Ha sido dicho que las clases dominantes necesitan, para perpetuar sus privilegios, innovar y revolucionar constantemente los medios de producción.
El capitalismo contemporáneo, exhibe esto de continuo y la rapidez con la que se producen los cambios tecnológicos genera impactos muy importantes en las subjetividades, modelándolas según los ritmos de consumo.
En efecto, la brecha en "incluidos" consumidores y los privados de casi todo se amplía cotidianamente.
La desigualdad y las injusticias sociales marchan a ritmo creciente y hasta devastador.
La emergencia de la llamada inteligencia artificial está generando debates acerca de la transformación en un futuro muy próximo sobre las formas de aprender y enseñar, sobre las características del mundo del trabajo y en diversos ámbitos.
Paradójicamente este conjunto de técnicas apuntan a poder adquirir autonomía de lo humano y hasta prescindir de ellos.
En sus investigaciones sobre esta cuestión y lo que llama "humanidad aumentada", el filósofo Eric Sadin plantea que los cambios y mutaciones de la era digital pueden derivar en un antihumanismo radical.
No solo miles de puestos de trabajo serán eliminados sino que la alteración en los saberes provoca interrogantes que inquietan.
Como señaló con acierto Georg Simmel en su ensayo La tragedia de la cultura hay una atrofía de la cultura subjetiva y una hipertropfia de la cultura objetiva.
Lo antedicho reafirma la posibilidad de un borramiento del pensamiento crítico, desplazado por un automatismo que no interpele a fondo la realidad social de violencias sistemáticas y explotación.
Al presente de múltiples incertidumbres se añade el acecho de innovaciones técnicas que lejos están de asegurar la emancipación humana.
Carlos A. Solero