“Equilibrar las energías, desdibujar los límites, llamar a la libertad y a la exploración colectiva”. De esa manera explica la cantautora entrerriana Noelia Recalde la propuesta del ciclo que realiza todos los jueves de mayo a las 21 en Cultural Morán (Pedro Morán 2147), con invitados diversos para cada función. Con la diversión y el delirio como lema, Recalde se encuentra presentando su segundo disco solista, Mi propia casa (2022), un trabajo más lúdico, rítmico y colorido que su antecesor, Palabra (2018). “Yo tenía la necesidad de explorar mi propia libertad y quizás en años anteriores no me di el permiso de tocar un cajón, grabar un bajo u ocuparme de sentar las bases percusivas de mi música”, explica la entrerriana. “Mi zona de confort estaba solo en la guitarra, en la voz y en la letra. Y el resto en otras oportunidades lo abría a otras personas pero en este caso, como estaba sola en mi casa, empecé a explorar y empezaron a aparecer necesidades tímbricas”, dice sobre este disco construido en cuarentena.

“A mí me gusta mucho lo percusivo y entonces me fui dejando llevar por lo que iba pidiendo la música y después Ariel Polenta (co-productor del disco) transformó todo el trabajo compositivo en una música con otras texturas, más tropical, más bailable”, amplía sobre este trabajo que recibió dos nominaciones en los Premios Gardel: Mejor Álbum Conceptual y Mejor Nuevo Artista. El ciclo abrió con An Espil y Lisandro Aristimuño como invitados y continúa con CUERPX y Martín Beckerman (11 de mayo), Nadia Larcher, Lula Bertoldi y Gabriel Spiller (18 de mayo), y Luciana Torfano, Fernando Samalea, Rayo a.k.a. Big Buda, Emi Larea y Jazmín Titiunik (25). “Siempre fui fan de los ciclos por varias razones”, introduce. “Por una cuestión de aceitar la banda y porque es una posibilidad genial para invitar gente. Siento que es una especie de festividad en un mes de estar encontrándonos todas las semanas, como si fuera un ritual, y que venga gente a decorar las canciones y enaltecerlas”.

Si bien su disco anterior estaba centrado en la guitarra y la voz, con una impronta más despojada, íntima y acústica, en esta nueva etapa de la artista su interés está enfocado en la exploración colectiva, instrumental y eléctrica. En vivo la acompañan Dolores Arce y Nicolás Echeverría en percusión, Ariel Polenta en teclas y programaciones, Nicolás González en guitarra eléctrica, Martina Pérez Cabrera en coros y sintetizador, y Rocío Galarza en coros. “Siempre toco sola, de todas maneras”, aclara. “Esa parte de solista se mantiene. Pero hay algo de lo colectivo que me sensibiliza mucho y me resulta muy nutritivo. Lo que sucede alrededor entre todas las personas que participan de esta movida genera cosas nuevas, como si fuera una acción política y una celebración alrededor de la música. Eso me parece alucinante. Además la banda tiene una alegría muy particular, un estado de ánimo que me gusta mucho y en estos tiempos hace falta convocar a la festividad y dar un poco de alegría”.

-¿Por qué te interesaba proponer ese juego en los shows, que en cada fecha el público y la banda asistan con un “outfit” distinto, por ejemplo?

-Porque vengo pensando mucho en la libertad y en las pequeñas satisfacciones cotidianas que tenemos dentro de la casa; porque también todo esto parte desde un disco conceptual que surgió a partir de estar adentro de una casa en un tiempo detenido. Entonces, a partir de ahí, por lo menos en mi exploración personal, apareció mucho eso. Empecé a tener ganas de que hubiera más colores, de buscar más libertad, más flexibilidad, más movimiento dentro del encierro que vivimos. Entonces, estuve pensando mucho también en desdibujar un poco los límites del escenario y lograr una fiesta entre ambas partes. Entre la gente que viene y la que ejecuta la música. Me divierte mucho el tema de las pilchas. Y empecé a pensar que eso podía ser un elemento de unión para equilibrar más rápido la energía. Creo que con la ropa sucede algo de ganar un territorio antes de que comience el concierto incluso. Y por otro lado es un arrojo total porque capaz la gente no quiere responder a eso y no entiende por qué lo estamos haciendo. Pero a la banda también le pasan cosas modificando el ropaje. Es como convocar a una entidad artística pero no necesariamente transformarse en otra cosa sino más bien liberarse hacia las posibilidades del arte y el delirio.

De alguna manera, Mi propia casa es una intimidad compartida, abierta, cercana. El concepto del disco tiene que ver con haberlo compuesto en tiempos de cuarentena, pero también con una construcción de uno a uno que viene realizando Recalde hace varios años. Una especie de código en común con el público. “Absolutamente”, confirma. “Pero también me encargué de escuchar a la gente que viene a los conciertos. Conozco más o menos el público sensible que viene, sé que son personas que resuenan con mi forma de ver el mundo. Entonces, me siento en paz ofreciendo algo nuevo a esa tribu aunque veces se pierde el uno a uno en el malón de gente, pero sí hay un código de ofrenda que se está formando hace varios años y que me deja a mí despersonalizada de la música. Estoy yo como persona ejecutando esto, pero la música es más grande y abarca a ambas partes. Entonces, me gusta que pase eso porque se percibe de esa manera y además el agradecimiento de la gente es muy franco y muy puro”.

-Hay una canción del disco Palabra, "Agua dorada", que resonó mucho, que conectó con el movimiento feminista y que también grabaste con Triángula. ¿Creés que para escribir canciones es importante tener una especie de radar, estar atenta al ánimo social del momento?

-Me parece que el arte en general va leyendo el contexto, eso es la cultura. Después, si hay oportunismo o no, ya es otra cosa. Porque si cantáramos sobre todo lo que hay que cantar en este momento estaríamos perdiendo varias batallas, porque hay muchas cosas sucediendo en el mundo que necesitan ser visibilizadas, cantadas y transformadas. Me parece que el arte tiene un movimiento muy libre sobre lo que va pasando en el contexto y en mi caso voy respondiendo a lo que me emociona, a lo que me moviliza a propiciar un momento de creación. Eso es mucho más grande que pensar "voy a cantar sobre esto ahora porque es necesario". No ha sido así nunca en mi caso. Fue muy movilizante para mí en ese momento ver las manifestaciones de las mujeres en la calle, porque venía del interior (Gualeguaychú) y no había movimientos políticos en la calle en aquel momento. Entonces, fue un impacto emocional ver eso, vivirlo, vivenciarlo, poner el cuerpo. Pero creo que es parte del trabajo de composición que tiene que ver con sostener la mirada en el contexto y estar alerta sobre lo que está sucediendo. Pero no por eso toda la música tiene que transformarse en una cuestión social o política.