movimiento feminista, antinuclear y pacifista. “La guerra es parte de mi historia familiar”, dice esta artista alta y un poco parca, que creció en un hogar próspero y culto. Su padre era comerciante de arte y antigüedades; su madre, una ama de casa que le enseñó sobre música y dibujo. Después de estudiar artes gráficas en el Basilea College of Applied Art, Miriam trabajó como profesora, pero al cabo de unos años quiso probar suerte como artista…
Sobra decir que mal no le ha ido: desde fines de los 70s expone, y ha sido invitada reiteradas veces a participar, por ejemplo, de Documenta y de la Bienal de Venecia, además de ser celebrada con muestras monográficas en el Museo Reina Sofía, el Kunstmuseum Bern, el Museo de Arte Moderno de Varsovia, etcétera.