Anahí sonríe tímidamente, bella, con esa flor clara que adorna sus cabellos negros y un ramito entre sus manos, en un jardín, posiblemente del sur del conurbano. En otra foto la vemos sonreír con la boca más abierta, y deja ver sus dientes blancos, ordenados. Esta vez mira a la cámara. Muchas de las personas que lagrimeamos el viernes a la noche cuando supimos que era de ella ese cadáver desenterrado en la reserva de Santa Catalina, y nos dormimos angustiadas, la conocimos a Anahí sólo por esos flyers que la buscaban. Esos miniafiches que nos acostumbramos a recibir por Whatsapp, a circular en nuestros grupos, a postear en FB y en Twitter, casi semanalmente. Las pibas desaparecen. Y las familias las salen a buscar, armando redes de amistades y conocidos en alianza con organizaciones sociales y de mujeres que acompañan, para que la búsqueda llegue a los medios y se potencie la difusión. La palabra “desaparecido” se resignifica en esos flyers en femenino.
Algunas de las chicas que buscamos vuelven. Aparecen. La movilización colectiva es fundamental. Las circunstancias no son siempre las mismas. A veces son redes de trata que las seducen y captan. Otras, vuelven en bolsas de basura.
En julio hubo un femicidio cada 23 horas: 25 mujeres fueron asesinadas por ser mujeres y además se contabilizaron 7 femicidios vinculados (de hombres, niños, niñas y mujeres), de acuerdo con el registro de Mumala. No recuerdo los rostros de todas. Los repaso en notas periodísticas. Ahí están, con sonrisas como la de Anahí, posando para la selfie, algunas con un bebé en brazos. La mayoría fue asesinada a manos de su pareja o ex pareja, como marca la tendencia desde que se cuentan los femicidios en el país. Generalmente el autor es conocido de la víctima. Machos que se apropian de esos cuerpos cuando no aceptan que un no es no, que las mujeres tenemos autonomía y decisión propia. Hay una trama común que convierte a cada caso en parte de una secuencia, que parece no tener fin: la violencia machista, cuyo caldo de cultivo –no me voy a cansar de repetir– es la discriminación histórica de las mujeres en la sociedad.
Hay otra foto de Anahí, la última que circuló el viernes cerca de la medianoche, sin flyer, solo su retrato –porque sabíamos que ya no la búscabamos–, donde se ve su rostro iluminado, marchando segura, con una pancarta muy potente. Es una pintura, seguramente propia, pegada sobre un cartón rústico y sostenido con un palo de escoba. Hay una brazo alzado, con un lápiz grueso entre un puño cerrado. “Las balas que vos tiraste van a volver”, dice el cartel. La imagen fue tomada el 19 de mayo, según contó su autor, durante una marcha con estudiantes, para repudiar la violencia policial, luego de que agentes uniformados de la Bonaerense ingresaran ilegalmente al edificio de su escuela, el ENAM de Banfield, para arrestar a dos jóvenes. Se la ve decidida, segura, con los cabellos sueltos, el buzo azul con el escudo escolar, un pañuelo al cuello de tonos violetas: parece que nada puede detenerla.
Hace más de diez años que cubro femicidios en PáginaI12. Siempre me conmueven. Algunos, por distintas razones, me tocan más que otros. El de Anahí me afectó en lo profundo. Tal vez porque era una piba del barrio en el que me crié y crecí en la adolescencia, tal vez porque caminé por las mismas calles que ella, porque vivía a pocas cuadras del ENAM, tal vez porque iba al mismo parque de Lomas a correr o juntarme con amigos, tal vez porque veía en ese rostro radiante, el que conocimos por las fotos de esos flyers que la buscaban, a una chica inquieta, sensible, tal vez porque me hizo pensar en mi hija, Cami, que todavía tiene 11 pero pronto tendrá 16. Y ya vuelve sola del cole, seis cuadras caminando hasta casa. Hoy esas libertades que queremos darles a nuestras hijas para que aprendan a crecer con autonomía, a ganar seguridad en el espacio público, se ponen en cuestión más que nunca por ser mujeres. No queremos encerrarlas. Queremos que el Estado, los gobiernos nacional, provincial, local, garanticen que siempre vuelvan a casa.
Cierro los ojos y pienso en esa mamá que no pudo darle el beso de las buenas noches a Anahí como yo se lo di a Cami, que hace días no la encuentra en su cama, que la tuvo que reconocer en una morgue, que no la va a poder abrazar más. Pienso en esos machos que se apropian de los cuerpos de las pibas, se las llevan, las matan y las tiran. Pienso en esos maridos o novios o ex parejas que aniquilan. Pienso en un Gobierno que se desentiende de la educación sexual integral, la gran herramienta federal para desarmar esta cultura machista que nos atraviesa y es la apuesta a largo plazo. Pienso en las demandas repetidas por falta de respuestas, desde la primera marcha de Ni Una Menos, cada vez que tomamos la calle para decir, con hartazgo y bronca, basta a los femicidios. Pienso y lloro.