Me dicen que seguir hablando de cómo nuestra sociedad desde que nacemos nos clasifica en hombres y mujeres a través, tal vez en primer lugar, del uso de los colores que nos corresponde según el género (de rosa y celeste), es una pavada, algo superfluo. Que hablar sobre los estereotipos de género atrasa y que hay cosas más importantes que eso, como las situaciones concretas de violencia, la gente que no tiene plata para comer o para poder acceder a la justicia, entre muchas otras cosas que me cuesta seguir oyendo.
Entiendo el planteo, entiendo el enojo y estoy de acuerdo en la gravedad de esas situaciones pero sé que los discursos, como lo han dicho muchos estudiosos antes que yo, tienen efectos concretos sobre los cuerpos y las vidas.
No es una violencia menor la violencia simbólica, son los ladrillos que se van apilando para sostener otras formas de violencia. Me preocupa el desconocimiento de esto incluso entre personas que trabajan en medios de comunicación, ámbito desde donde me llegó el planteo.
Vi la película belga Close, dirigida por Lukas Dhont, que trata la historia de dos amigos preadolescentes, Leo y Rami, muy amigos, que están todo el día juntos, duermen juntos, inventan juegos juntos, imaginan el mundo juntos, hasta que tienen que entrar en una escuela secundaria nueva.
Allí esa relación empieza a ser cuestionada. Unas chicas, entre risitas, les dicen/preguntan si ellos están “juntos”, si son novios, parejas o como quieran llamarse. Leo dice que no, se ríe, incómodo, pero la espina empieza a clavarse en él. Otro día, algunos varones le dicen si está tenso porque le bajó la menstruación. Insinúan que es gay y lo burlan por eso. Leo se siente acorralado y decide actuar. Ya no quiere dormir con su amigo. Se pelean por eso. Remi llora. Leo se aleja de Remi en los recreos mientras intenta integrarse al grupo de otros varones, que están siempre con una pelota y haciendo “juegos de varones”. Se anota en clases de jockey sobre hielo, un deporte en el que hay que ser bien fuerte, chocar, golpearse y bancarsela, como va aprendiendo por las indicaciones que recibe del entrenador y lo que su cuerpo vive. Remi le dice que tal vez él también se pueda anotar. Silencio.
Un día Leo decide no esperar a Remi en el punto desde el que siempre van juntos en bicicleta a la escuela. Remi, siempre callado, esta vez lo enfrenta. Le pregunta por qué no lo esperó y Leo intenta una excusa que ninguno de los dos se cree. Otra vez se agarran a piñas. En ese punto, Leo está completamente adaptado al lugar que le tiene reservado la sociedad a los varones, aún hoy, a pesar de quienes creen que hablar de rosa y de celeste es una antigüedad. Remi no se adapta.
Lo que sigue no lo voy a contar. Cualquiera que tenga sensibilidad de género o sensibilidad a secas puede imaginarse que la cosa termina mal, muy mal.
Es una ficción, dirán. Claro que es una ficción. Pero las ficciones son creaciones que nacen de algún lado y si resuenan o conmueven muchas veces es porque algo de esa historia no nos parece un disparate. Lo creemos porque se parece bastante a algo que conocemos o a algo que sabemos que pudo haber pasado o, por qué no, a algo que tememos que nos pase.
Close me recordó una noticia de hace unos meses de la que no se supo más nada después del primer impacto: las dos hermanas gemelas argentinas de doce años, que estaban viviendo en Barcelona y que se tiraron de un balcón. Una de ellas murió. O en realidad deberíamos decir él. La familia asegura que sufrían bullying por su acento argentino y que la situación empeoró cuando una de ellas se cortó el pelo, se vistió de varón y quiso que la llamaran Iván. O sea, se empezó a percibir como varón trans. Iván hoy está muerto. No quiero imaginar cómo está su hermana.