Dentro del paraguas de los charlatanes modernos, se impuso una nueva forma de dejar asentado el complejo de superioridad social.
Hablo, precisamente, de los que buscan una subordinación con los nuevos recursos artificiales del conocimiento.
Es así que el fanfarrón analógico de los bares se ve amenazado por el nuevo militante del chat GPT, que muestra con convicción esta herramienta de la inteligencia artificial.
Por esa razón uno tiene que estar muy atento para no caer en la trampa de “mandar verdura donde se cultivan hojas verdes”.
Dicho en criollo conurbano, no quedar como un bocón sabelotodo, por el conocimiento superficial.
Siempre sucede que en el campo minado de los precios que uno debe pagar por tomar decisiones hay una góndola de aciertos y errores.
En esta época de habladores, lo que favorece a la información es mantener silencio y sacar conclusiones. Entonces, lo que se percibe pasó a ser un valor de la nueva información y cada vez es más valioso informarse a través de lo que uno siente, que por lo que uno lee o escucha en la inteligencia neutra.
El rejunte de mentiras y realidades siempre me da la verdad en la calle. Por ejemplo, esta mañana otoñal me hizo pensar en lo que dijo el lavador de autos que trabaja en cercanías de la cancha de Vélez:
--Un día voy a largar todo y el sistema me va a rogar que vuelva porque ya no hay cultura del trabajo-.
Pero en cambio, cuando uno supone que “largar todo” nos libera, en realidad nos vuelve a tomar para estar en la cola de una ferretería de Almagro odiando a la humanidad. Al mismo tiempo, caímos allí por una data equivocada del chat GPT donde se anuncia que en esa dirección hay una muestra sobre el diseño gráfico de la Unión Soviética, de principios del siglo XX.
En ese contexto me entero de imprevisto, con sumo aburrimiento, que todos caímos en la trampa para que nos emboquen con un curso online que te enseña a administrar las frustraciones de las emociones tecnológicas.
Después de una búsqueda, alguien de pronto apareció vendiendo café y aseguró ser discípulo de Pelé. Automáticamente los últimos de la fila, ya explotados de ira, lo tildaron de bocón como al chat GPT cuando, con el brazo tendido y tomando con las puntas de los dedos el vaso de plástico, se fue de boca.
--Yo puedo ser Pelé con solo mirar al cielo-- dijo, y nadie le contestó, al referirse al desborde de ansiedad que despierta la inteligencia artificial para las changas de la calle.
El combate cuerpo a cuerpo con la incertidumbre del mundo laboral nos convoca al hartazgo y sus circunstancias. En ese mismo sentido, hay récords de estímulos, durante el día, en la cantidad de veces que a uno se le ocurre pagar el precio de largar todo.
Quizás, la vida pasa por el costado mientras lo virtual nos estructura para estar deseosos de morir ahogados de información falluta.
Todo se pudrió a partir de un congreso para viajar y morfar de arriba, que organizó un grupo de académicos.
Ahí se planteaba que la princesa Sissi de Austria tenía problemas con la ingesta de dulces. Un fervor desconocido por averiguarlo hizo que más de uno de los asistentes le consulte al chat de asistencia al egocéntrico, y los resultados dieron una sorpresa. Hubo sobredosis de bocones que buscaban el aplauso de un prestigio artificial.
De pronto, saltó un buscador de respuestas fáciles a preguntas complejas, y ofuscado por tanta parafernalia dijo: --Todo esto es una gran falacia, como los viajes para las convenciones que nos ayudan a escapar de casa--.
Inmediatamente, una voz digital agregó: --No tires pálidas, con decir cosas lindas cualquiera tiene sexo asegurado-.
Desde ahí, cuando reflexioné sobre estos relatos que se experimentaban en la espera de un zoom, pensé para adentro: --Le debemos mucho al mundo artificial, que solo se nutre de lo perfecto, porque la época actual es insoportable-.
La búsqueda del prestigio, con la información GPT, ha lanzado la nueva plaga bíblica, y los próximos años pintan una tierra arrasada por los defensores del “todo ya”.
Pareciera ser que habría un tesoro sin explorar, en el chat GPT. Me refiero a que lo único que se recuerda durante toda la vida es lo que uno no puede decir ni expresar, pero está en la cabeza. Hasta ahora el mismo mundo aleatorio que sabe todo y supone una mente superior, no logra descifrar la verdadera información humana.
Eso nos indica que la inteligencia artificial enamora la ambición de querer ser superior por tener más información, pero no logra abordar, aún, el tesoro más preciado de una mente, la inteligencia emocional que está muy lejos de los bocones.
¿Será el próximo desafío de la era, la conquista de la inteligencia imaginaria?