Soy negra y afirmo mi derecho a la existencia. Afirmo mi derecho a lo imbricado de mi cabello rizado, a la oscuridad de mis labios, a la implacable negritud de mis codos, a la visible oscuridad del borde de mis dedos. Así escribe poesía, “cuando me rompo”, aclara, la caraqueña Esther Pineda, socióloga, doctora en Ciencias Sociales, egresada de la Universidad Central de Venezuela y autora del flamante libro de Prometeo Editorial, Ser afrodescendiente en América Latina. Racismo, estigma y vida cotidiana.
Escritora y feminista, son destacados sus aportes a los estudios sobre la mujer y la discriminación a las personas negras. Pineda encaró en sus investigaciones el tema de la hipersexualización de las afrodescendientes, acuñó el concepto de violencia estética y es la principal exponente de la idea de endorracismo, es decir la discriminación ejercida por los sujetos racializados contra sí o contra pares del mismo origen étnico.
Tiene 37 años y nació en un hogar “muy tranquilo y amoroso, éramos solo tres: mi mamá, mi abuela y yo. Ellas, maestras precarizadas; me amaron y sobreprotegieron. Mi casa fue un lugar seguro cuando me segregaron. En la escuela viví el racismo, muy naturalizado –y negado- en mi país. Nadie interviene y si bien es reproducido por niños y adolescentes, hay docentes que lo propician. Me encantaba estudiar, pero disfrutaba más de las vacaciones porque durante esos meses no me hacían bullying.
¿Compartías tu dolor?
--Era solitaria, no tenía hermanos ni familia cercana de mi edad, siempre estaba jugando, pintaba acuarelas, cosía muñecos siguiendo patrones de revistas y veía mucha televisión - por eso sé el impacto que tienen los medios en la construcción de los imaginarios sociales-. Cuando entré en la universidad, me mandaban a leer un libro y leía cinco (risas).
¿Cuáles fueron las primeras situaciones de discriminación que padeciste?
--Cuando tenía 5 años un vecino adulto me dijo: “Eres muy negra, dile a tu mamá que te bañe con cloro”. No entendí mucho, pero supe que algo estaba mal y nunca se me olvidó. A los 9, volvía con mi mamá de hacer compras y dos varones y una chica me gritaron: “¡Maldita negra!”. Se rieron y siguieron caminando con total tranquilidad. Nadie en la calle se sorprendió ni se nos acercó; mi mamá me cubrió de bendiciones y me dijo que esos chicos eran violentos e ignorantes. Entendí que mi piel negra era vista como un problema, marcaba una desigualdad, que no había notado. Para mí, hasta ese momento, la diversidad era normal, al provenir de una familia multirracial -como muchas de clase baja en Latinoamérica- y al crecer con una mamá y una abuela blancas.
¿Reconocés aspectos racistas en vos?
--Las personas racializadas podemos ser endorracistas, lo cual es el autodesprecio y rechazo hacia nuestra herencia y pertenencia étnico-racial, a nuestro fenotipo, color de piel y a quienes se ven como nosotros. Esto ocurre como consecuencia del racismo, que nos convence de que somos inferiores, menos capaces, menos atractivos. Son ideas que internalicé durante mi adolescencia y que pude deconstruir cuando de adulta comencé a investigar y entender el racismo.
¿Por qué decidiste dedicarte a los estudios sobre la mujer?
--Por mi propia historia, me hice feminista a los 20 años, cuando no era tan popular como ahora. Llegué buscando información sobre las desigualdades entre hombres y mujeres, veía cosas incómodas, que me ponían en desventaja. En la universidad, si un varón hablaba equivalía al futuro de la sociología, si hablaba yo me consideraban altanera, soberbia o agresiva. Un novio me criticaba por leer y por mi imagen corporal. Me decía que alisara mi cabello y que me operara los glúteos. Todos me preguntaban si me iba a casar y tener hijos, pero yo quería otra cosa. Leí sobre feminismo, incorporé esa perspectiva en mis trabajos y dejé a ese novio. Cada vez siento más pasión frente a las problemáticas que afectan a las mujeres. Buscando respuestas para mí, las inquietudes se volvieron colectivas.
¿Hacés trabajo de campo?
--No hago el clásico trabajo de campo que está instalado en el imaginario colectivo. No voy a una comunidad indígena o a una villa a observar un “objeto de estudio” porque la gente no es un objeto. Estudio realidades en las cuales estoy inmersa, dinámicas comunes a la mayoría. Basta con escuchar conversaciones en el transporte, ir al mercado, abrir un diario, prender la televisión y leer las redes sociales. Sí, trabajo con estadísticas y testimonios mediante la entrevista presencial, los cuestionarios electrónicos (los cuales suelen ser muy efectivos para recolectar información de experiencias dolorosas y traumáticas como el acoso sexual, la violencia machista, la violencia estética o el racismo, porque la persona consultada al no estar frente al entrevistador se siente más libre para hablar). Trabajo mucho también datos de femicidio y brutalidad policial, y sistematizo casos reseñados en la prensa. Los testimonios más duros son de gente que sufrió racismo y violencia estética, discriminaciones que se ejercen sobre la base del cuerpo. La imagen y la piel marca de una forma muy cruel y permanente.
¿Por qué la mujer es la gran sometida universal?
