Para los argentinos, la presencia británica en nuestra región está asociada tanto con la usurpación de las islas Malvinas en 1833 como con la guerra de 1982. Sin embargo, estos dos acontecimientos cobran un sentido todavía más amplio en la historia y el presente del Reino Unido en América Latina y El Caribe y, aún más, en momentos en que se celebra la coronación de un nuevo rey.
El palo y la zanahoria
Por lo general, la actuación británica apeló a una combinación de acciones militares con una fina labor diplomática, siempre con el objetivo de favorecer el comercio y el libre mercado.
En un primer momento, durante los siglos XVII y XVIII, el centro de interés del Reino Unido estuvo en las islas del Mar Caribe y en establecer un territorio propio en Centroamérica. Con corsarios, piratas y filibusteros como Francis Drake, la Corona inglesa no dudó en rapiñarle a España varias posesiones coloniales, en tanto que en 1620 estableció una base propia con el artificial “Reino de Mosquitia”, en tierras que hoy pertenecen Nicaragua y Honduras.
Sin embargo, ya desde fines del siglo XVIII, Gran Bretaña pareció obsesionarse con el sur del continente, aprovechando la debilidad del imperio español. Si bien fracasó al intentar tomar por asalto a Buenos Aires en dos oportunidades en 1806 y 1807, su presencia en el Río de la Plata alimentó tanto el contrabando y, finalmente, el deseo de acabar con todo tipo de sujeción colonial.
Londres y los procesos indepedentistas
Londres incrementó su presión durante los procesos independentistas, favoreciendo en algunos casos los reclamos liberales y antimonopólicos, pero también incentivando discordias y divisiones internas que contribuyeran a fragmentar los intereses de los grupos y sectores dominantes frente al temor constante a las ideas de integración en una naciente Latinoamérica.
En 1826, junto con Estados Unidos, maniobró para frustrar el primer Congreso Anfictiónico que sesionó en Panamá convocado por Simón Bolívar. En rechazo a un acuerdo comercial de índole regional, los delegados ingleses tuvieron éxito al plantear distintos tratados bilaterales.
El objetivo disolvente se profundizaría cuando, al aprovechar los desacuerdos con los porteños, Londres promovió la independencia de la “Banda Oriental”, ya que para sus objetivos comerciales era inconveniente que un mismo gobierno controlara ambas márgenes del Río de la Plata.
Política de fragmentación
Inglaterra consagraría su política de fragmentación con la ocupación de las islas Malvinas en 1833, a las que, sin embargo, ocho años antes había reconocido como parte de las Provincias Unidas, en lo que fue el primer tratado de comercio y amistad entre Londres y Buenos Aires.
Mientras tanto, la Corona ofrecía sus amplios recursos para financiar a gobiernos que acababan maltrechos después de años de guerras de independencia y de enfrentamientos civiles. Fue el origen de las eternas deudas externas que terminaron encadenando a los nacientes estados a la voluntad de poderosos actores externos como, ejemplo, el Barings Bank.
Territorio en disputa
En la constante búsqueda de nuevos territorios, en 1841 el gobierno de José Antonio Páez denunció el avance de la Guyana británica en territorio venezolano en lo que fue el inicio de la disputa por la rica región del Esequibo. El gobierno inglés adulteró los mapas trazados para demarcar los límites entre ambas naciones y, pese a la firma de un acuerdo de paz, Gran Bretaña avanzaría sobre el territorio en disputa entre 1859 y 1863, en el contexto de la guerra civil venezolana.
Una vez más, la acción militar británica se impondría en 1845, en la Batalla de la Vuelta de Obligado. Esta vez en alianza con París, Londres intentó forzar la “libre navegación” del Río Paraná para, de ese modo imponer nuevos mercados por la fuerza.
En 1861, ante la imposibilidad de asumir el pago de su deuda externa, el Reino Unido, junto con Francia y España anunciaron su intención de enviar tropas a México. Pese a que el gobierno de Benito Juárez finalmente aceptó el pago bajo presión, la alianza militar se hizo presente en Veracruz en 1862. Ya sin sus aliados, Francia inició su guerra de conquista en tierra mexicana.
Doctrina Monroe
En 1895 recrudeció el conflicto entre Venezuela y la Guayana británica. El presidente Joaquín Crespo apeló a la Doctrina Monroe y solicitó la mediación de Estados Unidos. De manera espuria, el caso se resolvió a favor de Inglaterra en el Laudo Arbitral de Paris de 1899. A cambio, Londres dio libertad de acción a Washington en Centroamérica, entre otros objetivos, para la construcción de un canal interoceánico en Nicaragua.
En 1902 Venezuela fue nuevamente objetivo del imperialismo cuando un conjunto de barcos de guerra de Gran Bretaña, Alemania e Italia (a los que luego se sumarían otros de España, Bélgica y Holanda) bloquearon sus puertos exigiendo el pago inmediato de las deudas contraídas por el gobierno. El sitio concluyó con mediación estadounidense y a favor de las potencias europeas.
Siglo XX
Ya en el siglo XX, con el ascenso de los Estados Unidos como potencia, la presencia británica en la región se haría cada vez menos visible, aunque tendría una clara influencia económica y política, sobre todo, en gobiernos civiles, pero más aun, en dictaduras militares del Cono Sur. En tanto que los movimientos de protesta e independentistas de la segunda posguerra favorecieron el fortalecimiento del Commonwealth en buena parte del mar Caribe.
Más allá de las intervenciones directas realizadas para obtener todo tipo de ventajas políticas y beneficios comerciales, ninguna actividad desenvuelta por el imperio británico tendría el grado de perversión como el alcanzado por el tráfico de esclavos, una práctica comercial que terminó por estructurar hasta el día de hoy las condiciones sociales de buena parte de América Latina.
Esclavismo
La práctica del esclavismo fue el elemento fundamental que mantuvo vivo el colonialismo británico entre los siglos XVII y XIX, ya que proveyó de mano de obra a las plantaciones de azúcar y, en menor medida, de tabaco y otros cultivos, en una extensa área del Caribe, Centroamérica y norte de Sudamérica. Sin contar, claro está, la venta de esclavos realizado por Gran Bretaña para aprovechamiento de otras potencias coloniales de la época, como España y Portugal.
La Corona no fue ajena a los beneficios generados por la trata de esclavos. Compañías dedicadas al transporte y venta de cautivos africanos como la Compañía de Guinea, la Real Compañía Africana y la Compañía de los Mares del Sur, otorgaron enormes ganancias a reyes y reinas.
Jubileo
El jubileo por los cincuenta años de reinado de Isabel II, en 2022, activó los reclamos y brindó una visibilidad mucho más amplia a la exigencia para que la Corona pidiera disculpas públicas por su plena responsabilidad en la actividad esclavista. Así, el repudio a las visitas de miembros de la familia real fue claro en Jamaica, Barbados, Belice y en otros territorios del Commonwealth.
La coronación del nuevo rey Carlos III brinda hoy una nueva oportunidad para llamar la atención de la casa real británica en torno a su compromiso directo en las invasiones, ocupaciones, saqueos y guerras que nutrieron la historia de América Latina y el Caribe a lo largo de los últimos siglos. Pero, todavía más, en su clara responsabilidad en la esclavización de millones de seres humanos.
Bajo un nuevo monarca, las exigencias de disculpas y de resarcimiento económico a las naciones afectadas por la trata de esclavos estarán a la orden del día.