Actualmente, las rejillas de las baterías viejas se entregan en parte de pago por las nuevas y se envían a las fundiciones. Allí se procesa el plomo, en un porcentaje, pero no el ácido. Un nuevo centro integral de reciclaje, permitirá recuperar de manera integral los tres componentes de las baterías. La  planta, que comenzará a funcionar la semana próxima, procesa y recupera un porcentaje mayor del plomo, el plástico para volverlo a utilizar en la fabricación de cajas y tapas y, lo más novedoso, recoge el ácido sulfúrico, algo que hoy no se hace en Argentina. De esta manera, la industria se vuelve totalmente circular, al reducir considerablemente su impacto ambiental y —por primera vez en nuestro país— lograr el reciclaje integral de los componentes principales.

El nuevo centro de reciclaje está ubicado a la vera de la ruta 50, en el acceso a la localidad bonaerense de Ayacucho y es propiedad de la firma Baterías Mateo. Desde hace medio siglo, la empresa es parte del paisaje de Ayacucho y el mayor empleador del distrito. Empezó en 1972 con una planta de ensamblado artesanal que creció gradualmente; luego se agregó una segunda planta de fabricación de rejillas de plomo. Entre las dos, emplean hoy a 400 personas. La planta recicladora, que insumió una inversión cercana a los 600 millones de pesos, realizada con capitales propios, incorporará a otras 100. 

El 98 por ciento de los trabajadores son oriundos de Ayacucho, la ciudad del centro-este de la provincia de Buenos Aires. Se encuentra a 270 kilómetros de La Plata y 300 de la ciudad de Buenos Aires y de acuerdo al censo 2022 tiene 22 mil habitantes. Es un distrito tradicionalmente ganadero. Integra la quinta sección electoral y su intendente actual es el radical Emilio Cordonnier.

El ácido, cuenta Lucas Mateo —segunda generación al frente de la firma—, no puede reutilizarse en baterías pero, como subproducto, es apto para su uso en otros procesos industriales. Por ejemplo, fertilizantes. Cuando la planta comience a operar, dentro de una semana, la industria se volverá totalmente circular. Las baterías ingresarán a una máquina que las tritura y separa por gravedad los componentes. El plomo se funde y el plástico se reduce a pellets; éstos luego se emplean en la fabricación de cajas y tapas. El ácido, que hoy se retira y neutraliza aunque no se recupera, se derivará a la industria de los agroinsumos. Argentina consume al año 4 millones de baterías, unos 50 millones de kilogramos de residuos. Asumimos la responsabilidad del total de los residuos que generamos, cuenta sonriente.

La economía circular es un paradigma que busca modificar la forma en que producimos y consumimos. Frente a la economía lineal de extracción, producción, consumo y desperdicio, su variante circular alienta un flujo constante, una solución virtuosa, en la que los residuos puedan ser utilizados como recurso que reingresa al sistema productivo.

Política industrial

A través de un convenios de colaboración, Mateo trabaja con la Universidad Nacional de la Plata en el desarrollo de prototipos de baterías de litio. Marcos Actis, decano de Ingeniería de la UNLP y director del Centro Tecnológico Aeroespacial, cuenta que "a través de ese convenio les brindamos asistencia técnica y transferencia de know how en baterías de litio. Empezamos por el ensamblado, pero el objetivo es que a mediano plazo puedan remplazar los componentes por desarrollos propios, como hicieron con las baterías tradicionales. Para eso solicitamos y obtuvimos juntos una línea de financiamiento del ministerio de Ciencia y Técnica para importar de China las máquinas para fabricar las celdas". La firma también está en conversaciones para alcanzar un acuerdo similar con Ytec, el instituto de investigación e YPF. Sin embargo, alerta Lucas Mateo: “nadie sabe qué hacer con los residuos de litio. Ese es el siguiente desafío”.

La industria de las baterías de auto ha sufrido vaivenes, pero menos que otras, porque una particularidad del producto la pone relativamente a salvo de la competencia global. “Las baterías contienen ácido, eso hace difícil que se transporten largas distancias, porque se evapora o pierde calidad y esa limitación logística hace que existan empresas regionales pero no globales. El mercado de las baterías de moto, que tienen un gel, que es otra tecnología, ya está dominado por chinos y coreanos. Con las de autos no pasa. Sólo competimos con Brasil”, afirma.

Aún con ese filtro a su favor, la historia del sector en las últimas décadas copia la curva general de la industria argentina. Tras una década del noventa muy compleja, en la que empresas brasileñas se instalaron en nuestro país —el caso paradigmático es el líder, Moura—, después de 2001 comenzó una etapa de recuperación y crecimiento.

En 2005, a partir de una fuerte inversión en tecnología, Mateo pasó de producir 20 mil unidades mensuales a 50 mil. Aún así, la industria nacional no llegó todavía a abastecer por completo al mercado interno. Ese sería sólo el primer paso. Para Mateo, “después se puede pensar en disputar los mercados chileno, uruguayo y paraguayo”. Sólo Argentina y Brasil tienen, en la región, una industria de baterías automotrices consolidada. Bolivia está en eso. Al respecto, sostiene que “esperamos políticas que defiendan los productos de la industria argentina, fundamentalmente en rubros como el nuestro, donde la integración es cien por cien nacional. Por lo tanto, esperamos que haya consenso respecto de la necesidad de proteger a los fabricantes argentinos, ya que cumplimos un rol importante porque podemos sustituir importaciones. Seguimos apostando a la industria porque es lo que sabemos hacer. Vemos un futuro ahí, en lo que es el trabajo y la industria”.

Mateo no evita “la” pregunta de los consumidores: por qué las baterías duran cada vez menos. “Las baterías mejoraron y mucho en estos años. Pero el auto se volvió electrodependiente. Antes, sólo había que arrancar un dinamo. Ahora tienen computadora, aire acondicionado y muchos otros accesorios que consumen electricidad y eso influye. Y el uso que se le da, claro”, responde, paciente.

Conflictos locales

Curiosamente, y al margen de las baterías, el ambiental es uno de los aspectos más cuestionados de la gestión de Cordonnier. La localidad cuenta con un importante basural a cielo abierto, promesas de saneamiento demoradas por años y que han generado pedidos de informes de la oposición en el concejo deliberante y denuncias de ante el ministerio de Ambiente de la Provincia, que encabeza Daniela Vilar. La concejal Sandra Davissan afirma que en el basural se descarta hasta residuos patológicos y que "la planta de tratamiento que se hizo es puro maquillaje, porque son muchos más los camiones que descargan en el basural que en la nueva planta. Apenas si hacen alguna separación de sólidos y el basural sigue creciendo".

Pero hay otro tema que es tanto o más preocupante que el basural. En diciembre de 2020, en una sesión a puertas cerradas, los concejales oficialistas aprobaron una ordenanza que permite fumigar a sólo 100 metros de escuelas rurales y viviendas. Entonces, los ambientalistas acusaron al intendente de aprobar una normativa "a medida del Colegio de Ingenieros Agrónomos", pero la norma igualmente prosperó. "Sigue vigente. No fue reglamentada pero igual fumigan. Al no estar reglamentada no hay autoridad de aplicación, no hay a quién reclamar y el municipio se niega a analizar el agua", cierra Davissan. 

El intendente no contestó ningún llamado de Buenos Aires/12.