--Porque se mantiene la idea de que es inferior al hombre, que es un objeto (sexual, de consumo, de reproducción), de su propiedad. Mientras esas concepciones no cambien seguiremos expuestas y sometidas a la desigualdad, la discriminación y la violencia sexista. Cuando una mujer demuestra que no es así los machos se sienten desafiados, confrontados, atacados, y reaccionan con violencia verbal, psicológica, sexual y física, para “ponernos en nuestro lugar”. La crueldad suele incrementarse en periodos históricos en los que las mujeres logran romper con los códigos tradicionales, generar cambios, liderar, tener conocimientos, prestigio, poder. El femicidio es un mecanismo de neutralización de los intentos de emancipación e independencia de las mujeres.
¿Sos optimista o pesimista respecto al futuro del género?
--El escritor y político checo Václav Havel decía “Esperanza no es lo mismo que optimismo. No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte”. Yo soy una esperanzada. La persistencia de la violencia, la profundización de la crueldad de las agresiones sexistas, la impunidad institucional y judicial, y la indiferencia social me mantienen realista, consciente. No fantaseo con soluciones mágicas, no repito consignas prometedoras, ni aseguro que lo que nos afecta va a desaparecer y vamos a ser libres, felices, seguras. Sí, me esperanzo en que nuestros esfuerzos valen la pena, que cada pequeño cambio suma y produce transformaciones más grandes, algunas más rápido y otras que no veremos.
¿Creés que ha habido una evolución en la calidad de las relaciones sociales o estamos igual o peor que hace miles de años?
--Hemos avanzado, si no esta entrevista no tendría lugar. Tú no serías periodista, estarías en casa cuidando quien sabe cuántos hijos, sin educación, sin derechos, y yo como mujer negra no tendría un doctorado ni sería escritora. Me hubieran vendido, esclavizado, violado, obligado a amamantar a los hijos de mis opresores. Pero los cambios han sido para algunas, no para todas, y en algunas partes del mundo, en algunas zonas de nuestros propios países, otras mujeres siguen viviendo eso que parece una lejana pesadilla histórica.
¿Qué es para vos la belleza?
--La belleza radica en la diversidad del tamaño de los cuerpos, de colores de piel, de edades, de texturas de cabello, de facciones y, sobre todo, en la libertad, comodidad y seguridad de habitar esa diversidad. Esa variedad ya existe, no está en la televisión ni es lo más visto en las redes, pero la veo en la calle. El problema es que nos han convencido tanto de que la belleza es una sola, y la mayoría habita la diversidad con vergüenza, malestar, dolor.
¿Por qué lo que nos atrae o repele de una persona está en la superficie de su cuerpo y no en otro tipo de valores?
--Nos han enseñado durante siglos que lo más valioso de una persona es cómo se ve, cómo luce, antes de cómo es, su calidad humana o sus contribuciones a la sociedad; frases tipo “cómo te ven te tratan” están normalizadas; ideas alimentadas a través de las narrativas de las series y telenovelas donde las y los “bellos” se presentan como exitosos, populares y merecedores de atención y amor, mientras que las y los “feos” son fracasados, solitarios, excluidos y rechazados.
El modelo dominante es una construcción europea, de los países centrales, impuesta al resto del mundo. ¿Tiene que caer el sistema capitalista para que se desmorone ese ideal de belleza y emerja uno nuevo?
--La génesis de los ideales de belleza están en el patriarcado, son previos a que exista el capitalismo. Lo que hizo este sistema socioeconómico es masificar, bombardearnos con esos paradigmas y ponerlos al servicio de la multimillonaria industria de la belleza.
¿Hay alguna especificidad latinoamericana en el maltrato a la mujer?
--Es difícil reducir la violencia machista en la región a un solo tipo. En América del Sur la forma predominante suele ser la íntima, ejercida por la pareja o ex pareja; en Colombia está muy presente la violencia sexista de carácter político con las agresiones y asesinatos de mujeres líderes comunitarias, mientras que en países centroamericanos como México, Guatemala, El Salvador y Honduras existen altos índices de violencia sexista ejercida por el crimen organizado como pandillas y narcotraficantes que participan de las violaciones, desapariciones, explotación sexual y femicidio. Es evidente es que en ninguno de nuestros países estamos seguras.
Vos relacionás la belleza con la muerte…
--Muchas mujeres han muerto por la realización de cirugías y procedimientos estéticos, o como consecuencia de enfermedades producidas por ellos; por ejemplo, durante la realización de liposucción, lifting brasileño o lipo transferencia de grasa, por complicaciones con implantes mamarios, por cirugías bariátricas, por la aplicación de biopolímeros y la inyección de productos no aptos para uso médico. He escuchado a muchas decir que no les importa morir y están dispuestas a correr ese riesgo con tal de obtener la ansiada belleza estereotípica.
¿Seguís sintiendo racismo en carne propia?
--Lo viví y lo vivo aún, es algo que te acompaña durante toda la vida, no importa la edad, el grado académico, profesión, posición económica, visibilidad pública o mediática. Aún hay gente que sujeta sus pertenencias si me ve muy cerca, tiendas en las que me vigilan. Me preguntan si soy dominicana o cubana porque si soy negra les parece imposible que sea venezolana. En otros países me hablan en inglés porque piensan que los negros sólo pueden venir de Estados Unidos o de África pero que “no son de aquí”, de América Latina. No puedo caminar rápido en la calle o en un aeropuerto sin que me pare la policía a preguntarme adonde me dirijo. Si estoy comprando, otros clientes me piden despacho o servicio a mí, me siguen insultando por negra en las redes sociales. La diferencia es que ahora tengo consciencia del racismo y he construido herramientas para gestionarlo y que no me afecte, pero me preocupa y sigo trabajando, no es un problema individual ni de autoestima. El racismo sigue tan presente como siempre y en este momento hay niños y adolescentes racializados que están viviendo racismo igual o peor al que yo viví. La sociedad debe transformarse.